Hace unos días acabo de atravesar el ecuador de mi estancia aquí, ya llevo más de un mes y siento que ha pasado rapidísimo. Ahora, comienza mi cuenta atrás. Una cuenta atrás que aprovecharé tantísimo como he hecho hasta ahora.
Hablando del tiempo, contaros mi disputa entre la noción del tiempo que tenemos en España y la que se tiene aquí. He de confesar que al comienzo de estar aquí sentía que, a veces, la propia gente me hacía perder el tiempo llegando tarde, o no llegando, a las reuniones que habíamos acordado, cuando el conductor del autobús se para en medio de una carretera a comer y tú, dentro, muriéndote de calor, entre otras historias por el estilo. Aun así, me invita a seguir reflexionando sobre cómo usamos nuestro tiempo en nuestro país (reflexión que ya tenía desde antes de venir). Entre ambos países las prioridades son diferentes. Y, ahora que he podido observar durante un tiempo, percibo que es muchísimo más sano para una misma el uso del tiempo nicaragüense que el estresante uso del tiempo español, todo hay que decirlo.
Vuelvo a releer lo que escribí en mi segunda entrada cuando pisé tierras nicaragüenses, y reafirmo lo que comentaba sobre todo lo que me enseñarían estos chavalos. Son niños y niñas impresionantes, con unas ganas de aprender y unas inquietudes que, a veces, nos es imposible cubrir todas sus demandas. Es lindo observarlos y oírlos hablar sobre su entorno y, sobre todo, cuando mediante sus debates sobre el cuidado del mismo intentan concienciar a otras personas de fuera o de dentro de la comunidad. Me están enseñando que, con pocas cosas podemos ser felices. Os sorprendería verlos a todos y a todas siempre riendo y felices (obviamente toda persona humana tiene su día de bajos ánimos), Ellos/as casi no tienen juguetes, o solo tienen unos cuantos lápices para dibujar o, como me dijo una de ellas “Solo comemos helados cuando mi papá tiene reales, como una o dos veces al año” o, “nunca he probado una hamburguesa, pero se ven bieeeeen ricas”.

No sé por qué tendemos a comparar lo que conocemos, incluso lo que no conocemos. Lo cierto es que constantemente e inevitablemente se me viene a la mente la diferencia entre ser feliz con poco y ser infeliz con mucho. Seguro que habéis visto la típica imagen en las redes sociales en las que aparece el niño africano, con su sonrisa de felicidad y con un juguete elaborado con cuatro “chatarras” que hubiera encontrado por el suelo, y el niño occidental, llorando, mientras a su alrededor tiene todo tipo de juguetes. Pues es, exactamente, esta imagen la que se me viene a la mente. La diferencia tan abismal entre la realidad social de donde he nacido y crecido y, de la realidad que estoy viviendo en esta sociedad. Todo lo contrario a la sociedad individualista en la que vivimos, aquí se comparte lo poco que se tenga.
Al igual que lo anterior, releyendo el post en el que os contaba el comienzo de esta aventura, también reafirmo lo allí escrito sobre lo maravilloso del respeto entre los y las componentes del grupo. Se puede observar, a diferencia de otros, que es un grupo bastante consolidado dado los años que el PEA está trabajando con éste.

Pero, hablando de respeto, no puedo dejar de compartir con vosotras y vosotros las experiencias de acoso machista que aquí me estoy encontrando. He llegado a contar hasta, en un trayecto caminando de unos 30 minutos, 13 episodios de acoso verbal por parte de hombres. Me da rabia pensar, y más rabia aun cuando mi teoría se confirma, que voy a ir caminando y que, aquellos hombres que están en la esquina de la siguiente cuadra, van a decirme algo o van a silbarme.
Al principio de mi estancia aquí me surgía el debate de si contestar ante su acoso o hacer oídos sordos. Este debate apareció a causa del miedo que tenía a sus reacciones. Por ejemplo, tampoco conocía hasta qué grado estaban o no condenadas las cuestiones de acoso o qué tipo de protección podría tener aquí. Por otra parte, mi mente me gritaba que no podíamos seguir calladas por miedo, y que debemos hacer frente a esto, todas las mujeres seamos extranjeras o nacionales.
Finalmente, la elección personal que he tomado es la de, al menos, con las personas de las que me rodeo en mi día a día (niños y niñas con quienes trabajo, amigos, amigas, personas que viven conmigo, etc.), manifestar este problema y de qué forma nos afecta a mí y a todas las mujeres, aun a las que no son conscientes del problema. Pienso que esto puede invitar a una reflexión positiva, tanto a esas mujeres que no son conscientes del problema, como a esas mujeres que tienen miedo de que su respuesta ante el acoso pueda provocar un problema más grave.
Al hablar de esto con amigos y amigas, me cuentan que cada vez se están organizando más espacios de mujeres, donde éstas tienen total libertad de contar anécdotas de acoso, sentimientos y reflexiones sobre el tema. Estoy segura de que estos espacios son muy positivos para el empoderamiento de la mujer y ayudar a su liberación ante esta situación.
No me hubiera gustado terminar este post con lo único negativo que me he encontrado hasta el momento en el país, pero es un asunto que no creo que deba ocultarlo porque personalmente me afecta bastante, pero sobre todo a quienes afecta y seguirá afectando, será a todas las mujeres de este país. Obviando (sin obviar) esto, el país es bello, la población es muy hospitalaria. Jamás encontré a una persona que no me contestase a alguna duda sobre una dirección, horario de bus, incluso recomendaciones para prevenir sucesos que podían darse por ser extranjera. La sencillez de la gente y el compartir. Y, por supuesto, el amor y alegría diaria que me transmiten estos chavalos. Todo lo bello es lo que, cuando ya no viva aquí, prevalecerá. Estoy segura de ello. Como los hermosos paisajes…


