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Tejiendo vínculos entre amigas en micro y un hogar social en Bolivia. María Hermida López

Mi experiencia de voluntariado en Bolivia comenzó con una mezcla de emociones intensas.


Antes de partir hacia Montero, sabía que este viaje sería transformador, pero también estaba llena de nervios y dudas. Viajé con solo una mochila de 50 litros y el momento de hacerla se sentía como algo que me acercaba mucho a la experiencia, ya era real. Decidí llevar ropa ligera para las rutas, junto con una chaqueta y un chubasquero, por si el clima era cambiante en algún momento. Sin embargo, también incluí algunos objetos personales que considero esenciales: dos libros, material para coser y cartas de mis amigas que me recordaban la calidez de casa. Un diario de viaje también ocupó un lugar en mi mochila, listo para documentar cada paso de esta aventura.


Los días previos a mi partida fueron un torbellino de emociones. Aunque la emoción era palpable, la incertidumbre sobre lo que estaba por venir me hizo dudar en momentos. Sin embargo, el apoyo de mi amiga Sandra fue fundamental, ya que vamos a vivir esta experiencia juntas. Al final, decidí que, a pesar de mis miedos, debía lanzarme y confiar en lo que vendría.


El vuelo hacia Bolivia fue tranquilo y la llegada acogedora. Paul y Pancho, del equipo de Hombres Nuevos, nos recibieron con amabilidad, a pesar de que nos tuviesen que venir a recoger a las tres de la mañana.


Una vez en Santa Cruz, nos llevaron a la casa de voluntarios, un lugar acogedor que se convertiría en nuestro refugio los fines de semana.


El primer día fuimos invitadas a una boda, cosas que realmente nos hizo ilusión y nos generaba curiosidad. Lo veíamos como una excelente oportunidad para conocer a otros voluntarios y al equipo del proyecto. Aunque la multitud resultara abrumadora al principio, también fue un momento de integración para nosotras.


La primera semana en Bolivia estuvo marcada por un proceso de adaptación. Nos dedicamos a conocer los diferentes proyectos de Hombres Nuevos y conocimos a las voluntarias, Kary y Carla, con quienes formamos rápidamente una amistad que ha sido una fuente de apoyo está semana aquí.


A los días, Sandra y yo, exploramos el hogar social donde trabajaremos, yo llegué realmente tímida, pero a lo largo de los días siento que he cogido confianza y que son unas chavalas maravillosas. Lo más emocionante de esta experiencia ha sido la oportunidad de liderar talleres con los jóvenes. Pudiendo generar un espacio de creatividad y aprendizaje tanto para ellos como para nosotras. Esta interacción ha sido enriquecedora y gratificante, y nos ha permitido establecer un vínculo más cercano con ellas. La energía y la pasión que traen a cada actividad nos han inspirado a seguir comprometidas con nuestro trabajo.


A modo de resumen, estos primeros días en Bolivia han sido intensos, llenos de aprendizaje y crecimiento personal. A medida que nos adaptamos a este nuevo entorno, las ganas de seguir adelante crecen cada día más. Estoy ansiosa por descubrir lo que las próximas semanas traerán y por seguir contribuyendo con el proyecto . Esta semana es solo el comienzo de algo que luce muy enriquecedor.


Experiencia en Bolivia: descubrimientos y desafíos.


Llevo un mes y unas semanas en Bolivia, participando en el programa del CICODE, y puedo decir que ha sido un mes repleto de emociones intensas. La experiencia de estar lejos de España me ha brindado la oportunidad de reflexionar sobre mi vida y mis raíces, mientras me sumerjo en una cultura completamente nueva. La distancia de casa, aunque desafiante, también ha sido un catalizador para mi crecimiento personal. Me he encontrado con la morriña de extrañar a la gente que quiero y a la vez con esa sensación de pensar que me gustaría, ahora que estoy adaptada, quedarme más tiempo aquí.


Uno de los mayores desafíos que he enfrentado aquí es encontrar opciones de comida vegetariana. Este aspecto ha despertado en mí una mayor conciencia sobre lo que consumo y cómo se relaciona con mi identidad. Cada vez que busco un plato acorde a mis preferencias, me doy cuenta de lo importante que es para mí mantener este estilo de vida y siento que ha sido una de mis mayores frustraciones aquí, ya que mi alrededor consume mucha carne y en ciertos lugares en los que me muevo observo las condiciones duras en las que se encuentran los animales en la calle.


A pesar de las dificultades, he tenido la oportunidad de explorar Santa Cruz a nivel cultural. Esta inmersión me ha permitido sentirme más integrada y, al mismo tiempo, me ha despertado un deseo de conocer y compartir con más personas de aquí. 


Un aspecto que ha sido particularmente enriquecedor es mi exploración de espacios queer en la ciudad. Encontrar y conectar con mi comunidad al otro lado del charco ha sido una experiencia liberadora. Estas interacciones me han proporcionado un sentido de pertenencia y me han ayudado a comprender mejor la diversidad cultural que existe aquí y me ha ayudado a conectarme también con el sentimiento de comunidad. Para mí es algo realmente emocionante ver que vayas a donde vayas siempre vas a encontrar a alguien queer que te mira con complicidad.



En cuanto a mi labor de voluntariado, he sentido una gran flexibilidad en mis actividades. En el centro de día para personas mayores, he disfrutado de momentos de ocio compartido, realizando actividades como cocinar, participar en un bingo musical y teñir camisetas.



Estas experiencias han sido valiosas ya que me han permitido conectar con las personas mayores de manera sencilla pero significativa. Me llevo su alegría y la sensación de que son la vida misma, con su entusiasmo y sus ganas de que les pusiéramos música todos los días.


En el hogar social, que es el proyecto principal en el que trabajo, he comenzado a construir relaciones de confianza con los adolescentes. A lo largo de este tiempo, hemos enfrentado y superado nuestros primeros conflictos, lo que ha sido un gran aprendizaje sobre la convivencia y la empatía. Cada pequeño paso que damos juntos refuerza el vínculo que estamos formando.


Recientemente, he tenido la oportunidad de impartir dos talleres sobre bullying y relaciones saludables. Estos espacios me han permitido acercarme a mi rol como educadora y me han hecho reflexionar sobre el impacto que puedo tener en la vida de estos jóvenes. Sabiendo que ellos están generando un impacto enorme en mi.


Este mes en Bolivia ha sido un viaje de autodescubrimiento y conexión. A pesar de los retos, cada día me siento más arraigada a este lugar y a su gente, y estoy emocionada por lo que me espera en el futuro.


Mi Última Semana en Bolivia.


Mi voluntariado en Bolivia ha sido una experiencia transformadora, pero también llena de contradicciones y emociones encontradas que estoy reflexionando ahora que ya ha llegado a su final. A medida que la experiencia iba acabando, me ha empezado a invadir un sentimiento agridulce, propio de quien se va cuando los lazos más profundos empiezan a tomar forma. Aunque intenté evitar caer en la trampa del “volunturismo”, no pude evitar sentir que me iba en un momento crucial, no solo para mí, sino también para las personas con las que había compartido tanto. En mi caso, no se trataba solo de mi proceso de adaptación, sino de la conexión que había logrado construir con los usuarios del centro, especialmente con los adolescentes. Cuando llegué, estaba lejos de ser una presencia establecida. Ahora, al marcharme, sentía que dejaba una parte de mí en ese lugar y que la relación estaba comenzando a florecer. Todo esto me hace reflexionar sobre una experiencia de tan poco tiempo de este calibre, es por ello el sabor agridulce, ya que también estoy profundamente agradecida de haber podido aprovechar esta oportunidad.


El vínculo con los usuarios no se construye de la noche a la mañana. Son risas compartidas, miradas cómplices, pequeños gestos de complicidad y también algún enfrentamiento en la convivencia. Es por ello que la despedida también fue dura y deja algún que otro relámpago de tristeza cuando pasan los días desde que concluye la experiencia.


Las despedidas son siempre difíciles, pero un recuerdo hermoso que me llevo es la ternura con la que una señora del centro de día nos cantó una canción en aimara para desearnos feliz viaje, además del bonito detalle que tuvieron de poner nuestra foto en su árbol genealógico del centro de día. También es entonces cuando una no piensa simplemente en la efectividad de su labor como voluntario si no en la importancia de los vínculos que se crean, y que como le dije a una señora del centro, nunca me voy a olvidar de ellas.


En cuanto a la conexión con las voluntarias, no puedo más que expresar gratitud. Con Sandra, mi amiga y compañera, compartí absolutamente de todo y fue mi apoyo principal durante estos dos meses. La solidaridad y la colaboración entre el resto de voluntarias fue fundamental para poder enfrentarnos a los retos del día a día. A medida que se acercaba el final, la sensación de unidad se hizo más palpable, y ahora me las llevo cerquita espero que para mucho tiempo más, ya estamos hablando de reencuentros y quedadas compartidas.


Finalmente, quiero agradecer profundamente a la Fundación que me brindó esta oportunidad. No solo me permitió conocer todos los aspectos del proyecto, sino que me hizo sentir parte de él. Desde el primer día, hicieron todo lo posible por que me sintiera como en casa, y esa acogida fue fundamental para que pudiera vivir la experiencia con el corazón abierto y también para que a día de hoy sienta un duelo con volver. La despedida que nos organizaron a Sandra y a mí fue emotiva y creo que lo que más me ha marcado es que la sentí honesta y real.


Al mirar atrás, me siento agradecida por la oportunidad de haber formado parte de este proyecto, por haber aprendido tanto de las personas con las que trabajé y por haber podido ofrecer un pequeño aporte en sus vidas, ellas han ofrecido tanto a la mía... mi experiencia en Bolivia ha sido, sin duda, un viaje de crecimiento personal y colectivo. Un viaje que, aunque concluya físicamente, siento que perdurará mucho más tiempo en mi.











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