Cuando pienso en el antes de realizar esta experiencia lo primero que me viene a la cabeza son tres amigos, con los que además he estado este mes y medio, y mi hermano. ¿Por qué? Porque no cualquier cosa te mueve a viajar a 12.000 km de tu casa y pasar un verano sin días de tomar el sol tumbado en una playa. Porque después del curso todos necesitamos descansar. Pero me acuerdo de que me hablaban de Bolivia, me acuerdo que me contaban sus anécdotas, las cosas difíciles que habían vivido y todas las cosas nuevas que habían hecho... Nos contaban su día a día en la misión, y yo me di cuenta de que cuando recordaban todo esto, sus ojos brillaban de forma distinta.
Antes supongo que había miedo, ganas, expectativas, incluso necesidad de romper un poco con lo que vivía aquí. Y haces la maleta y aterrizas en mitad de la selva. Y no es fácil en todo momento, o por lo menos a mí la primera semana se me hizo un poco complicada, porque todo era nuevo, porque no sabía si iba a “dar la talla” con lo que se me pedía.
El día a día allí era sencillo, por la mañana visitábamos a las familias con menos recursos o personas mayores que estuvieran más solitas, y les llevábamos algunas cosas básicas como arroz, jabón, aceite… En verdad, llevarle esto yo lo veo un poco como excusa para estar con ellos. Y que increíble, cuando empiezan a contarte sus historias, cuando te cuentan en todas las cosas que han trabajado, cómo ha evolucionado el pueblo, cómo es su familia, cómo se sienten. A veces les acompañábamos al médico o íbamos con el médico a verles. Otras mañanas ayudaba en el internado en el que hemos estado viviendo este mes y medio. Allí, con treinta niños, siempre hay trabajo que hacer y ayudaba a preparar la comida a Doña Luisa (la cocinera).
Por las tardes ayudábamos a los/as niños/as con las tareas, nos sentábamos a leer con ellos/as, les enseñábamos técnicas para estudiar y coger apuntes en la clase, dábamos clases particulares de refuerzo de algunas asignaturas que llevasen peor... Hemos hecho gymkanas, convivencias con niños/as y personas adultas, ayudado en la construcción de una nueva casita y voluntariados visitando a las familias de las comunidades del río (pueblos muy pequeñitos de difícil acceso), hemos dado clases de técnicas de estudio, charlas e intentado animar a los/as chicos/as a superarse y aspirar a estudiar en la ciudad y cumplir sus sueños.

Hemos compartido mucho con los/as universitarios/as del pueblo, con los/as becados/as de la Fundación, que nos han ayudado mucho enseñándonos su cultura, aunque lo mejor es darte cuenta que son iguales que tú, chicos/as de universidad con ganas de pasar el tiempo juntos. Y te cuentan cosas que te ponen los pies en la tierra. Como Linda cuando contaba que los seis primeros meses en la universidad ni siquiera tenía cama y dormía en el suelo. ¿Te imaginas tú eso? Porque yo antes llegaba de casa y me tumbaba en mi cama en mi cuarto y me daba igual, ahora cada vez que la veo lo pienso.
Es increíble descubrir en ellos/as, en una conversación con Ezequiel porque no se quiere, con Gustavo porque no tiene con quien hablar, con Dublin porque le acercas a un grupo de amigos y se siente menos solo, que tienen los mismos deseos que nosotros, que su corazón se mueve de la misma manera que el nuestro, aunque todo alrededor sea diferente.
Que Daniel con sus nueve años me enseñe a lavar la ropa, y yo pensar en mis primos de su edad y automáticamente imaginármelos sin preocupaciones, jugando con el móvil y con todo hecho. Ver a un chico de quince años cosiéndose sus zapatillas porque si no se queda sin ellas, cuando aquí tenemos miles de zapatos y nunca son suficientes.
Y ya lo entiendo ¿sabes?, ya entiendo porque le brillaban los ojos de esa manera cuando hablaban de Bolivia, porque ahora yo llevo en lo más profundo esa felicidad. Y es complicado, sentarte a escribir sobre todo esto, porque es imposible contarlo todo y poder hablar de cada una de esas personas e historias que ahora llevo tan dentro, y porque creo que yo físicamente estoy aquí, que ya ha pasado todo, pero que me queda mucho tiempo para entender lo que he vivido, lo que he dado, y lo que me han dado a mí.
