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Memorias desde La Habana. Día 5

Día 5 14.09 – “El transporte está malo”.


Si no me equivoco, ya avancé hace unos días que “se perdió el petróleo” y hoy toca hablar de las consecuencias de la pérdida. Es más, ayer hablé de las dependencia que presentan las sociedades industriales de los combustibles fósiles; dependencias que pueden notarse en los aspectos más básicos de la cotidianidad de cada cual. En este caso y hablando únicamente desde mi perspectiva individual (aunque seguro este extensible a otras individualidades), el problema del transporte cruza mi día a día en la ciudad de La Habana. Como es lógico, las distancias en una capital de unos dos millones y medio de habitantes no pueden ser planteadas a pie: la necesidad del transporte, digo más, del transporte público y colectivo, es absoluta y fundamental. Ninguna ubicación de la ciudad puede estar en un emplazamiento tal que quede cerca de todos los lugares; lo que está cerca de esto (tu puesto de trabajo, el sitio en el que compras, los lugares a los que te gusta ir a tomar algo…) no lo está de aquello (tu casa, el barrio de tus amigos, el lugar donde hacer deporte…). Si uno no quiere reducir su vida a su lugar de descanso y unas cuantas cuadras alrededor, hace falta algo más que el coche de San Fernando –un rato a pie y otro andando-.


Así, consciente de la dependencia fundamental del transporte a motor –y la fundamental dependencia del transporte a motor de los combustibles fósiles y, en especial, de los derivados del petróleo-, el gobierno cubano y su presidente, Díaz Canel, ha “llamado a la conciencia del pueblo cubano” para que las personas que tengan vehículo propio recojan a quienes lo soliciten y vayan hacia una misma zona. Hay también policías en las paradas de autobuses controlando la afluencia de gente a los mismos, haciendo respetar las interminables colas y favoreciendo el acceso a las personas mayores, embarazadas y niños. A su vez, los servicios de transporte colectivo pero privado, como por ej., los autobuses turísticos, las guaguas colegiales y de empresas públicas, tienen el mandato de hacer las funciones del transporte público una vez hayan terminado sus rutas. Estas medidas hacen la situación más llevable, sin embargo, la parsimonia cubana –tranquiiiiilo blodel- junto con la disminución de la afluencia de autobuses, hacen que cada desplazamiento me resulte una eternidad –yo, que estaba acostumbrado a una bicicleta en Granada y en quince minutos iba de Cartuja al Zaidín, de Plaza Nueva a Plaza de Toros, de Calle Elvira a Pedro Antonio, del Alto de San Miguel al Polígono, ahora me enfrento con cachalotes de metal que escupen humo negro y en cuyo interior no cabe un cuerpo más-.


Las condiciones materiales condicionan la vida anímica, y eso es una verdad como un templo; quizás no la determinen, pero sí influyen en ella, sin lugar a dudas. Y la vida anímica es un constituyente fundamental de la vida psíquica. Esperas y ajetreo, incertidumbre con horarios, embotellamientos, sofocos, sudor compartido. A ver, algo es en función de cómo se interprete, no hay duda, y todos estos momentos pueden ser asumidos con sosiego y serenidad, incluso con risas y alegría; sin embargo, hay situaciones que, de poder elegir la población, no existirían. Esta es una de ellas. Por el momento, paciencia, comprensión y capacidad de adaptación –y, sobre todo, picaresca y determinación… a lo cubano.


Universidad de Granada
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