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Marruecos, aún más cerca

Podría comenzar diciendo que ha sido una de las experiencias más fuertes de mi vida y, sin duda, no me quedaría corta. Emociones nuevas, momentos, personas y lugares inolvidables me acompañarán a la vuelta y estoy segura de que se quedarán para siempre conmigo.


El proyecto en el que participé se llama “Fortalecimiento de los mecanismos de apoyo a la población migrante en el norte de Marruecos, especialmente la población subsahariana, atendiendo a un enfoque de género y Derechos Humanos”. Dada la situación de vulnerabilidad y la urgencia de la problemática, el proyecto puede encuadrarse en la acción humanitaria más que en cooperación internacional. Durante mi participación, pude conocer las dificultades que estos proyectos entrañan: difícil sostenibilidad a largo plazo, ya que los usuarios se marchan; necesaria adecuación a las circunstancias, porque tras este verano, se han intensificado las redadas para expulsar a subsaharianos del país; etc.


Las tareas son muy variadas. Dos días a la semana hemos estado en la sede de Asilah haciendo labores propias de oficina y en relación con la cooperación: elaboración de informes, actualización de bases de datos, recopilación de fuentes de verificación… Sin duda, mis días favoritos han sido aquellos que hemos acudido al centro de Tánger. Los lunes, hemos impartido talleres de español, inglés, alfabetización y baile a los migrantes. Respecto, al de baile, más bien nos han formado ellas a nosotros, y eso es uno de los mejores recuerdos que me llevo. Los otros dos días a la semana se hacían cuestionarios para conocer la situación de cada migrante y se les repartía comida, pañales y leche para los bebés. De igual manera, el centro dispone de una guardería-ludoteca, donde los niños aprenden a leer y escribir, comen y se divierten. Además, hay un gabinete psicológico y médico disponible.


Han sido sólo cuatro semanas, sin embargo, he reflexionado sobre muchos problemas de la actualidad desde una perspectiva diferente. Este verano hemos estado bombardeados por noticias sobre cómo llegaban a las costas andaluzas pateras y más pateras procedentes, precisamente, del norte de Marruecos. Es duro conocer a las personas que arriesgan su vida en busca de algo mejor y conocer la historia que cada uno lleva detrás: ablación genital femenina, guerras, magia negra, crisis económicas, matrimonios forzosos, prostitución, trata, violaciones y secuestros. Lo que más impacta es la resiliencia y la fuerza que les caracteriza, la sonrisa permanente de la gran mayoría de las personas que llegan al centro y la gratitud que expresan. Me llevo tantas lecciones de humanidad por parte de ellas, que la despedida sé que será muy dura y la vuelta, aún más.


Por otro lado, la cultura marroquí es fascinante, la comida deliciosa, las personas muy hospitalarias y las ciudades, muchas de ellas decadentes, revelan historias sorprendentes. Recuerdo saltar de la cama la primera noche que estuve aquí al escuchar la llamada a la oración a las 5.30. También es inolvidable la insistencia de los vendedores en las medinas y el arte del regateo, la mezcla de olores, la tranquilidad de las plazas y el caos del tráfico, el procedimiento para hacer el té, el azul de Chaouen y las noches de estrellas en el desierto, chapurrear algo de darija o tamazigth, etc. Si algo tengo claro después de esta experiencia, es que no será la última


Universidad de Granada
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