Shipibo-konibo.
Conocimos su hogar en Cantagallo, junto al Rímac, donde hace casi un año perdieron todo en un incendio.
Conocimos Campoy, en el distrito de San Juan de Lurigancho, donde aproximadamente veinte familias de esta comunidad consiguieron un lugar para empezar de nuevo.
Conocimos su artesanía, sus kené. Sus diseños geográficos, los textiles, las cerámicas, las semillas de la selva. Las horas, días, semanas y meses que implicaba su trabajo. Sus manos, la mayoría de mujer, que destilaban sol, trabajo y esfuerzo en cada línea.

Nos hablaron de la selva, de donde vienen, de su vida allí y aquí. Nos cantaron sus ícaros y nos enseñaron palabras en su lengua shipiba (con nefasto resultado por nuestra parte, hemos de reconocerlo).
Yo me quedo con que nos están enseñando el significado de resiliencia, y de poder femenino.

Poco a van llegando el resto de compañeros y compañeras del proyecto, y cada vez damos más forma a todo aquello que en las primeras veíamos como un folio en blanco, ¡y qué satisfacción!
Además de trabajar con esta comunidad, principalmente con los niños y niñas, cada sábado colaboramos con un consultorio jurídico en Canto Grande (San Juan de Lurigancho), donde la Universidad ofrece un servicio de asesoría jurídica gratuita: somos una educadora social, una abogada, una psicóloga... así que decidimos crear un equipo multidisciplinar. Por un lado, las madres que acuden al consultorio con sus pequeño/as pueden disfrutar de un servicio de guardería durante la consulta. Además, aquellos casos más vulnerables, pasan antes por una breve consulta psicológica. Pero, lo mejor de todo, es que estamos creando lazos con la Universidad para garantizar un servicio de derivación en el futuro.