Nuestra experiencia se llenó de vida nada más conocer a los niños y niñas del barrio La Pulida, en las faldas del monte Pichincha. En el barrio se respira un ambiente humilde y muy familiar, no importa lo ocupada que se encuentre la gente, siempre tienen un momento para pararse a saludar y regalarte algo de fruta para las cuestas que te esperan en el paseo por el barrio. La primera semana se llenó de nombres de vecinos y vecinas que venían a conocer el proyecto, a apuntar a sus hijos/as al campamento. Estuvimos conociendo la ciudad, la cultura, la situación política y social actual cargada de la realidad de miles de venezolanos que salen de su país buscando una nueva oportunidad. Vivir de tan cerca esa necesidad de dejar atrás tu casa en busca de un futuro mejor te hace replantearte muy a fondo las políticas sociales que se toman de cara a acoger a todas aquellas personas que cruzan a nuestro país con esa misma esperanza. ¿Realmente estamos acogiendo? ¿Estamos abriendo nuestras puertas? ¿Nos preocupamos por el contexto social y personal de aquellas personas a las que “acogemos”, o simplemente cubrimos unas necesidades mínimas y nos desentendemos? Sé que por suerte hay muchas personas que sí que lo hacen con el corazón.

El campamento vacacional estuvo orientado en un marco de valores por la búsqueda de la paz. Cada día se trataba un valor con el que realizábamos dinámicas y representaciones con las que los niños y niñas pudieran interactuar entre ellos e interiorizar cada valor. También realizábamos diferentes talleres de música, danza, teatro, deporte y coreografía de cara al desarrollo del arte y la expresión de los más pequeños y pequeñas. Consistía en un campamento matinal desde las 7.30h de la mañana hasta las 12.30h con chicas y chicos desde los 3 años hasta los 12, la mayoría del barrio, muchos estudiantes del colegio de las Escolapias. Lo que más me llevo en el corazón son las conversaciones que me regalaron, haciéndome ver Ecuador desde sus ojos y poder aprender de una visión tan pura y sencilla de este país.

La última parte de mi experiencia en Ecuador fue en Coca, en la parte amazónica del país, donde tuvimos la enorme suerte de poder conocer las diferentes culturas indígenas de la zona. Nos invitó a comer una familia Kichwa que estuvo encantada de compartir con nosotras su día a día y las preocupaciones acerca de su cultura. Qué ricos nos hace tener diferentes culturas a nuestro alrededor, diferentes idiomas, diferentes visiones y qué poco las cuidamos. Allí, los jóvenes están abandonando las comunidades indígenas para incorporarse a las ciudades.

Las Escolapias y más organizaciones acompañan toda esta realidad intentando que ir a la ciudad no suponga renegar de tu cultura y abandonar tu idioma materno, tu espiritualidad y tu educación. Buscan que los jóvenes vivan su cultura con orgullo a la vez que ayudarles a elegir con más libertad su futuro.
Quizás la realidad más dura que me he encontrado ha sido una desigualdad de género mucho más visible. Una sociedad en la que la mujer se ve relegada a un segundo papel, a la pérdida del derecho a decidir sobre su cuerpo de muchas de ellas y a la pérdida de la seguridad personal. Desde el gobierno y desde diferentes organizaciones, entre ellas las Escolapias, con las que tuvimos la suerte de estar, se están llevando a cabo diferentes campañas para reducir esta diferencia que ahora mismo hace “agachar la mirada” de las niñas del país.