Con el equipo Bombearte, en el que Joaquín Roldán y Ricardo Marín Viadel (profesores de la UGR en las facultades de Bellas Artes y Educación) llevan participando varios años, fuimos durante cinco semanas a tres escuelas de ACOES: Virgen de Suyapa, Santa Teresa de Jesús y Santa Clara de Asís, en las colonias Linda Vista, Nueva Capital y Ramón Amaya Amador respectivamente, que se sitúan en montañas llenas de vegetación y en las que no hay asfalto, muchas casas son de madera o chapa y tienen gallinas, perros y gatos en sus patios de suelo de tierra y hierba. Nunca anduve por allí, ni siquiera anduve mucho por el barrio en el que vivíamos, Monterrey, pero veía todos los días en el camión a la ida y vuelta a las escuelas miles de escenas, algunas que me encantaban y otras que me ocasionaban mucha tristeza.
Nuestro objetivo en las escuelas era hacer obras de arte con todos los niños. Estábamos una o dos semanas en cada una, y en las tres construimos una galería de arte con las piezas que habían hecho con nosotros, y esto era de las cosas más bonitas que vivimos por la reacción de ellos y de los profesores, y por supuesto por la misma exposición. También era precioso ver a los niños y profesores creando, observar su expresión y su reacción.
A parte del gran aprendizaje que hemos tenido a nivel laboral y que agradezco muchísimo (todos los días y a cada hora actuábamos como profesores de educación artística, primero pensando qué obra hacer y luego explicándoles en qué consistían las actividades y observando cómo creaban, guiándolos), creo que ahora afronto la vida de una forma muy distinta y ha cambiado la manera en la que veo los problemas. Y por supuesto, ahora valoro muchísimo más lo que tengo en mi casa y en España, pero a la vez hecho mucho de menos aquello, a las personas y recuerdo todas las experiencias que he vivido con ellas.
Lo que más me enseñaron es la felicidad, el agradecimiento y el respeto que sienten. Los niños son una gran lección por la alegría con la que viven y el cariño que dan, y los adultos por su lucha y buen corazón.
Recuerdo mucho a los estudiantes de las casas Populorum, jóvenes de más o menos 20 años, que por estudiar se van lejos de su ciudad y tienen miles de obligaciones más que la mayoría de jóvenes de España, y así se ha hecho en mí más fuerte la idea de que no valoramos lo que tenemos. Creemos saber esto que nos repiten en la vida muchas veces, pero hasta que no vemos o vivimos ciertas situaciones no lo sabemos de verdad, y creo que ni siquiera basta eso.
Recuerdo las palabras de la directora Emma de la Virgen de Suyapa, la primera escuela a la que fuimos. Había tocado el timbre que señalaba el final de la jornada y muchísimos niños jugaban en el patio, y algunos se quedaban hasta que cerraban el colegio. Nosotros esperábamos al camión para ir a casa y veíamos a los pequeños. No recuerdo quién, si otra persona o yo, comentó que era raro ver a los niños todavía allí cuando en España la escena es totalmente la opuesta, los niños corriendo felices por salir, y Emma nos dijo que los niños aquí incluso se colaban el fin de semana para jugar. En las otras escuelas sucedía lo mismo. ‘‘Para ellos la escuela es un paraíso.’’
Niños que te abrazaban al verte cada día, que no pretenden crecer antes de tiempo, que tratan con amor a los compañeros que tienen alguna dificultad, que adoran a sus profesores y a los voluntarios que conocen.
Con los niños es con los que quizás guarde los recuerdos más bonitos, pero a los mayores les tengo también mucho cariño, y de ellos aprendí mucho: de la involucración de los profesores y directoras de las escuelas, del esfuerzo y trabajo de los estudiantes Populorum y de la gente en general, de las vivencias y opiniones de los demás voluntarios y de las discusiones y reconciliaciones con mi equipo y de nuestro trabajo.
Contaría mil cosas, pero me he decidido por una en especial que me ocurrió al terminar la labor del equipo Bombearte.
Nos quedaban dos semanas libres y yo quise hacer por mi cuenta algunas actividades con los estudiantes de bachillerato en la escuela Santa Teresa. La primera fue una propuesta artística que ya había llevado a cabo en un instituto de Granada, y consistía en hacer un dibujo de línea de una hoja de árbol seca y rota del natural con un resultado realista, haciendo primero el contorno de ésta y luego sus líneas interiores.
Esta actividad la hicieron como esperaba, muy bien en general, y descubrí que en cada grupo de 20 había varios adolescentes interesados y/o hábiles en el dibujo. Y no puedo evitar comparar otra vez con España, o lo que yo he conocido, porque en toda mi generación del instituto, de los 120 aproximadamente, solo habíamos dos o tres que queríamos estudiar artes.
Por esto decidí hacer otra actividad en la que les mostré diferentes dibujos y pinturas que considero magníficas, hablándoles de su técnica y cómo estaban hechas además de algunos comentarios y trucos de la pintura y el dibujo en general que a mí personalmente me han resultado muy valiosos en mi aprendizaje, y tras esto les repartí al azar las fotocopias para que cada uno dibujase la que le había tocado.

Algunos estaban nerviosos por el desafío del que se trataba y se reían, y otros más serios y seguros de ellos mismos. Fue una actividad muy difícil para mí porque cada uno necesitaba ayuda individual, aunque a veces dijese en voz alta lecciones generales. Algunos se desilusionaban, pero al explicarles cómo hacerlo volvían a intentar y con buenos resultados. No se trata solo de talento, aunque otros por supuesto no necesitaban tanta ayuda y me sorprendían mucho, e incluso algunos que al comienzo se habían sentido inseguros tenían facilidad.

Me encantaba verlos concentrados, como en una clase de Bellas Artes, lejos del bullicio que caracteriza a los más pequeños porque en todo ven un juego. Y esto último es precioso también, pero a veces agobia.
Y pasó que en una de las clases de bachillerato en esta segunda actividad hubo más juego que en las otras que había tenido esa misma mañana y días atrás, y yo estaba sola y desacostumbrada.
Intenté soportarlo, incluso les dije que o se callaban o me iría, pero no pude más cuando estaba intentando ayudar a un muchacho y no me concentraba de las voces y las risas.
Me vi en la típica escena de profe enfadada y dolida porque sus alumnos no se callan y que de repente se quedan en silencio y serios, pero ya era tarde. Recogí los dibujos, con mucha pena porque veía que algunos estaban avanzados y bonitos, y me fui.
Estaba muy triste, ofendida, dolida, enfadada también conmigo misma... pero al ir a la salida del colegio, cuando sonó el timbre de fin de jornada, los vi a lo lejos a todos juntos esperándome. De uno en uno me dieron un abrazo y me pidieron perdón y me puse muy feliz, pero también me preguntaba cómo era posible que me estuviesen pidiendo perdón unos adolescentes de una forma tan bonita.
Se quedan cortas las palabras para explicar lo que sentí, pero creo que cualquiera se lo puede imaginar.
Este es uno de mis recuerdos favoritos de mi experiencia allí, por eso lo quería contar.
Agradezco a todo el que ha hecho posible que viva esta experiencia y a todas las personas que han formado parte de ella.