Ya va llegando el final de mi estancia en el Cusco, una ciudad del sureste del Perú ubicada en la cordillera de los Andes. Es la capital del departamento del Cusco donde se desarrolla nuestro proyecto “Promoción del acceso a un ambiente saludable y a los servicios de agua y saneamiento, en el marco de los derechos humanos y la equidad de género, en las comunidades indígenas de la Mancomunidad Municipal Valle Sur Cusco”.
Para escribir esta entrada, he tomado un momento para parar a pensar y recapacitar en todo lo vivido y experimentado a lo largo de, aproximadas, siete semanas; han sido muchas y muy intensas las sensaciones y las emociones, y es lo que me llevo de vuelta.
Todavía recuerdo el momento en el que puse los pies en el aeropuerto de Lima o el aterrizaje entre los apus (montañas) andinos que se extienden desde Venezuela hasta la Patagonia cruzando Abya Yala (Latinoamérica). Fueron la primera conexión con estas tierras, aunque anteriormente ya había soñado con ellas. Posteriormente, he tenido la oportunidad de profundizar más en el conocimiento de su realidad, sus gentes, los diferentes modos de organización, como las asambleas comunales, la política y procesos electorales o las brechas de desigualdad. Igualmente, perdiéndome por las montañas me he sentido conectada con la tierra, el vacío del tiempo y a la vez su plenitud. Los paseos y la residencia en la capital histórica del Perú y sus alrededores me han permitido observar las consecuencias del imperialismo en la sociedad, arquitectura y modos de vida, así como el fuerte sincretismo con el que sobreviven las creencias y técnicas de las sociedades precolombinas y la modernidad.

Todo ello, todo lo observado, escuchado, todos los aromas y sabores degustados y la reflexión teniendo en cuenta la globalización, nos invita a pensar la diferencia y a tomar conciencia de ésta como un fundamento individual y colectivo de identidad. Además, he tenido la excelente oportunidad de poner todo esto en común con mis compañeras de “chamba” Natalia y Belén, lo cual nos ha servido de aprendizaje personal y profesional, por la labor que desempeñamos en las comunidades indígenas andinas y la que seguiremos realizando en un futuro. Hemos compartido muchísimo, tanto dentro como fuera de las horas de trabajo con Guaman Poma de Ayala, la ONG asignada. Considero que hemos formado un buen equipo, en el que hemos aportado en armonía desde la diversidad, cada una desde sus propias experiencias, desde lo adquirido aquí y hemos construido en base a eso, tratando siempre de tener una visión crítica orientada a una práctica transformadora de la cooperación internacional.
Esto no ha sido siempre sencillo y hemos tenido grandes dilemas a la hora de trabajar, sobre todo en la transversalización de género y derechos humanos, que es donde creemos que más hemos podido aportar. No en vano, muchas autoras y autores han señalado la dificultad de conjugar el discurso de los derechos humanos formulados por Occidente con la realidad y dignidad de la “otredad”.
En definitiva, siento que por muchas actividades que he desarrollado en este lugar del mundo, es mucho mayor el aprendizaje adquirido que el impacto de lo realizado, aunque todavía me queda mucho por asimilar; como dice Edurne, compañera y tutora en terreno, el viaje comienza al regreso.
Desde este aprendizaje, desde la transformación y el movimiento, desde la resistencia y las nuevas formas de vivir el Sumak kawsay o, dicho en otras palabras, el buen vivir andino, y cada pasito que he observado hacia la soberanía de las sociedades en estas tierras en florecimiento, sin olvidar las enseñanzas de mis ancestros y mis experiencias culturales propias y adquiridas, seguiré adelante buscando transcender desde el abismo.
En Latinoamérica, así como en otros lugares del mundo, tanto la represión como la resistencia tienen nombre de mujeres y así es cómo estoy viviendo esta experiencia, como cooperante, brigadista, mujer de cultura reprimida y como persona.
