En Enero, época de exámenes, echando un vistazo en la página de la UGR, uno de los anuncios ponía: “Participa en cooperación al desarrollo”, cliqué y de los varios programas que había, tan sólo uno de ellos necesitaba una Fisioterapeuta. Probé suerte sin mucha esperanza… ¡y me tocó la guinda! No sabía si iba a poder compaginarlo con las prácticas de 4º Grado de Fisioterapia ya que coincidía con el curso pero hablando con un@s y con otr@s, conseguimos cuadrarlo y desde ese momento fue todo sobre ruedas.
Hacía mi primer viaje sola durante tanto tiempo y tan lejos, a Perú, ni más ni menos, “al otro lado del charco”. Estaba nerviosa y con muchas ganas y positividad, a pesar de dejar a mi familia más nerviosa aún en el hogar.
Cuando llegué a Lima, la capital, me recogió Julia, una perteneciente a la asociación de destino, y me llevó al hospedaje donde me recogió un amigo peruano con el que fui a pasear. Era como haber pisado nuevo mundo de verdad, todo tan distinto aunque las personas tan parecidas.
Al día siguiente fui al colegio de Chincha Baja donde se encuentra el centro médico en el que realizaría el voluntariado durante dos meses...