Llevo en Perú cuatro días, y creo que en este mínimo periodo he vivido algunas de las situaciones que más sensaciones me han removido, a la vez de tristeza y de felicidad y bienestar. Empezaré por orden cronológico.
El martes, mi primer día, estuve en la oficina de la organización para ver cómo funcionan un poco a nivel organizativo. Asistí a una reunión en la que se habló de los problemas que hay en las diferentes zonas de actuación en el Callao; disputas entre grupos, responsables que deciden dejar su trabajo de la noche a la mañana, ajustes de cuentas que acaban con un cadáver en la puerta de uno de nuestros centros... Y ésta fue mi bienvenida. Menos mal que la tarde fue tranquilita, como os dije en el post anterior era la final de Colombia y Perú para ver quién iba al mundial el próximo año. Lo vimos en el centro de Lima en una plaza enorme con pantallas grandes. La gente estaba en la calle viviendo su selección, sus colores y apoyando verdaderamente el partido. Estaban muy emocionados porque en los últimos 36 años no han participado en el mundial de fútbol.
El Callao es un barrio marginal, y a su vez una provincia perteneciente a Lima. Hay zonas y zonas, y por ahora he visto ya un poco de todo en los días que llevo aquí. El miércoles estuve en varios talleres en un centro para niños con pocos recursos. Fueron talleres de música, primero con los más peques bailamos y cantamos. Luego con el otro grupo que eran algo mayores hicimos un taller para aprender a tocar la guitarra, en el cual aporté poco porque tengo el ritmazo de una piedra. El cariño que yo pude recibir esa tarde no se puede medir con palabras. Eran besos y abrazos como si me conocieran de toda la vida. Y eso hace que te sea mucho más fácil el querer ayudar y hacerles pasar un buen rato, son niños que sufren en sus hogares lo que no somos capaces de imaginar. A pesar de ello, el agradecimiento en sus sonrisas y en sus miradas por estar yo allí participando y jugando con ellos me parece increíble.
Al siguiente día la idea fue parecida, pero en otro centro de una zona bastante profunda, con gente con muchos menos recursos, si cabe. Estos niños no tienen nada, sus familias no se preocupan mucho por las heridas que les salen, por la despigmentación en la piel por falta de nutrientes, por la falta de pelo por tiña, por la falta de higiene… Fue bastante duro la verdad, pero nosotros estamos aquí para hacerles pasar un buen rato a pesar de todo y tenemos que mostrarnos fuertes. Fue complicado hacer dinámicas de grupo o juegos en equipo, estos niños solucionan sus problemas con la fuerza, es a lo que están acostumbrados. Pasábamos más tiempo separando niños peleándose que otra cosa, pero aun así, pudimos hacer algún jueguecillo que otro. En el fondo son niños, y también nos mostraron su cariño, cuando nos íbamos nos dieron besos y abrazos y nos decían que nos echarían de menos. Me sentí más que satisfecha y realizada.
Entre tanto, he de decir que la comida peruana es EXQUISITA. Cada día pruebo cosas nuevas y todo me encanta. A este ritmo llego a España con asiento doble en el avión, pero la causa lo merece. Los mercados de fruta y verdura, que sólo por el color tan vivo que tiene todo te dan ganas de comprar, me encantan. Está todo riquísimo, con mucho más sabor que lo que compramos nosotros en los supermercados españoles. También hay productos, como la granadilla que parece un níspero gigante, que no he visto nunca, que poco a poco iré probando, vaya yo a irme sin catar algo o vivir alguna experiencia…