Hola a todos,
Comenzaré presentándome: mi nombre es Candela Rejón Sánchez y actualmente tengo 22 años. Soy estudiante de Derecho y Administración y Dirección de Empresas en la Universidad de Granada.
Mi vinculación con la cooperación al desarrollo y el voluntariado se sitúa hace ya años y es que desde edad temprana he sido consciente de la situación de desventaja en las que se ven sumidas muchas personas, lo que me ha movido a formar parte en diversas iniciativas que intentan atajar las lacras de la pobreza o la desigualdad.
Cada experiencia vivida, cada grano que he intentado ir aportando a lo largo de mi vida, no me dejan sino ganas de continuar aprendiendo y formándome para que el día de mañana pueda, con mi profesión y con mi persona, contribuir a la noble causa de construir un mundo más justo. Este año terminaré mis estudios, y me encuentro ante un futuro incierto en un mundo altamente competitivo. Es por ello que antes de emprender mi futuro profesional, quería tener la oportunidad de enriquecerme con realidades que sigan contribuyendo y fortaleciendo el papel que quiero tener en la sociedad del mañana, para que la conciencia social continúe dando forma a mis esquemas vitales y planes de futuro.
Es entonces cuando decidí acudir al Cicode, a una primera reunión informativa con el fin de poder ir a Perú durante el verano. Salí expectante y convencida de que era lo que quería y en parte necesitaba. Tras la preparación de documentos, mucho papeleo, unas cuantas visitas al registro, y otras tantas horas frente al ordenador, salió la primera convocatoria y cada vez estaba más cerca de aquello que llevaba tiempo persiguiendo: ir a Perú, a Arequipa concretamente.
Ganas, nervios, incertidumbre, expectación… Todas estas emociones me fueron persiguiendo en los meses siguientes hasta que finalmente me vi a mí misma preparando la maleta para embarcarme en una experiencia que, sin duda alguna, ha superado la mejor de las expectativas. No han sido dos meses de mi vida, sino una vida en dos meses. Y digo esto porque la envergadura e intensidad de la estancia en un país del Sur hacen que dentro de mí parezca mucho más tiempo el que tuve la suerte de estar en Perú, en Arequipa, viviendo en la casita de Santa Rosa y yendo a los colegios de Circa.
Para que entendáis un poco mejor de lo que hablo, el proyecto del que he formado parte es llevado a cabo por la organización CIRCA, en la ciudad de Arequipa. Cuentan con diferentes albergues en los que viven niños y niñas en riesgo de exclusión social, y es en uno de ellos donde vivíamos la mayoría de voluntarios, en el “Sumac Wasi” (casita feliz) de Santa Rosa, junto a niñas de entre 12 y 18 años. Niñas que sabían tu nombre incluso antes de que llegaras, y corrían a abrazarte nada más entrar en la casa. Y así desde el primer al último día.
Además, dicha organización cuenta también con unos 30 colegios distribuidos por la ciudad, por lo que se me asignaron dos escuelas a las que acudía todas las mañanas a dar clases de inglés. Una de ellas se encontraba en la parte alta de la ciudad, en una zona en la que las calles ni quiera estaban asfaltadas y la limpieza brillaba por su ausencia, por lo que era un colegio carente de todo tipo de infraestructura. Tras pasar por allí, fui consciente de que un lugar lo forman las personas que están dentro del mismo, y que todo es posible si existe voluntad por parte de quienes que lo integran: padres que quedan un sábado para cercar el colegio y mejorar el patio, profesores implicados en la situación de cada uno de sus alumnos y, sobre todo, niños respetuosos con una inquietud inabarcable por avanzar y aprender.

Por las tardes, los voluntarios nos distribuíamos entre los diferentes “Sumac Wasi” para hacer las tareas con los chicos y chicas, lo que muchas veces se convertía en una mera excusa para pasar un rato de risas y los deberes eran relegados a un segundo plano.
Ya hace más de un mes desde que volví a España y tan sólo espero que cada persona conocida, lugar visitado y momento vivido permanezcan en mí para siempre. Que cuando pasee por una gran ciudad, con todo tipo de lujos, de edificios altos y calles repletas de tiendas, me acuerde de Perú y sus contrastes. Me acuerde de aquellas ciudades que en cuestión de dos manzanas parecían sitios totalmente distintos. Los turistas, agencias de viajes, edificios coloniales y bonitas iglesias eran relegadas por casas a medio construir, calles llenas de polvo y todo tipo de puestos callejeros que te permiten acercarte a la verdadera esencia del país, pero que también te hacen palpar de primera mano este mundo desigual del que formamos parte.
Asimismo, en aquellos días en los que aquello a lo que hacemos llamar “vida civilizada” nos consume, espero recordar la inmensidad de la naturaleza. Porque con mis ojos he tenido la suerte de ver paisajes que han conseguido ponerme el vello de punta por su imponencia.

Cuando vaya por la calle con mis cascos e inmersa en el teléfono móvil espero acordarme de la cercanía y disposición de las personas, de barrios en los que todavía es común conocer al vecino y ayudarle en lo que necesite.
Y finalmente, espero que en aquellos días en los que vagamos por la vida quejándonos de nuestra existencia, recuerde cada sonrisa recibida por niños y niñas que pasan por situaciones inimaginables y que nos podrían dar más de una lección en fortaleza y superación a muchos adultos.
La tristeza es condescendiente, y la indignación por sí sola es inútil. Sin embargo, de Arequipa me fui con una enorme determinación para seguir andando en la senda de la transformación social. Esto no es un compromiso a tiempo parcial, sino una declaración de intenciones en la que me comprometo a no vivir impasible ante la injusticia y el sufrimiento de otros, sino a involucrarme activamente en toda clase de iniciativas que contribuyan a la mejora y solución de estos problemas.
Me resisto a caer en la trampa de la autocomplacencia. En vez de empequeñecernos ante los problemas, nuestra resolución debe ser proporcional a la magnitud de éstos. Solo de esta manera, estaremos respondiendo de manera satisfactoria a las expectativas y responsabilidades que, en mi opinión, todos acarreamos como personas.
Muchas gracias a la Universidad de Granada por brindarme esta oportunidad.