34 días en Senegal para hacer por primera vez un voluntariado internacional asusta un poco. La incertidumbre de no saber lo que ahí vas a vivir, experimentar, el abandonar un colchón y el conformismo de tu día a día para sumergirte en un país cuyo continente desconoces. Antes de hacer un viaje así te invades de miedos y sensaciones extrañas, el miedo a no estar agusto durante un largo tiempo en el que casi podría considerarse como “vivir” en un sitio nuevo, el miedo a no ser suficiente, o el miedo a que el viaje no cumpla las expectativas que tenías antes de partir.
Al aterrizar en África todos esos miedos desaparecen. Te limitas a observar y te abres a conocerlo todo. En mi caso, el voluntariado que hacía consistía en llevar a cabo un campamento para niños en el sur de Senegal además de otras pequeñas actividades como ayudar a pintar una parroquia o ir a ver el pozo que apoyamos económicamente desde España. Nos acogieron los Oblatos de Maria Inmaculada por lo que convivimos con la sociedad católica senegalesa, una minoría en este país pero pudimos ver como aun siendo una minoría no había problema pues musulmanes y cristianos conviven en paz y tranquilidad.
Nos alojábamos en parroquias o pequeños hoteles y pasábamos los días con los senegaleses, de esta forma pude empezar a ver que mi realidad no es la única que existe y a plantearme si la suya tal vez sea incluso más real, me empapé de una nueva forma de vivir, sorprendentemente adaptándome enseguida, a su comida, a su lengua, a su forma de moverse, a sus bailes, a sus tradiciones, pude hasta entablar amistades con locales de mi misma edad y a poder hablar sobre temas como la religión, la homosexualidad y la inmigración y a enriquecerme de ello, a amar la diversidad de opiniones mientras vengan de mentes dispuestas a escuchar. Al trabajar en un campamento además, puedes aprender de los/as niños/as. Los/as niños/as senegaleses/as irradian felicidad, siempre deseando jugar, correr, recibir cariño, son niños que aman la vida y a la misma vez reflejan una madurez infinita, en su educación y valores.
Mientras estás ahí tienes la oportunidad de estar presente y aprender, de ser realmente tú en tu forma más pura y real y dejarte llenar de experiencias y emociones que van adentrándose poco a poco en ti y de las cuales te haces consciente una vez de vuelta a España.
Venimos de un mundo materialista, individualista, que siempre va deprisa y llega tarde, y de pronto te has visto sumergido en una sociedad abierta, acogedora, comunitaria, donde dar es más importante que recibir, donde el tiempo es secundario y las prisas no existen, una sociedad que vive conectada con la naturaleza, y lo más importante, llena de gente realmente feliz.
Cuando vuelves a casa es difícil definir lo que ha pasado en tu interior, yo notaba que no era la misma que cuando marché, algo había cambiado, los primeros días en mi casa no me sentía a salvo, me volví una extraña al caminar por mis calles, y tras intentar explicar el viaje me sentía una incomprendida. Aunque tarda unos días, la adaptación por fin acaba llegando, retomas tu vida y tu rutina pero esta vez sabes que hay algo en ti que ha cambiado, que se ha encendido y que debes compartirlo y luchar porque siga así.
Un amigo me dijo que no iba a ayudar, “vas a dar y a recibir” y así fue, para mi un voluntariado consiste en ir a dar, a recibir, a compartir, a creer, a aprender, a sentir, amor, paz, calma, a dejar ser y a dejarnos ser, y todas esas emociones tan vivas son las mismas que hacen y deshacen todo el rato mi nudo en el pecho al recordar Senegal. Teranga significa “acogida” y es lo que define a este país según sus habitantes, yo, a día de hoy, no puedo estar más de acuerdo. Fue un mes en el que me sentí realmente acogida, arropada, calmada, feliz y en paz. Gracias.
