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Dosis de realidad

Hoy vengo a abriros un poco los ojos, o al menos a intentarlo. Os voy a contar diferentes casos que he podido conocer en el mes que llevo en Perú ya. Algunos de ellos los conozco de primera mano, yo he ido a sus casas y he podido oír las historias in situ, otras de ellas me las han contado otros voluntarios con los que coopero.


Los nombres originales de los protagonistas han sido cambiados para preservar su identidad.

Patricia, mamá de tres soletes que asiste a los talleres para mujeres a los que voy de apoyo. La historia de esta luchadora la pude escuchar el primer día que asistí al taller. Su esposo es un maltratador. Con la familia y amigos es el padre perfecto, un ejemplo a seguir, por lo que Patricia, cuando ha intentado pedir ayuda, solo recibe las negativas de la gente porque nadie la cree. “Como un padre tan bueno va a hacer eso que tú dices”.

Nos contó cómo vivió la Navidad del año pasado. En Noche Buena su marido había salido a beber, y a estar con otras mujeres probablemente. Ella sabía lo que iba a pasar cuando llegara a casa. Cuando escuchó el sonido de las llaves mientras su marido intentaba abrir la puerta, cogió a sus hijos, subió al piso de arriba y apagó la luz mientras lloraba aterrorizada. No podía hacer nada, solo esperar lo inevitable. Cuando entró en la habitación, abrazó a sus hijos y pidió clemencia, pero él la separó de los pequeños y se la llevó a otra habitación para golpearla.


Patricia todavía vive con su marido, el miedo, la falta de apoyo y la dependencia económica le impide tomar decisiones.


Esto que le ocurrió a ella es un problema muy presente en Perú, y en el mundo en general. Se cuestiona mucho el testimonio de la mujer cuando el género masculino es el culpable, ya sea violencia doméstica, una violación, un robo… La justicia todavía sigue siendo muy machista, y a la hora de hacer denuncias se plantean preguntas como ¿no le provocaste?, ¿cómo ibas vestida? He podido comprobar que además el sistema policial en este país no es muy transparente, por lo que las mujeres tienen pánico a denunciar, y al qué dirán.


Señora de la leche. Una de las actividades que realizamos es la de dar a conocer la ONG en las zonas más conflictivas en Callao. Los asentamientos humanos son consideradas zonas rojas, barrios olvidados por el gobierno y la sociedad en general. Todo es muy humilde, y viven personas con mínimos recursos, drogadictos, ex presidiarios… Nos dedicamos casi a ir puerta por puerta recordando quién es la organización y qué clubs de autoayuda ofrecemos. En uno de estos días, me topé por casualidad, o quizás cosas del destino, con esta señora. Me invitó a entrar en su casa, y me contó su historia. Esta señora se levanta a las cuatro de la mañana todos los días para preparar leche caliente para las personas que no tienen nada. Esta mujer vive en una zona MUY humilde y ella no tiene mucho que ofrecer, y aun así sacrifica sus mínimos recursos para ayudar a otros que están peor que ella, al menos tiene una casita hecha con cuatro maderas.


Me contó que está muy triste desde que ocurrió una desgracia en su familia. Su nieto era un joven estudioso, me enseñó sus libros y apuntes de matemáticas y estadística. Era responsable y no se metía en problemas típicos del barrio, como pueden ser bandas, drogas y armas. Una noche se despidió de él porque se iba a cenar con una chica, y la señora se fue a dormir. En plena madrugada su hija la despertó diciéndole que su nieto había fallecido en un tiroteo. No se sabe si fue una bala perdida, o si la chica no era tan buena compañía como creía el chaval, el hecho es que el nieto estaba en el lugar erróneo, en el momento equivocado, y eso le costó la vida a sus 18 años.


Esta señora tiene algo muy importante que enseñarnos a todos, hay que ayudar y cooperar con aquellos que no tienen nada, cualquier ayuda o detalle será bienvenido siempre, por pequeño que sea. Es un gran ejemplo, ella sin apenas nada que ofrecer y con problemas emocionales, ayuda a personas que están tiradas en la calle, literal. Deberíamos aprender un poco más de ella y ser todos un poco más humanos, muchas veces creemos que no podemos hacer nada para ayudar, y quizás no podamos donar dinero, pero hay mucho que se puede hacer; ayuda en terreno, ayuda con la gestión interna, hacer difusión de organizaciones…


Peter. Otra de las actividades que hago es visitar colegios de la organización y simplemente estar con los niños; contar cuentos, hacer dinámicas o talleres o simplemente jugar con ellos. En uno de los colegios de otra zona roja pude conocer a Peter, aunque esta historia ha llegado a mis oídos por otro voluntario.


Peter es un niño de tres años que vive con su abuela, quien cuida también de su hermano y de dos primos que tampoco tuvieron suerte con la familia en la que nacieron. Sus madres se suicidaron y sus padres son drogadictos. Parece de película que desgraciadamente las dos parejas hayan tenido el mismo final trágico. La madre de Peter también se drogaba cuando estaba embarazada, por lo que el pequeño sufrió daños y tiene serios problemas para aprender en el colegio. La abuela, de tan solo 46 años, tiene una parálisis parcial que le impide trabajar. Los únicos ingresos que tenía esta mujer eran de una moto taxi, pero hoy en día no recibe dinero de ninguna fuente, tuvo un accidente y el vehículo esta inutilizable. Viven sin dinero, solo con las ayudas y donaciones que reciben. Por si fuera poco el cuadro familiar de los pequeños, esta señora tiene problemas mentales y maltrata a los niños. Peter apareció un día con su naricita quemada. Él decía que fue un accidente jugando en la calle, pero la doctora que le atendió en el hospital dijo que esa quemadura había sido intencionada. Si denuncian a la abuela le quitarían a los cuatro pequeños y serían llevados a un orfanato. La organización con la que trabajo considera que los niños están mejor con la abuela, aun maltratándolos y sin recursos, que en el centro.


La realidad de los centros de acogida en Perú es muy dura. Los hospedajes tienen recursos muy limitados y tristemente hay muchos niños que no son cuidados como se debiera en sus hogares. Los cupos se sobrepasan considerablemente, siendo el resultado un trato lamentable a los pequeños



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Carlos. Esta historia también ha sido cedida por un voluntario, no he tenido el gusto de conocer a este guerrero.


Carlos tiene nueve años. Nació con un solo testículo y varios problemas en ganglios, lo que le ha provocado dificultades de salud desde siempre y de por vida. La sanidad en Perú está muy lejos de la que disfrutamos en España. La pública no funciona muy bien, y la privada, que tampoco goza de la mejor gestión, para estas personas que apenas tienen recursos para alimentarse cada día, no es una alternativa.


Además de los problemas de salud, con tan solo cinco años su tío empezó a abusar de él sexualmente, y desde entonces Carlos tiene pánico a dormir solo, entre otras tantas consecuencias y traumas. La familia no quiere hablar del tema, ni quieren denunciarlo a las autoridades. Como comentaba en el caso de Patricia, el miedo al qué dirán, a las habladurías, hace que estos casos no salgan a la luz y se escondan como algo malo. Es necesario trabajar en este aspecto para que en estas terribles historias al menos se haga justicia, y con el paso de los años desaparezcan por la conciencia social y por la acción policial y judicial.


Continuando con la historia de Carlos, sus padres y él viven en casa de su abuela, donde también viven sus tíos. Solo tienen una habitación para la familia que consta de dos camas. En una duerme su hermano quien, por una bala perdida, no se puede mover. En la otra cama duermen Carlos, sus padres y su hermana. La abuela ya no quiere que vivan en su casa, pero no tienen recursos para poder tener una vivienda propia. El padre trabaja recogiendo el dinero en las combis (furgonetas pequeñas que hacen de transporte público en Callao) y la madre no puede trabajar porque tiene que cuidar de su hijo inválido.


Este caso, aunque no lo conozca de primera mano, me ha afectado mucho. Es una familia que ha sufrido mucho desde demasiados flancos, y mi compañero me contaba que no les faltaba la sonrisa en la cara, le invitaron a pasar a casa y a sentarse con ellos en la mesa. Una vez más, personas que no tienen nada se muestran hospitalarios ofreciendo lo poco que tienen. Me hace reflexionar sobre todo lo que tenemos nosotros en nuestras casas, y lo poco que hacemos pudiendo ayudar en tanto.



Elena. En el colegio que mencionaba en la historia de Peter pude oír esta historia. La directora me contó sobre Elena, una pequeña que solía ir a este centro cuando la salud se lo permitía.

Es una niña de siete años que ha tenido problemas de salud desde que nació. El primero de todos fue el de varios tumores cerebrales a los que tuvo que enfrentarse. Con el paso de los años y varias operaciones, la niña ha ido empeorando sumando a la lista más enfermedades y problemas de salud. Actualmente está ingresada en el hospital sin esperanzas de mejora. No tiene cura posible y los médicos le van a dar el alta en cuestión de días, ya que dicen no poder ayudarle más. Aquí las cosas funcionan así, si no tienes dinero para pagar por servicio sanitario tus posibilidades de mejora disminuyen. No es el primer caso que oigo de personas sin dinero que no pueden pagar el médico y sufren las consecuencias de por vida.

La familia de Elena es muy humilde también y no tiene recursos ni medios para comprarle todo lo que la pequeña necesita. Teniendo en cuenta su estado tan crítico, casi necesitan un mini hospital en casa; cama especial anti escaras, bombona de oxígeno más un sinfín de medicamentos para tener una mínima calidad de vida durante el tiempo que le queda en este mundo. La madre no pide dinero, suplica por donaciones de todo lo que necesita su hija para poder tenerla en su casa.



Universidad de Granada
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