"¿Quién ha ganado más?" Con esa pregunta comenzábamos la primera reunión informativa de la Fundación Ahoringa Vuelcapeta para la misión en Bolivia. Solo una cosa debíamos tener clara. No somos superheroínas que vamos a salvarlos.
La experiencia parecía difícil. Después de un duro año en la universidad, emprendíamos un viaje con la fecha de vuelta a las puertas del inicio del nuevo curso. ¿Será difícil la adaptación?, ¿el clima?, ¿qué equipaje llevar?, ¿las enfermedades?, ¿los mosquitos?... infinidad de preguntas llenas, sobre todo, de miedo a lo desconocido. Pero también una gran certeza: el amor quita el miedo. El amor a nuestras, ahora amigas, de Bella Vista. El poder mirarlas para compartir juntas la vida.

Una vez allí la vida nos demuestra que no es tan complicada, que las complicadas somos nosotras. Y, lo más importante, todas ganamos. Como joven que está comenzando a vivir, conocer esto me hace volver a la mi realidad con ganas de dar testimonio de lo allí vivido. Lo cual se resumiría en tres palabras: la vida sencilla. Nosotras nos creemos que son pobres, pero lo tienen todo. Se tienen los unos a los otros. Se unen para las alegrías, pero también para el sufrimiento.
Otra gran certeza, llegábamos a casa. Lo primero, visitar a los jóvenes en los colegios. Somos iguales, tenemos las mismas inquietudes, aprovechemos para buscar respuestas juntos. Impresiona a nuestros ojos ver las aulas. Las paredes son de madera. Las últimas filas oyen más al profesor de la otra clase que a su profesor. Pero lo consiguen. Salen adelante, y van creciendo en conocimientos. Tienen sed, saben que el conocimiento es la única arma que las hará libres.

Estos jóvenes de Bella Vista tienen la oportunidad de estudiar en la universidad. Muchos de ellos gracias a la Fundación Ahoringa Vuelcapeta. Que en coordinación desde Granada, apadrina a estos universitarios durante sus años de estudio, premiando su esfuerzo con ayuda económica. Pero no solo eso, se crean unos lazos de amistad y de compañía que hace que no se sientan solos. Escuchar sus testimonios me hizo caer en la cuenta lo afortunadas que somos las estudiantes en Granada.
Nuestra estancia ha sido compartida con las misioneras del Santísimo Sacramento, su labor, acoger a niñas y niños para que puedan estudiar, ya que en sus pueblos de origen no hay escuela. Allí pasaban nuestros días, apoyándolos en el estudio, jugando en el río, acompañándolos en sus tareas.

Este tipo de experiencias no pueden ser contadas, tienen que ser vividas. Todas deberíamos salir de nosotras mismas y participar de alguna experiencia en este tipo de voluntariado. Personalmente, repetiré.