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Programa de Educación Ambiental (PEA), Nicaragua. La organización del viaje y la llegada.

¡¡¡¡ME HAN ACEPTADO LA AYUDA!!!! (Gritos, saltos de alegría).


Cada día más nerviosos todos, la familia, yo, organicé todo para marchar a Nicaragua por dos meses y surgían más dudas: cómo será el país, los niños con los que trabajaré, ¿haré amigos y amigas pronto?, ¿trabajaré sola o habrá más voluntarios o voluntarias? Y, por supuesto, el eterno dilema “CALOR Vs. MOSQUITOS (aquí llamados “zancudos”)”.


Llegó el día del viaje, rumbo al aeropuerto de Sevilla desde donde comenzaría… lagrimillas, nervios, eternas esperas en aeropuertos y, por fin, el avión aterrizó en el Aeropuerto Internacional Augusto C. Sandino, en Managua, capital de Nicaragua. Desde aquí “agarré” (porque aquí “coger” tiene otro significado) un taxi y, el amable taxista, me llevó a la terminal de autobuses de la UCA-Managua para agarrar un autobús hacia León, ciudad donde me instalaré por estos dos meses.


Durante el trayecto en taxi hasta la UCA me quedaba embobada observando todo, aquella ciudad tan caótica, aquel compartir carretera con personas caminando, bicicletas, carretas remolcadas a caballo o a burro, aquellos barrios de chabolas, aquellas calles con agujeros en el alquitrán y, de repente, aquellos súper edificios de cristales y de 10 plantas, aquella gente buscándose la vida vendiendo cualquier cosa por la calle: fruta, papas, yuca o plátano frito, agua o gaseosa, comida cocinada cuyos nombres me sonaban a chino, auriculares o cargadores de móviles, limpieza de lunas de los coches, limpieza de zapatos y casi lo que se os pueda ocurrir. Un sinfín de contrastes.

En España, opté por no informarme mucho sobre el país (casi siempre lo hago en mis viajes). Pensé que así todo sería más sorprendente y lo que personalmente me sorprendió fue la cantidad de estereotipos y prejuicios que tenemos arraigados y que, aunque seamos conscientes de que existen en nuestras mentes, no es tarea fácil eliminarlos.


Cuando llegué a León ahí me esperaba Óscar, la persona responsable del PEA y profesor de la UNAN- León, tal como habíamos acordado previamente. Me acompañó a la que sería mi hogar por el momento hasta que decidiera dónde hospedarme para el resto de los dos meses, la Residencia San Felipe de dicha Universidad. De nuevo, para sorpresa mía, la residencia no era un lugar como el lugar que aparecía en la imagen que mi mente había creado: un pasillo con muchas habitaciones a ambos lados, lavadora, un escritorio en la habitación… siguen los estereotipos. Por el contrario era un jardín a cuyos lados había unas 10 habitaciones, tenía una cocina sencilla, con muebles viejos y alguno que otro con piezas rotas, una pila para lavar y una tabla por escritorio.


Esto ha sido un gran aprendizaje y crecimiento personal para mí. Y, por supuesto, desde el primer momento estoy cambiando mis hábitos occidentales por los hábitos del lugar: lavo en la pila, uso la menor cantidad de agua posible, viajo en los mismos medios que la población de aquí y compro en el mercado a las señoras que allí ofrecen sus productos.


Al día siguiente de aterrizar, Óscar y yo fuimos a que nos conociéramos con los niños y niñas (los “chavalos” en lenguaje nicaragüense) participantes del PEA. He de confesar que tenía la incertidumbre de cómo sería ese primer contacto entre los chavalos y yo: ¿daría la talla?, ¿les caería bien?, y, ¿cómo me percibirán los papás, mamás y demás adultos en la Comunidad? Y más miedos de este tipo. Mi alegría fue que la señora de la casa donde estábamos haciendo aquella reunión de presentación me dijera “Les has caído bien a los chavalos, ellos/as no esconden nada, y contigo se les ve contentos/as”. Me dio tantísima alegría que ese día me sentí en una nube hasta que me dormí.

Vistas desde nuestro espacio de trabajo (Casa de Comanejo – Las Peñitas)

Aquel día me enseñaron su comunidad, su escuela, paseamos por la playa de Las Peñitas, mismo nombre que el de la Comunidad e, incluso, fuimos a conocer algunas de sus casas en las cuales sólo pude conocer a una de las mamás, bastante amable y hospitalaria.


Después de aquel “tour”, volvimos lugar de reunión y concretamos con el grupo las actividades que les gustaría hacer durante estos dos meses y, como el grupo solicitó, ahora me toca trabajar sobre la organización de éstas, pero tengo tanto que aprender… ¿cómo se relacionan entre ellos y ellas?, ¿qué saben, qué han aprendido con el PEA?, ¿qué inquietudes tienen? La cuestión es que yo NO soy ni pretendo ser una “salvadora” que llega a un país que no conoce y cuya cultura y normas sociales son diferentes que en las que ha crecido y que, en dos meses quiere “salvar” a la población con la que trabaja, gran error que se suele cometer entre personas vinculadas a la Cooperación al Desarrollo…. ¿desarrollo?, ¿qué entendéis por desarrollo?, ¿qué pretendemos conseguir con esta experiencia? Es un debate largo, en el que mis ideas se mezclan y en el que, me doy cuenta, que la coherencia es no existe.


Ah! Y también quiero contaros la alegría que nos dio a todo el grupo que el grupo PEA fuera el ganador a la mejor exposición sobre su Programa en un certamen sobre medioambiente que se celebró en la Universidad de Ciencias Comerciales de León.

¡Campeonas y campeones!

Pienso que lo más importante y gratificante que me llevaré de esta experiencia será la cantidad de cosas que me enseñen estos chavalos, porque son ellos los que han nacido, están creciendo y conocen su entorno, no yo. Yo solo intentaré ser una guía o apoyo para ellas y ellos, como podría serlo con cualquier chavalo de mi tierra, sintiéndonos todos iguales y partiendo desde una misma posición, la del aprendizaje compartido, la del trabajo en grupo y la del respeto. Y tenemos un espacio hermoso donde, estoy segura, compartiremos muchas experiencias.



Universidad de Granada
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