
Hace bastante tiempo que esperaba este momento: pisar el suelo sudamericano, venir a la cuna de los Andes y sentirme parte de un pasado histórico que lucha por revivir y preservar su memoria.
¿Por dónde empezar a contar mi experiencia previa y de llegada a Bolivia? Hablar de los trámites administrativos está de sobra, bien sabemos que el hecho de entrar a un país que no es nuestro implica una burocracia tremenda, pero con muchísima paciencia y terquedad uno logra pasar esos primeros filtros que implica el viaje.
La idea romántica de Bolivia y Sudamérica es muy tentadora, esta tierra se presta para soñar y si bien es hermoso tomar conciencia del pasado ancestral una vez pisado el suelo andino, también es amarga la caída a la realidad actual del país.
Es extraño cómo nuestro cuerpo y mente reaccionan tan diferente a la misma situación. A unos cuantos meses del viaje sentí la adrenalina inmensa por volver a colgarme la mochila y agarrar rumbo otra vez, esa emoción de vivir nuevas experiencias, de conocer gente nueva y sobre todo de aportar aunque sea un granito de arena a una comunidad.
Y luego, a un par de días del vuelo sentí ese estrés, para unes inevitable como en mi caso, de enfrentarse a lo desconocido, de no saber qué va a pasar, de cuestionarme si estoy tomando la decisión correcta al salir tan pronto de un país al que recién llegué (España) o si sería mejor quedarme y continuar con mis proyectos ahí. En fin, volví a sentir, como cuando estuve a punto de viajar a España, ese temor tan naturalmente humano hacia lo desconocido.
Aunque pensándolo bien, gran parte de ese miedo y estrés estaba dirigido al tema de la falta de seguridad que puede vivir una mujer en Bolivia. Me preguntaba si me sentiría un poquito más segura que en México o si sería totalmente peor. Ahora, ya en Santa Cruz, puedo decir que me siento arropada y protegida por la gente del proyecto que me ha guiado y que en ningún momento me ha dejado sola. Así que por ese lado, no me arrepiento de estar acá y de haber tomado la decisión de venir.
Luego está el tema de la llegada, en cuanto a eso no puedo explicar la emoción de saberme entre tanta gente tan buena. Es muy bonito darse cuenta que sin conocerte, las personas del proyecto se emocionan al verte y te sonríen y te reciben con los brazos abiertos de una manera tan orgánica. Y ni hablar del calor de los adolescentes con los que estoy trabajando en los colegios de Plan 3000, todos se acercan a hablarte y sin saber todavía exactamente qué vas a hacer ahí, te dan la mano con mucho gusto.
Sin embargo, esa punzada tan bella en el corazón es atravesada por la dura realidad del Plan 3000, un sitio donde se viven muchas dificultades y necesidades. Caminando por acá he aprendido a valorar aún más lo que tengo, incluso he tomado conciencia de lo que me falta. He podido sentirme identificada con algunas carencias iguales a las de México, pero también he sentido un abismo enorme entre mi país y éste a pesar de que ambos tienen una historia similar. Sin más, a tan pocos días de haber llegado me siento muy afortunada de poder estar aquí, pisando y siendo consciente de este suelo y sus raíces y sintiéndome arropada por esta gente que ya ocupa un lugar en mí.
Bolivia a grandes rasgos, su belleza entre los incendios.
Estas primeras 3 semanas en Bolivia han tenido de todo un poco, así que me gustaría primero contar desde mi visión lo que ha sido mi experiencia en el país y en segundo lugar lo que ha sido mi labor en el voluntariado.

Me duele muchísimo hablar de los sitios tan bellos que he visitado en medio de la grave crisis forestal que está sufriendo Bolivia, principalmente en los departamentos de Santa Cruz, pero que alcanzan también los territorios de Perú, Brasil e incluso Argentina y Uruguay, estos últimos comienzan a sufrir las consecuencias de este ya declarado Desastre Nacional.
No considero propio de mi parte hablar de la belleza de Bolivia ignorando la llaga tan grande que se abre en el suelo sudamericano a causa del incendio. Más de 4 millones de hectáreas han sido consumidas desde hace ya algunas semanas y al igual que nosotras aquí en Santa Cruz, el resto de Bolivia despierta cada mañana con un aroma a humo y una nube gris que no nos deja ver ni el sol. En estos días he pensado mucho en lxs compañerxs que ya se encuentran voluntariando en refugios y reservas de animales aquí en el corazón del país. Sin embargo, también he pensado mucho en lxs voluntarixs que están a punto de llegar y “El fuerte de Samaipata” que se toparán con esta grave situación, pero que seguramente llegan cuando los refugios más les necesitan.

Aquí, dentro del voluntariado me ha roto el corazón ver a gente que quiero llorar por sus tierras. He visto sus rostros empapados en lágrimas y he escuchado a través de su voz quebrada que sus bosques, los que caminaron en su juventud, siguen quemándose y nadie hace nada, mas que la gente local que entra a intentar apagar el fuego porque a ellxs también les duele ver su tierra arder. En Santa Cruz hemos pasado una semana de clases en línea porque el aire es irrespirable y lo mejor para los niñxs es quedarse en casa.
Sin embargo, la vida sigue y la gente necesita trabajar. Me han contado que, al menos en Plan 3000, el ingreso económico de muchas familias viene de sus ventas en los mercados, por eso es increíble la cantidad de mercadillos que hay aquí en comparación con México.
Por otro lado y en contraste con lo antes contado, quiero hablar de la riqueza natural que he visto en esta zona del país. Hace poco tuve la oportunidad de visitar Samaipata, un pueblo hermoso donde hay una de las zonas arqueológicas más grandes que he visto, además ahí se encuentra un bello refugio de animales donde me contaban que reciben a aquellos que han sido rescatados del tráfico ilegal. Estar en el centro ceremonial preincaico de Samaipata fue algo inexplicable. Se trata de la piedra tallada más grande del mundo. Mirar el valle, ver las ruinas, ver las piedras, sentir el aire recio y pensar en los pies descalzos que pisaron este suelo andino hace siglos es sentirse pequeña.
El voluntariado.
En cuanto al voluntariado puedo decir que todo ha pasado tan rápido que a veces siento que en 6 semanas no se puede hacer mucho, pero lo intento. Creo que es super importante entender que no importa lo mucho que me involucre en mi proyecto de voluntariado, siempre habrá muchísimo que faltará ofrecer. Las necesidades son enormes y nosotros, evidentemente, solo somos una parte pequeñita del engranaje de estos grandes proyectos de apoyo a las comunidades. Claro que hasta ahora he experimentado una sensación de alegría muy bonita (casi siempre cuando estoy frente a los grupos de alumnos y alumnas) pero también he sentido bastante frustración cuando se trata de coordinarse para organizar horarios en los colegios, cosa que sucede en cualquier sistema educativo. A pesar de ello, es muy satisfactorio ver que dentro de los muchos grupos que tengo, algunos van con bastante motivación a las clases de nivelación con las que apoyo a los profes de Lenguaje. Hablar con los niños y niñas y ver la ilusión con la que se acercan es lo primordial para mí y sé que al final toda esa frustración de coordinación con los profes desaparece cuando encuentro a aquellos que se interesan y participan y preguntan por la siguiente clase. Sin embargo, sí considero que se podría mejorar la organización para que lx voluntarix pueda comenzar a trabajar desde su llegada con un horario estable sin perder el poco tiempo que tenemos.
Los adioses que no se quieren pronunciar.

Venir a Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, ha hecho que valore y mire con más profundidad distintos aspectos de la vida, por ejemplo, mi percepción del tiempo.
Luego de 1 mes y medio aquí he sentido que los días pasan frente a nosotros de una manera incomprensible. Todavía recuerdo como si fuera ayer llegar al aeropuerto, conocer a la gente del proyecto e instalarme en la casa de voluntarios. Creo que para todo el mundo este tiempo ha pasado volando.
En las Unidades Educativas en las que me encuentro apoyando con talleres de lecto escritura, se ha formado un vínculo muy bonito con los alumnos. Más allá de compartir talleres con temas específicos que me dan algunos profesores, he tenido la libertad de poder proponer temas y métodos propios. Sin embargo, lo más bello para mí, ha sido cuando de repente los estudiantes tocan temas que les causan curiosidad y que les implican en tanto sociedad. Verlos hablar de temas tan importantes como el feminismo, la política de su país y el colonialismo me hace pensar que realmente hemos creado un espacio seguro en donde sienten la confianza y libertad de expresarse sin miedo o vergüenza.
Tras haberse creado este tipo de vínculos y espacios, es comprensible que llegados los últimos días juntos nos despidamos con cierta tristeza y sentimiento de que el tiempo no fue el suficiente. Personalmente sentí que hacen falta más días para seguir alimentando la confianza y colaborando, sin embargo, me voy contenta y satisfecha de haberles conocido y de haber aprendido tanto de ellos, así como de haber visto en sus ojos mi “yo” adolescente.


En cuanto a la despedida con la gente del proyecto, también me voy sintiendo una sensación de nostalgia. Hubo muchas personas de ahí que verdaderamente tocaron mi corazón y que se quedan en una parte de él. Quedo completamente agradecida por la implicación de estas personas en los diferentes proyectos con los que cuenta la fundación. De verdad que sus sonrisas y su motivación contagian enormemente.
Por otro lado, Bolivia y cada uno de sus rincones me dejan un hermoso recuerdo, pero sobre todo la sensación de querer volver, viendo que hay mucho en que colaborar.
Sin duda, descubrir este país y su cultura ha sido una decisión de la que no me arrepiento, aun mirando hacia tras y viendo los tropezones que son inevitables, volvería a elegir el mismo camino con su aprendizaje, con su gente, con sus tierras, con sus cosas bellas y con sus realidades tan impactantes. Con aquellas personas encontradas en el viaje, pero también con Sandra, María, Carla, tres compis voluntarias en Santa Cruz que se volvieron cómplices y apoyo en esta bella estancia en Bolivia.

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