Día 3. 12.09 – La aventura del comprar. Mercados 84 entre 90 y 88; y 3ª y 70.
No tengo ni idea, llevo escasos días aquí; tres, para ser exactos. Me resulta ridículo aventurarme a pronunciarme sobre un aspecto tan importante de la realidad cubana. Aún así, voy a darle: yo no lo llamaría desabastecimiento. Diría, mejor, que el umbral de lo necesario no ha sido tan violentamente traspasado como en las capas acomodadas de las sociedades occidentales, y que el bloqueo comercial genera la impresión de un constante riesgo de carestía a la vez que una cantidad de oferta relativamente escasa. Por supuesto, hay Mercedes y Hyunday’s, hay hoteles que no tienen nada que envidiarle a cualquier hotel europeo o yanqui, hay televisiones de pantalla plana y smartphones; hay casas que podrían estar en Marbella o en Miami. Ni que decir tiene que hay espaguetis y puré de tomate, aguacates, mangos, plátanos y guayaba, hay arroz y hay habichuelas, helados y cervezas, ron y tabaco. Sin embargo, no siempre está en venta lo que se quiere, ya sean alimentos o bienes de consumo manufacturados. Las cosas funcionan por temporada, es decir, si es temporada de que se produzca esto o lo otro; si es temporada de importar esto o lo otro, o no.
Aquí se dice “se perdió”: “se perdió el pollo”, “se perdió el mango”, “se perdió el puré de tomate” o, como ahora, “se perdió el petróleo”. Al ser una isla, Cuba está muy lejos de ser autosuficiente. Realmente, ningún país se acerca siquiera a serlo según tengo entendido. De ahí, supongo, los argumentos a favor de la necesidad del comercio internacional. Supongo, también, que una cosa es comerciar y, otra muy diferente, es depender. Creo que no puede haber soberanía si hay una fuerte dependencia del exterior (un exterior al cual lo que principalmente le importa de ti es tu dinero); estoy convencido de que una famélica soberanía no sirve de gran cosas si las necesidades básicas (concepto harto problemático, soy consciente de ello) no están cubiertas. Dicho esto, he de decir que tengo muchas dudas cada vez que me aventuro a dar mi opinión acerca de las contradicciones que percibo en esta isla.
Precisamente hoy comí en casa de una mujer de la Fundación con la que estoy colaborando –están siendo tremendamente amables conmigo- y tuvimos que acabar con prisa para que ella y su pareja se fueran a recoger a la central de correos un par de electrodomésticos (una televisión y una cocina, fogones y horno) que se enviaron el julio pasado. Las personas (obvio, las que se lo pueden permitir) salen a comprar computadoras a Panamá y México, se las autoenvían desde allá y, algunos, traen de más para vender aquí. Los enemigos del comercio[1], en Cuba, no parecen ser tanto las medidas socialistas como sí es bloqueo y estado de sitio comercial que Estados Unidos le impone a esta pequeña isla…, cabría preguntar qué tiene este nimio trozo de tierra en mitad del Caribe que atemoriza al país más poderoso, en términos militares y financieros, del mundo. Antes mencionaba que “se perdió el petróleo”, y es que por la actual situación de tensión entre Venezuela y los Estados Unidos, el comercio exterior del país sudamericano se ha visto obstaculizado. El principal proveedor de crudo de Cuba es Venezuela, pero los petroleros que mueven la materia prima no son venezolanos y el gobierno de Trump amenaza con sanciones comerciales al país o compañía de alquiler y aseguradora de petroleros que contribuya a las exportaciones venezolanas, más si el destinatario es Cuba. Esto tiene consecuencias en cuestiones tan básicas como son la producción de energía eléctrica o el funcionamiento de los transportes públicos. Ahora mismo es complicado moverse en guagua o en rutero, hay cantidad de gente en las calles queriéndose subir y, obvio, todos tienen más galones que yo a la hora de conseguir un asiento. En una gran ciudad, en cualquier gran ciudad, hay una dependencia esencial del transporte público y en La Habana y las ciudades cubanas no es diferente, por lo que el gobierno ha llamado a la consciencia de los particulares para que recojan, en sus trayectos, a quienes lo soliciten, sin aprovecharse de la necesidad para cobrar cantidades irrespetuosas; ha prohibido la circulación de autobuses vacíos, ya sean para la población cubana o con fines turísticos, y en cada parada de estos suele haber un policía que manda detener a las guaguas, ordena el tránsito y trata de asegurarse de que se maximizan los recursos estatales para el transporte.
[1] Expresión que da título a los dos tomos que recientemente escribió la versión más conservadora del antiguamente libertino y socialista Antonio Escohotado.
