Os haré spoiler mi experiencia: ha sido de diez. Desde el primer momento en que pisé Bolivia ya me sentí en casa, está claro que mucho tiene que ver con la fundación que iba, Hombres Nuevos. La misma mañana que llegamos tuve la oportunidad de conocer muchos de los proyectos que llevan: colegios, piscina, becas universitarias y residencia, centro de día de adultos mayores, niños mensajeros...
Como podéis ver había donde elegir, lo mejor es que no he mencionado todos. Esta fundación lleva ayudando a la evolución del país desde hace 27 años, cuando Nicolás Castellanos, fundador de la misma y obispo emérito de Palencia decidió dejar todo y ayudar a los pobres. Sin duda, ha sido una suerte haber convivido con él este mes y medio, por tantas historias de todos los años vividos allí y por su gran sabiduría.
Algo que me llevo y por lo que he decidido titular así mi post es el hecho de ayudar al pobre pero sin regalárselo, sino pidiendo algo a cambio aunque sea de manera simbólica. Que ellos sepan que las cosas valen, que valoren lo que les dan.
Ser un adulto mayor e ir al centro de día donde hacer actividades creativas, bailar, cantar y reír mucho, les cuesta 3 bolivianos (40 céntimos de euro). Conseguir una beca para la universidad, recibiendo dinero para su matrícula, transporte, fotocopias e incluso algo de ropa para ir, alojamiento en una residencia a cambio de 4 horas a la semana de voluntariados en alguno de los proyectos de la fundación.
Mi función en principio era estar en el comedor de niños mejorando el menú, y así hice mi primer día.
Al tener el menú hecho y viendo la necesidad de un nutricionista en el Hospital Virgen Milagrosa financiado por el proyecto, decidí dedicar el resto de mi estancia en terreno a este fin.

Sin duda, han sido mis mejores prácticas, cuando llegué y ví que las cocineras sin ningún tipo de formación tenían que elaborar cada día el menú para los enfermos, entendí que era el mejor sitio en el que podía estar.
El proyecto siempre ha estado abierto a escuchar mis propuestas de mejora y me han hecho todo muy fácil. He podido hacer talleres en el comedor a madres y niños de alimentación saludable y a las cocineras de menús para enfermos e higiene en la manipulación de los alimentos.

Estoy deseando volver y no llevo ni un mes en España. He conocido una realidad llena de sencillez, humildad y disponibilidad. Aunque les falte la comida del día siguiente te brindan lo que tienen. Cuando me despedí de las cocineras y ayudantes del hospital me regalaron un bolso típico de Bolivia y quién sabe si su sueldo de ese día no fue lo que pusieron para regalármelo...
Eternamente agradecida, Bolivia nos vemos pronto.