TENEMOS UNA BUENA NOTICIA…
¡No me lo puedo creer! Me han concedido la ayuda de Cooperación Internacional para llevar a cabo mi proyecto. Todo este proceso no ha sido nada fácil ya que yo estaba de Erasmus en la otra punta de Europa y no sabía si iba a ser posible llevar a cabo todo el “papeleo” y el curso de formación inicial a distancia. Sin embargo, el personal de CICODE me hizo saber que eso no era un inconveniente, de forma que pude realizar el curso de formación online y entregar todos los documentos necesarios vía Telemática o por Correo Postal. Es cierto que tuve algunas dificultades con la solicitud, pero gracias a la constante comunicación con Laura del Pino, una de las responsables de CICODE, finalmente se resolvieron todos los problemillas. Una vez concedida la beca definitivamente, empecé a planificar todo de forma mucho más detallada, ya que en menos de dos meses estaría volando hacia un lugar completamente desconocido.
UN DESTINO, UNA CRUDA REALIDAD
Mi lugar de destino era nada más y nada menos que Tegucigalpa (Honduras), uno de los países más vulnerables de América Latina en el que el 80% de la población vive con menos de dos dólares al día (unos 1,72 euros) y uno de cada 3 jóvenes es analfabeto. Yo conocía esta realidad a través de vídeos y experiencias que me habían contado personas que ya habían ido allí, también a través de hondureños que, gracias a su esfuerzo y la ayuda de la ONG Asociación, Colaboración y Esfuerzo (ACOES), habían obtenido una beca para estudiar en España. Pero nunca había vivido esa realidad con mis propios ojos; así qué, ¿por qué no? 2017 era el año perfecto para vivirla.
GRANADA -> MADRID -> BOGOTÁ -> SAN SALVADOR -> TEGUCIGALPA
Mi experiencia realmente comienza un lunes 10 de julio. Ese día no estaba sola, sino con una amiga que era la que me había informado sobre todo esto. El vuelo salía desde Madrid, así que la noche anterior cogimos el autobús hacia allí y nos quedamos a dormir en casa de un familiar. A la mañana siguiente nos dirigimos hacia el aeropuerto, donde una mujer nos preguntó a dónde íbamos y se sorprendió que fuéramos tan lejos siendo tan jóvenes y sobretodo con el objetivo de ayudar. El primer trayecto fue alrededor de 10 horas, era la primera vez que estaba tanto tiempo metida en un avión, pero no se me hizo tan pesado como esperaba, ya que en mi asiento tenía una pantalla individual en la que podía ver películas, series, jugar a juegos, escuchar música… En Bogotá me esperaban cuatro horas y media de espera; allí ayudé a una chica guatemalteca a llevar las maletas con la que posteriormente estuve un buen rato conversando. El próximo vuelo era hacia San Salvador, unas tres horas que se pasaron rápidas y finalmente, tras una hora y veinte minutos de espera en el aeropuerto, el vuelo a Tegucigalpa, en el que ya, por el cansancio de llevar dos días desvelada, me quedé completamente dormida. Desperté cuando ya estábamos aterrizando, estaba todo oscuro, pues eran las nueve de la noche. El aeropuerto de Tegucigalpa era muy pequeñito, por lo que no me costó trabajo orientarme y encontrar la salida. El salir de allí y ver que unos hondureños/as estaban esperándonos a mi amiga y a mí con un cartel que ponía “Bienvenidas a Honduras” no se me olvidará en la vida, fue una de las situaciones más emotivas hasta ese momento. Ellos eran de la ONG ACOES, con la que llevo colaborando en España dos años y en la cual he llevado a cabo mi proyecto allí en Honduras.

JET-LAG, GALLOS Y OTRAS NOVEDADES
Mis primeros días en Tegucigalpa fueron bastante intensos; pensé que iba a tener un jet-lag muy grande por el hecho de estar a casi 9000 kms y 8 horas de diferencia de España, pero no fue así ya que al no parar de hacer cosas durante el día, por la noche acababa rendida y me quedaba dormida en pocos minutos. Eso sí, tenía despertadores naturales, pues debajo de la “residencia” en la que vivía había varios gallos que me daban los buenos días con su cacareo a las 4:30 de la mañana. A veces daba ganas de matarlos y hacer una sopa con ellos, pues te despertaban justo cuando más a gusto estabas durmiendo.

Las primeras semanas estaba un poco desorientada porque cada día conocía gente nueva y lugares nuevos, por lo que me costaba asimilar toda la información de un solo. Sin embargo lo que más me impactó de este comienzo fue el día que fui por primera vez a un Centro Infantil de allí. Fue impresionante como todos los niños sin conocerme y ni si quiera saber que iba a ir allí, se levantaron y corrieron a abrazarme; ahí me di cuenta de que más que un coche de juguete o una Play Station, lo que más necesitaban ellos era alguien que les diera cariño.
