top of page
Buscar

Amazonia colombiana: voces y contrastes en la lucha por la sostenibilidad y la identidad

  • Foto del escritor: cicode
    cicode
  • 30 jun
  • 14 Min. de lectura

Autora: Patricia Gutiérrez-Crespo Ruiz


La Amazonia colombiana, rica en biodiversidad y cultura, enfrenta desafíos únicos: desde el narcotráfico y la deforestación hasta los esfuerzos por construir economías sostenibles. Este artículo, elaborado a través de varias entrevistas telefónicas, recorre historias de lucha y transformación, mostrando los contrastes de una región clave para Colombia y el planeta.


ree

 

Puerto Asís: la reactivación de la coca y la promesa del asaí

De niño, Henry Montenegro soñaba con ser narcotraficante, y podría haberlo sido. Durante su adolescencia tuvo contacto con el negocio, donde la coca ofrecía múltiples salidas: sembrar, raspar, vigilar los cultivos, guadañar, cocinar en los laboratorios, transportar, etc. En la época dorada de Pablo Escobar, los narcos eran ídolos del pueblo y príncipes azules.

Cuenta que, en aquella época, en Puerto Asís y otros pueblos del Bajo Putumayo estaban los paramilitares, mientras que, en el campo, la guerrilla. “No había intercambio entre el campo y el pueblo, estaba muy vigilado por los grupos, ya que tenían miedo de que el otro estuviera haciendo guerra sucia”. Si cruzabas el río y no te mataban, al volver te podían matar los del pueblo acusándote de pasar información al otro lado.

Los jóvenes estaban obligados a elegir bando: los ancianos podían desentenderse, pero los jóvenes, ya se sabe, tienen que estar presentes en lo que está sucediendo. Además, se sentía como un orgullo pertenecer a los grupos. Pero para eso uno tenía que volverse sicario, dar una muestra. Entre más matón fuera, mejor.

“Usted tiene un diamante en ese hijo suyo, pero si lo deja aquí en Putumayo, lo va a perder”, le advirtieron a su madre. Para empeorarlo más, en 1996 tres candidatos presidenciales de la Unión Patriótica, el partido político al que pertenecía el padre de Henry, fueron asesinados. Su padre era un colono de Puerto Asís— se denomina colonos a los primeros pobladores, agricultores oriundos del interior del país— que había llegado al Putumayo escapando del conflicto. “Llegaron a un paraíso”, recordaría después. Sin embargo, el paraíso se había convertido en un lugar muy inseguro. En esta situación, a Henry le tocó emigrar a Bogotá. Para alguien de tierra caliente siempre es más difícil irse al altiplano que al contrario. Como un animal fuera de su hábitat, con la mente puesta en regresar.

Mientras Henry estudiaba en Bogotá, sus contemporáneos en Puerto Asís fueron muriendo: si hiciese un reencuentro de amigos, de su combo de 30 o 40 ahora solo quedarían 3 o 4. En esos años, bajo el Plan Colombia, financiado por EEUU, el gobierno fumigó desde avionetas litros de glifosato a las plantaciones de coca de los campesinos del Putumayo. Pero los cultivos se trasladaron a otras zonas del país, se volvieron resistentes y, de paso, más productivos con el tiempo. Los narcos traían nuevas semillas mejoradas y los campesinos las implementaban. Desde el gobierno también se ofrecieron incentivos para sustituir la coca por palmito. Pero la estrategia estaba mal planificada, la gente acabó endeudada y se sintió traicionada. Básicamente, la zona no tenía un desarrollo en vías o carreteable para sacar los productos agrícolas. Esto ahora ha mejorado parcialmente. “Las partes donde no hay desarrollo es donde se pueden activar los grupos al margen de la ley” dice Henry.

Detrás de lo que Henry de niño había identificado como el sueño de ser narcotraficante, probablemente estaba su espíritu emprendedor. “Para el narcotráfico hay que ser un matón, imponerse a través de la violencia, es un negocio manchado de sangre…” un camino que descartó rápidamente gracias a los valores inculcados por su familia. El sueño de Henry ahora es que el Putumayo, su tierra, la tierra de la coca, algún día sea conocida como la tierra del asaí.


Empezó en esta empresa hace 15 años, tras conocer a un productor de asaí brasileiro en Facebook y enamorarse de esta pepa, sus propiedades y su gran potencial en el mercado. La empresa de Henry, Amapuri, garantiza a los campesinos del Putumayo que les comprará la producción si cambian (reforestan) sus cultivos de coca por asaí y palmito (palma de chontaduro) y firman un acuerdo de cero deforestación.


La coca es un cultivo con grandes desventajas: si bien se cosecha cada tres meses, obliga a reinvertir gran parte del beneficio. Sin embargo, ha sido la única opción para los campesinos durante mucho tiempo, “debido a que otros productos agrícolas y frutos no han tenido la comercialización como ha tenido la coca” dice Henry. No ha sido fácil conseguir que los vecinos de Putumayo confíen en el asaí: como Henry ya cuenta con compradores y canales de distribución, pero no suficientes campesinos productores de asaí, ha tenido que importar asaí de Brasil para cubrir la demanda comprometida. Actualmente se embarca en una prometedora etapa con financiación de Norad, la agencia cooperación noruega.


Puerto Asís es el municipio más poblado del departamento de Putumayo, a la orilla del río del mismo nombre, en la Amazonia colombiana. Según me explica Camilo Garzón, periodista de La Silla Vacía, en diciembre, cuando visitó este territorio para un reportaje, se encontraron un municipio dinámico, con una plaza abarrotada de gente entre eclécticos adornos navideños. Es un municipio cocalero, con una economía muy dependiente de este cultivo, y donde los comercios de la cabecera urbana dependen del dinero que traen al pueblo los campesinos, dedicados al menos en parte a la coca. Desde finales de 2022 hubo una caída estrepitosa en el precio al que se compraba la coca a los campesinos, sin una explicación clara, aunque una de las causas más factibles según expertos sería la sobreproducción o sobreoferta. En cualquier caso, la crisis cocalera era una histórica ventana de oportunidad para impulsar programas de sustitución de cultivos ilícitos y, sin embargo, ya se está cerrando: según lo reportado por La Silla Vacía, recientemente (julio de 2024), los precios a las orillas del río Putumayo se han recuperado bastante, hasta unos 2,8 millones de pesos colombianos por kilo de pasta de coca. La nueva bonanza podría deberse a la apertura de rutas para sacar la droga a través de las fronteras internacionales de Colombia. (Navidad en Bajo Putumayo: entre la zozobra, la bonanza cocalera y el asaí - La Silla Vacía )


El casco urbano de Puerto Asís se encuentra a un lado del río Putumayo. La otra orilla la cubre una amplia zona con docenas de veredas, que no es un lugar frecuentado por turistas y extraños. De hecho, prosigue Camilo, hasta los mototaxistas necesitan una carta de recomendación de los grupos armados para trabajar allí. Los actores armados podrían dar orden de investigar a quien se mueva por allí sin intenciones conocidas, lo cual supondría un secuestro de varios días. Entre estas veredas, kilómetros campo adentro, se cosechan arrobas y arrobas (una arroba equivale a unos 25 kg) de hoja de coca. Después, se guadaña en el suelo, se riega de gasolina y se machaca para obtener la pasta de coca que les compran los actores armados a los campesinos, directamente en su predio. Los campesinos solo tienen permitido vender la coca al grupo armado que controla la zona, a riesgo de penas severas. Cuando hay cambio en el precio, el grupo armado reúne a los campesinos para comunicarlo.


¿A qué se debe tanta actividad cocalera en Puerto Asís? En el resumen que hace Henry, la coca tiene la comercialización que a otros productos les ha faltado: los costes de transportar otro tipo de cosecha, perecedera, desde las veredas al pueblo son excesivamente altos. En el puerto llevan 30 años esperando la construcción de un puente. Por otra parte, la coca es un producto de alta demanda de los actores armados. Son algunos de los factores a tener en cuenta.

Es de conocimiento público que el grupo armado que controla las orillas del río Putumayo es Comandos de Frontera (CDF). La formación de este grupo se data en 2017, un año después de la desmovilización de la guerrilla de las FARC-EP (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia – Ejército del Pueblo) resultado del acuerdo de paz de la Habana firmado entre las Farc y el gobierno. Los rivales de CDF así como amplia prensa, han afirmado que este grupo se nutrió de paramilitares y está al servicio del narcotráfico, algo que el propio grupo ha desmentido. Lo cierto es que los Comandos de Frontera han entrado en negociaciones de paz con el gobierno nacional, lo cual puede presuponer su consideración como grupo insurgente con un proyecto político-militar.


Aunque Putumayo es “zona roja”, en lo cotidiano no se percibe violencia. A diferencia de ciudades principales de Colombia, donde los teléfonos móviles son dulces para los ladrones (“papaya puesta, papaya partida”), en estos municipios los actores armados ejercen un estricto control social, mediante “limpiezas sociales” de ladrones, adúlteros, piques de motos, consumidores de estupefacientes, etc. Según los vecinos, a estas personas se las sanciona con “trabajos para la comunidad” (como ponerles a limpiar una zona pública), multas, la expulsión o hasta la muerte, en los casos más graves o sensibles a la actividad del grupo armado. Tanto es así que alguno ha llegado a dejarse las llaves de la moto puestas toda la noche, sin que nadie las robase. “El ladrón aquí no dura” o “este es un buen vividero, si te comportas bien nadie se mete contigo” dice la gente frecuentemente.

 

Leguizamo: tensa calma entre los ríos y una petición de apoyo

A unas 6 horas en lancha río abajo por el Putumayo desde Puerto Asís se encuentra Puerto Leguízamo, la cabecera municipal de Leguízamo. Este es un municipio extenso, que abarca casi la mitad del departamento del Putumayo y está enclavado entre los ríos Putumayo y Caquetá.


Puerto Leguizamo es menos poblada y más tranquila que Puerto Asís, y está rodeada de fincas de ganadería extensiva. Algunos vecinos habían llevado sus cultivos al otro lado de la frontera con Perú huyendo de la persecución de autoridades colombianas. Como recoge el medio de comunicación digital La Silla Vacía, en 2023, una fuerte intervención del gobierno peruano devastó estos cultivos cocaleros, causando el desplazamiento de más de 300 familias de narcocultivadores de vuelta a Colombia. Pero ahora, sin vigilancia, esos terrenos están listos para la resiembra.


Extrañamente, en el municipio de Leguizamo tienen presencia dos diferentes grupos armados: a orillas del Putumayo, donde se encuentra la cabecera municipal de Puerto Leguizamo, rige Comandos de Frontera. Dirige sus operaciones desde un caserío cercano conocido como “Lupita”, del lado de Perú, como también informa La Silla Vacía. A orillas del Caquetá, rige el frente conocido como Carolina Ramírez, de alias Calarcá, un dirigente de las Farc que rechazó entrar en las negociaciones de la paz de La Habana. De todas formas, en la actualidad, las fronteras entre las áreas de control de los dos grupos armados son fluidas y están sujetas a enfrentamientos.


Precisamente, según informantes de la zona, Comandos y Carolina se disputan el territorio que quedó libre tras la desmovilización de las Farc. Se especula que, si el mercado de la coca se reactiva, vuelve a haber financiación para que las incursiones sigan avanzando, como también un motivo de confrontación por el dominio de las rutas y los cultivos cocaleros. Si ambos grupos reactivan simultáneamente sus actividades de narcotráfico, la confrontación podría intensificarse; en cambio, si la bonanza solo llega a orillas del río Putumayo, es probable que Carolina Ramírez enfrente dificultades para expandirse, lo que limitaría los enfrentamientos.


Prueba del conflicto en curso entre los dos grupos es el cruento enfrentamiento que tuvieron a principios de diciembre en una zona rural de Puerto Guzmán, otro municipio del departamento de Putumayo. Tal y como publica La Silla Vacía, dejó más de 20 muertos, aunque solo algunos fueron río abajo para poder ser identificados. A pesar de todo, jóvenes de la zona se unen a los grupos armados atraídos por la remuneración que reciben, de dos millones de pesos para los recién entrados (El Espectador, 2022 Comandos de Frontera: los disidentes de las Farc en el Putumayo | EL ESPECTADOR ).


En Puerto Leguizamo también viven personas con iniciativas para transformar el territorio. Harold Polania es el presidente de ARAPAIMA, la asociación de piscicultores de Leguizamo. Entrevisto a Harold, y me habla de las sucesivas “demandas globales” en la Amazonia colombiana: la quina, para curar las enfermedades tropicales que afectaron a los trabajadores del canal de Panamá; el caucho para la producción de los primeros automóviles; el cedro y otras maderas finas; los animales salvajes, para carne o como mascotas, sus pieles, plumaje, colmillos; y, desde los años 80, la coca.  Estas “bonanzas” económicas dieron origen a las poblaciones que existen hoy día, pero también causaron grandes estragos en la biodiversidad y las comunidades indígenas.


Mientras la depredación, la deforestación y la contaminación avanzan, Harold reivindica el desarrollo de una “bioeconomía” o “economía de selva” para esta subregión de Colombia, Ecuador y Perú. Una serie de alternativas económicas en el territorio, para que no haya justificación a la conformación de grupos armados. Su propuesta, resultado de un estudio elaborado con la Unión Europea, consiste en cuatro “encadenamientos productivos”: autonomía alimentaria, acuicultura, bosque productor protector y turismo.


Actualmente, la cooperación estadounidense (USAID), está estudiando apoyar el encadenamiento productivo del bosque productor protector a través de un proyecto piloto con 40 familias. No obstante “(USAID) se va a estrellar con esa realidad: en un territorio con población dispersa que no tiene carretera, no es rentable comercializar pequeños volúmenes sin transformación, se necesita intervenir el territorio en mayor área y transportar hacia los centros de mercado los productos terminados” dice Harold. Insiste en la necesidad de empezar por el establecimiento de dos pilares: una cooperativa transnacional y dos barcos factoría para la transformación, almacenamiento y transporte de los bienes producidos. Sin embargo, para formular y establecer los pilares, Arapaima requiere personal capacitado, demanda a la que el gobierno está dando la espalda.


Puerto Santander, Araracuara y Peña Roja: el empoderamiento indígena

Las siguientes personas a las que entrevisto viven en Puerto Santander, Araracuara y Peña Roja, poblaciones relativamente cercanas entre sí, a orillas del río Caquetá. Según me explican, estas localidades están aún más aisladas que Puerto Leguizamo. El transporte a través del río no es frecuente, lo cual afecta al abastecimiento alimenticio y el precio de los productos, la viabilidad de los negocios y la atención sanitaria. Además, los actores armados (“señores del monte”) también hacen presencia en el río, a través de retenes y un veto social a las fotografías.


Puerto Santander es un pequeño oasis urbano en la selva, a orillas del río Caquetá, entre cinco resguardos indígenas: el nonuya de Villazul, el andoque de Aduche, el de Monochoa, el de Puerto Sábalo Los Monos y el Amenanai del Yarí, en los cuales viven cuatro pueblos (etnias): andoque, muinane, huitoto y nonuya.


Una de las pocas personas en Puerto Santander que no se identifica como indígena es el señor Norman Zumaeta. Él es descendiente de la familia Arana (que mencionaré más adelante), gobernador de Puerto Santander y piloto. Su avioneta de carga es la otra opción para salir de Puerto Santander. También gestiona con su hermano Giovanni un negocio de pesca: proporciona una lancha a los pescadores y pescadoras del pueblo que salen a los chorros en la noche. Me relata que la forma de pescar es mediante una parcera (trampolín artesanal de madera) sobre las aguas bravas, vigilando con una linterna la llegada de un pez grande al que lanzar el arpón. Este está atado a una garrafa con una bombilla dentro, por lo que si se clava en alguna presa, la garrafa iluminada irá río abajo para que el pescador lo recoja con la lancha. También pescan con redes peces más pequeños. Aunque una buena captura puede pesar hasta 40 kg y alcanzar los 100 000 pesos (unos 20€), las condiciones son arduas: los pescadores recurren al mambe para mantenerse despiertos durante largas noches de trabajo.


Me intereso por la forma de vida en el pueblo. Los vecinos que no se dedican a la pesca, cuidan una chagra (huerto). Cocinan huevos de boruga, casabe, fariña, pez cucha. Alguno pasa temporadas trabajando en la mina de oro ilegal, controlada por actores armados. Los proyectos de compensación de emisiones de carbono de Oxigreen y Yauto también han sido inyecciones de dinero e incentivos. Algunos trabajaron en el documental de Netflix “Los niños perdidos”, sobre los niños indígenas de Puerto Sábalo que sobrevivieron a un accidente de avión en la selva.


Junto a Puerto Santander, en la localidad de Araracuara, está la maloca del CRIMA (Consejo Regional Indígena del Medio Amazónico). En estas fechas, diciembre de 2024, en el CRIMA tiene lugar un encuentro entre la Gente de Centro (la organización de los cuatro pueblos indígenas) y el Ministerio de Ambiente. Según el acta de la reunión, el objetivo es avanzar en la construcción de una ruta de participación indígena en la protección del medio ambiente, en cumplimiento de la sentencia 4360 del 2018, de la Corte Suprema. Esta es una sentencia histórica ya que reconoce a la Amazonía Colombiana como entidad “sujeto de derechos” y ordena al gobierno medidas dirigidas a reducir a cero la deforestación en la Amazonia (un Plan de Acción y un PIVAC, Pacto Intergeneracional por la Vida en la Amazonia). Dichas medidas deben formularse con la participación de las comunidades indígenas, dadas las competencias ambientales de las autoridades indígenas, definidas en el “Decreto de Autoridad Ambiental”, 1275 de 2024.


El nonuya Hernán Moreno me explica que es la primera vez que un gobierno de Colombia visita a las comunidades para construir una política conjuntamente. Aunque hay momentos de tensión en torno a decisiones de presupuesto, el ambiente es de colaboración, diálogo y mambeo. El mambe, un polvo obtenido de la hoja de coca, y el ambil, una pasta de tabaco, son elementos de la medicina tradicional indígena, imprescindibles para estos pueblos en sus procesos de reunión y deliberación (lo comparan con el vino en una misa).


Después de la jornada, los cuatro pueblos indígenas celebran una danza. Para ello, se desplazan a por el río hasta la comunidad nonuya de Peña Roja, en medio de la selva. La danza es un ritual repetitivo: un grupo de hombres entra a la maloca alzando ramas de palma, repitiendo un canto y unos pasos sencillos, y las mujeres se les unen. Cuando termina, entra otro grupo de hombres y se repite la secuencia. Lo que va cambiando es el idioma: cada grupo canta en la lengua de su pueblo indígena, mientras que las danzas tradicionales son similares entre todos los pueblos de la Amazonía.


El baile se celebra con motivo del bautizo de una niña, pero hay otro motivo más: fortalecer la lengua nonuya. El pueblo indígena nonuya quedó muy reducido en número y sus supervivientes comenzaron a mezclarse con otros pueblos hace varias generaciones. Hernán Moreno, que se identifica como nonuya, habla andoque por parte de su madre, y tiene una abuela paterna muinane. También entiende huitoto por ir a la escuela con una mayoría de niños de este pueblo. Él cuenta que, en los años 90, con el apoyo de la Fundación Gaia, lograron grabar 600 palabras del idioma nonuya gracias a los últimos hablantes nativos antes de su fallecimiento. Desde ahí, Hernán sigue liderando esfuerzos para reconstruir la lengua. Los bailes son los hitos en el calendario para avanzar en ese proceso, creando nuevos cánticos y socializando el progreso.


El señor Moreno relata que la casi desaparición de los nonuya y su lengua se debe a que este pueblo fue especialmente golpeado por el genocidio de la cauchería de la multinacional Casa Arana, patrocinado por Perú e Inglaterra entre 1904 y 1933. En ese periodo, los pueblos indígenas, esclavizados en campamentos caucheros, sufrieron fortísima violencia. Las mujeres no podían tener hijos porque estaban obligadas a trabajar largas horas bajo el sol, sin tiempo para cuidarlos.


Según Hernán, los pueblos indígenas, que antes vivían en el corazón de la selva organizados en clanes, tras ese episodio quedaron desplazados a las orillas del río Caquetá y mezclados entre pueblos, lo que dificulta la alineación de intereses. Han sufrido un grave empobrecimiento cultural, en términos de tradiciones, conocimientos de medicina ancestral y formas de organización propias. Durante un tiempo, su educación estuvo a cargo de misiones de evangelización que impusieron nuevas prácticas en detrimento de las suyas. Por su parte, el conflicto armado hizo que Tropenbos, ONG financiada por la cooperación neerlandesa que trabajaba para la promoción de los saberes tradicionales, cerrara su centro de investigación en Peña Roja.


A pesar de todo, especialmente desde la Constitución de 1991, se puede decir los indígenas han iniciado el camino de recuperar autonomía y adaptarse a la nueva realidad. Una en la que las civilizaciones ya no volverán a estar aisladas.


Es impactante conocer a través de testimonios la influencia que pueden tener demandas globales como la coca y el caucho en la seguridad, la organización y el bienestar de las comunidades rurales. Son realidades complejas, multifactoriales y de respuestas a medias a muchos interrogantes. Creo que es importante que las acciones políticas sean cuidadosas y mantenidas a largo plazo, que las alternativas planteadas se ganen la confianza de la población, y que haya coordinación entre diferentes instancias de gobierno, nacionales e internacionales. Todo ello para evitar que atajar un problema provoque varios problemas más. Me alegra ver señales que apuntan a un momento de cambio hacia una mayor soberanía indígena y medidas urgentes de protección del medio amazónico. Me alegra también encontrar en cada rincón líderes sociales que insisten en iniciativas para transformar su territorio de forma pacífica. Espero que las iniciativas de estos conocedores locales puedan encontrar el respaldo y retroalimentación que necesitan de las autoridades y la cooperación internacional.

 
 
 

Comments


bottom of page