La Cara Oculta del Caribe: Desigualdad y Violencia de Género en República Dominicana
- cicode
- 30 jun
- 8 Min. de lectura
Autora: Alicia Rodríguez Linares
Tuve la oportunidad de realizar parte de la investigación para mi Trabajo de Fin de Grado, titulado Emprendimiento para el empoderamiento de las mujeres en comunidades marginadas de República Dominicana como prevención a la violencia de género. A pesar de que mucha gente conoce República Dominicana como el país caribeño famoso por Punta Cana, vacaciones en resorts, palmeras, cocos, playas y buen clima, la realidad es que República Dominicana es mucho más que eso. Es su gente, su forma de ser y de vivir, su música, su cultura, hospitalidad, amabilidad, sentido de comunidad, su tranquila manera de vivir, junto con todas sus costumbres, paisajes y pueblos.
Sin embargo, República Dominicana también enfrenta grandes brechas sociales y desigualdades. Existen zonas en las que la población vive en condiciones de extrema pobreza, con viviendas inadecuadas, entornos inseguros e insalubres, y un acceso limitado a servicios básicos. Estas desigualdades en ingresos y riqueza afectan especialmente a las mujeres, jóvenes, y a la población que vive en áreas rurales, fronterizas o periurbanas.
En República Dominicana, muchas personas viven en condiciones de vivienda inadecuadas, y el acceso a servicios básicos como el saneamiento es limitado, especialmente en zonas rurales. Las mujeres, en particular, enfrentan mayores niveles de pobreza y violencia. A pesar de tener más acceso a la educación superior que los hombres, su participación en el mercado laboral sigue siendo baja. Muchas mujeres trabajan en empleos informales, mal remunerados y con la doble carga de trabajo doméstico. La violencia de género también es un problema grave, con un alto número de feminicidios registrados. A pesar de los avances en la reducción de la brecha de género, persisten las desigualdades y la baja representación política de las mujeres sigue siendo un desafío importante.
Concretamente, mi estancia en el país junto a la Asociación Solidaria Andaluza por el Desarrollo se basó en dar apoyo al proyecto que están realizando llamado: “Prevenir las violencias contra las mujeres en 5 comunidades de RD a través del fortalecimiento institucional, la creación de la red de comunidades seguras y la mejora de su autonomía personal y económica”.
Mi interés en la lucha contra la violencia de género y la pobreza no es solo académico, sino profundamente personal. Durante mi tiempo en República Dominicana, pude observar de primera mano la dura realidad que enfrentan las mujeres en estas comunidades, una realidad que va mucho más allá de los datos estadísticos.
Es crucial implementar este proyecto debido a tres problemáticas principales que afectan al país. Por un lado, es de suma importancia informar de que en el país hay muchas asociaciones de mujeres campesinas que luchan por llevar a cabo proyectos importantes, crear una sororidad increíble con todas las mujeres del país, luchando y dándose un papel importantísimo haciéndose notar, ya que son muy conscientes de la realidad en la que viven tan injusta y que puede ser cambiada.
Problemática 1: Violencia e inseguridad. Las mujeres enfrentan violencia y falta de seguridad en su día a día, influenciadas por una cultura patriarcal y machista que se remonta a la época colonial y se agravó durante la dictadura de Trujillo. La violencia de género sigue siendo un tabú, minimizada por las comunidades, y la falta de educación sobre estos temas perpetúa el problema. Las mujeres carecen de información sobre sus derechos y soportan una carga laboral triple: trabajo fuera de casa, cuidado del hogar y apoyo a sus parejas. El acoso callejero y la delincuencia son constantes, agravadas por malas condiciones comunitarias. Como consecuencia, las mujeres no toman decisiones libres, no tienen tiempo para ocio y muchas están controladas por los hombres en sus vidas.
Problemática 2: Falta de Oportunidades. Las mujeres carecen de oportunidades económicas y personales, lo que afecta su autonomía. No tienen acceso a orientación laboral, a tecnologías que les permitan buscar empleo, ni a financiación para emprender. Además, las comunidades están mal conectadas, lo que limita las oportunidades de empleo. Esta situación perpetúa su dependencia económica de parejas o familiares, y muchas mujeres emigran a ciudades en busca de mejores oportunidades, sobrepoblando barrios pobres con altos índices de violencia.
Problemática 3: Falta de Capacidades Organizativas. Las organizaciones comunitarias carecen de la capacidad para afrontar las necesidades de las mujeres. No tienen la formación, planificación o recursos necesarios para gestionar proyectos de forma eficiente ni para captar fondos. Esto limita su capacidad de apoyar a las mujeres de manera sostenible, debilita su incidencia en las políticas públicas y dificulta la transferencia de conocimientos. Además, la falta de relevos generacionales y de protocolos de comunicación afecta su impacto y sostenibilidad a largo plazo.
Las comunidades del proyecto elegidas para la intervención, debido a su alta exclusión social, falta de acceso a servicios básicos, pobreza, violencia y discriminación fueron los siguientes:
Los bateyes son asentamientos rurales en República Dominicana, tradicionalmente asociados a la producción de azúcar, donde viven mayormente personas trabajadoras migrantes, en su mayoría haitianos. Estas comunidades suelen enfrentar condiciones de extrema pobreza, con acceso limitado a servicios básicos como salud, educación y vivienda. La precariedad económica y la falta de infraestructura hacen que las mujeres en estos entornos sean especialmente vulnerables a la explotación laboral y las violencias de género.
Las comunidades rurales están ubicadas en zonas agrícolas o áreas alejadas de los centros urbanos, donde las oportunidades económicas son escasas. Las mujeres rurales suelen dedicarse a labores del campo y al cuidado del hogar, enfrentando múltiples barreras para acceder a educación, empleo formal y servicios de salud. La falta de transporte y la distancia a las ciudades también limitan sus oportunidades de desarrollo personal y económico.
Los barrios periurbanos son áreas en la periferia de las grandes ciudades, donde la urbanización crece rápidamente sin planificación adecuada. En estos barrios, la sobrepoblación y la pobreza son comunes, y las mujeres enfrentan altos niveles de inseguridad y violencia. Aunque están más cerca de los centros urbanos, el acceso a servicios públicos es limitado, y muchas mujeres migran desde zonas rurales a estos barrios en busca de mejores oportunidades, solo para encontrarse con condiciones igualmente difíciles.
A la hora de acudir al terreno de campo de estos lugares, muchas mujeres participaron, la gran mayoría sin estudios, con numerosas tareas domésticas y muchos integrantes de la familia dependiendo de sus labores domésticas. Aun así, me sorprendía las ganas que tenían de aprender, de educarse, porque no pudieron en su momento, de hacer talleres, fuerza y energía para interesarse y ser autónomas independientes.
Mi labor fue entrevistarlas, mediante unas encuestas anteriormente formalizadas y creadas por las voluntarias, corregidas por las asociaciones locales con las que trabajamos, pero no solo fueron encuestas formales, cada mujer, de todas las edades me contaban su vida, su situación, sus aspiraciones, eran totalmente conscientes que lo que estaban viviendo era injusto, pero no podían hacer nada para cambiarlo, por depender de familia, por falta de educación, falta de ayudas, falta de dinero….
Cada entrevista era un recordatorio de la fortaleza y la resiliencia de estas mujeres. A pesar de todo, sus aspiraciones de independencia económica eran inquebrantables. Esto me hizo reflexionar sobre mi propio papel en el proyecto: ¿qué impacto real puedo tener en estas comunidades si el sistema que las oprime sigue intacto?
Siempre he pensado que yo aprendí mucho más de ellas y me enseñaron más a mí que toda la ayuda que pude yo aportarles.


Ver cómo muchas de estas mujeres luchan cada día por llevar comida a sus hijos e hijas, sin posibilidad de acceder a un empleo digno, me hizo cuestionar el sistema económico global. Las políticas de desarrollo que se implementan a menudo parecen ignorar estas realidades, manteniéndose atrapadas en ciclos de pobreza.
El sentido de comunidad de estas mujeres, su amabilidad y su actitud risueña me hacen tener fe en que seguirán luchando. No tenían ingresos para comer y todo el vecindario se ayudaba si su cosecha de frutos de árboles les daba, los compartían con el pueblo, siempre en todo momento, todas y cada una de ellas, de distintas situaciones, con distintos trabajos, con distintos ingresos, pero todas se ayudaban a prosperar y mejorar su día a día y hacerlo más ameno.

La basura es un gran problema en el país. El masivo uso de plástico las escasas oportunidades de reciclar o reutilizar debido a la falta de infraestructuras adecuadas, y porque, sinceramente, entiendo que, si la economía les supera, no tienen dinero para medicinas, ni para alimentarse en su día a día y viven en condiciones nefastas, el problema de reciclar y no contaminar no lo tengan como prioritario.
Muchos testimonios de mujeres mayores enfermas que no tenían pensión y dependían mínimamente de maridos con los cuales ya no seguían juntos, nos contaban que, en la época de las elecciones, los políticos iban a las comunidades prometiendo y asegurando una mejora en sus casas, en el acceso a esas mismas comunidades, en el acceso a un centro médico cerca o en facilitar transporte de calidad para poder acceder a él. En esta imagen vemos la hipocresía política. En época de elecciones mantenían la limpieza y, una vez acabadas, estaba lleno de muchísima basura la cual conlleva a poco saneamiento de las comunidades, generada porque no hay servicios de recogida de los mismos.

Con la asociación (ASAD) que tuve la suerte de colaborar, nos enseñaron el después de un año, un proyecto que realizaron y terminaron, un barrio de las afueras de la capital, el cual estaba lleno de lodo, ya que se encontraba cerca del río, lleno de contaminación, sin servicio de agua, sin calles por las que andar porque estaban encharcadas de agua. Después de terminar el proyecto, seguían manteniendo la limpieza, reciclando y agradeciendo mucho al proyecto y a todas las asociaciones participantes por haberles dado una segunda oportunidad.
Los responsables de ese barrio habían formado una asociación y, tras realizar entrevistas con los vecinos, nos contaban que el proyecto les había dado una segunda oportunidad para mejorar su vida. Nos explicaban que los gobiernos no habían sido capaces de ofrecer soluciones a los grandes problemas que enfrentaba el barrio, por lo que estaban eternamente agradecidos y orgullosos de poder mostrarnos cómo, un año después, todo se mantenía y seguía mejorando. Esto demuestra que incluso las pequeñas ayudas, por insignificantes que parezcan, pueden significar un nuevo comienzo para muchas personas.

Vivimos en una sociedad que a menudo da por sentado los privilegios que tenemos. El acceso a derechos básicos como la educación, la sanidad o el trabajo digno se nos presentan como garantizados, mientras que, en otras partes del mundo, como en estas comunidades de República Dominicana, estos derechos son un lujo inalcanzable para muchas personas, especialmente las mujeres. Esta experiencia me ha enseñado que no podemos seguir ignorando las profundas desigualdades que marcan nuestra realidad global.
El sacrificio y la fortaleza de las mujeres que conocí son un testimonio de la lucha diaria por sobrevivir en un sistema que, a pesar de sus promesas, las mantiene al margen. Ellas no piden caridad, piden justicia. Sus historias deben servirnos como un recordatorio constante de que las estructuras que perpetúan la pobreza y la violencia de género deben ser confrontadas y desmanteladas.
Como sociedad, es crucial que aprendamos a valorar lo que tenemos y tomemos consciencia de nuestra responsabilidad en la construcción de un mundo más equitativo. Las soluciones no son simples, pero tampoco son imposibles. Es hora de que dejemos de mirar hacia otro lado y empecemos a valorar, no solo nuestros privilegios, sino también las luchas y resistencias de quienes tienen menos. Solo entonces podremos aspirar a construir un futuro más justo para todas.
Comments