El vuelo hacia Bolivia desde Miami vino mecido por casi seis horas soporíferas, tremenda hazaña al tener en cuenta el furioso bebé de atrás y el asiento intermedio que yo ocupaba, y procuraba mi cuello a tientas. Con el solo vistazo al vertiginoso exterior las nubes ya me lucían lindas y suaves, a la par que singulares aquellas imágenes que inspiraban dentro de mi cabeza. Así, con principios de tortícolis y un cansancio más propio de un muerto, abracé con gusto el interrogante que supondría mi aterrizaje por tres meses en ese bello país.
Despertarse nunca fue tan salvaje como hacerlo por primera vez con el ruido del viento y otros seres que dormitan en la selva boliviana. Mi primera mañana en el campamento se compuso de conocer la trayectoria de CIWY, el funcionamiento de Ambue Ari y la lectura de fichas informativas de Maggie y Leo, dos pumas que acompañaron gran parte de mi estancia e hicieron vibrar mi esencia al entrelazarse nuestras vidas en una irrepetible conexión.

Amanece en la selva boliviana
Regalo de vivir en el campamento es sendear la selva, anonadarse con su diversidad. Ranas. Armadillos. Capuchinos. Gochis. Lagartos. Guacamayos y otras filigranas volantes. Mariposas e insectos que roban en aliento. Ancianos, vividos y jóvenes árboles nunca vistos por estos ojos. Además de otras formas vivientes que, por falta de espacio, no caben entre estas palabras, aunque, como todas las anteriores, todas son preciosas a su manera.
En el campamento compartimos habitación e intimidad, la vida es comunitaria y las tareas también. Las gentes voluntarias vienen por semanas y se van en un segundo, creando un flujo irregular de personas en el que a veces echas en falta lo que una vez fue el campamento. Los animales siguen siendo los mismos, los quehaceres generalmente también.
Gracias a las tareas semanales en Ambue Ari pude conocer a parte de los animales que componen el campamento, a saber: cuatro tejones -Angela, Aramis, Tianji y Beepers-, un tapir -Titus-, dos chanchos –Chiqui y Duncan- y un avestruz -Matt Damon. Con todos ellos traté con la excusa de alimentarlos, aunque en el caso de los tejones también se les paseaba y daba cariño. Nunca olvidaré el momento en el que Beepers mutó al rabioso ser que se abalanzó sobre mi mano y bíceps para perpetrar los mordiscos que dejaron marca en mi memoria y piel. No hay que olvidar la precaución, al fin y al cabo son animales salvajes...aunque algunos más que otros. Sin duda, la más salvaje e instintiva de todos los animales de Ambue Ari, Maggie, fue a ser con quien, cuantitativamente, más mañanas pasé. Lo que al principio fue alegría por ello, se fue convirtiendo en preocupación y luego se estabilizó en disfrute. Pues, a Maggie, se le daban paseos por la selva, o mejor dicho, ella nos lo daba a nosotros, pues es su momento de libertad y nuestro momento de servirla. El sistema de paseo era doble cuerda y dos compañeros. ¿Por qué? Creo recordar haber dicho que era la más salvaje, ¿no? Es un sistema diseñado para asegurar la seguridad de ambos compañeros -no me detendré en cuestiones técnicas-, pues Maggie podía tornar, en el momento más inesperado, a un ser juguetón o furioso. En ambos casos, para la endeblidad humana, no es saludable que te salte y muerda un puma, aún más si se trata de la versión furiosa. Paseos que conseguí disfrutar pues, para mí, era un juego de "supervivencia", el "monstruo final": mantener la concentración en Maggie en todo momento. Por otro lado está Leo, con quien compartí la mayoría de mis tardes durante mi estancia en Ambue Ari. Leo caminaba dejando un día de descanso entre paseo y paseo, pues en su juventud le fueron quebradas las patas traseras, por las personas que creían poseerlo, con el objetivo de eliminar los saltos que anteriormente describía de Maggie. Si Maggie es salvaje, Leo es cariñoso. Especialmente lo es con los chicos, los ama sobremanera. Tanto es así que para el sistema de paseo es la chica quien lo lleva, y por delante de él va el chico, a quién va siguiendo y dando cariño a lo largo de la caminata. Nunca te olvidaré, Leo.

Leo y yo en una de las tardes que compartíamos
Los días se suceden a la carrera, sin pasarse el testigo, en éste caso: yo; quien, estáticamente, atestigua atónito como hay algo que puede ser más rápido que la luz: el tiempo. Supongo que será la sobredosis de trabajo y tareas las que no dejan bajarse del subidón hasta una línea temporal más ralentizada. Pese al paso del tiempo, y su costumbre de hacernos acostumbrar, no dejan de sorprenderme las noches en la selva. Mágicos aullidos lejanos. El crujir de hojas inescrutable. El viento como abanderado del silencio nocturno. Amaneceres salvajes.
Hasta ahora era inconexo el título del post y las palabras que componen el mismo. ¿Dirías que es común no sentirse involucrada/o en un sistema capitalista que ni siquiera tiene como límite el horizonte? Mi vida durante el proyecto estuvo caracterizada por una productividad nula en términos capitalistas, y en lo que se espera que se proyecte una vida humana para acabar trabajando y entrando en el engranaje capitalista. En todo lo que he relatado, y lo que se me ha quedado en el tintero, no hay ningún tipo de dividendo capital, beneficio personal a largo plazo o intercambio mercantil; ni siquiera rondaba en mi cabeza la toxicidad de una vida productiva y exitosa con la que nos ciega la cultura capitalista. No significa que no hubiera trabajo que hacer en Ambue Ari, hablo del fin de esa imperiosa necesidad que, a modo de inercia congénita, nos lleva a no dejar de sumar y solapar tareas, como si de un puzle se tratase, para que cuadren en un calendario productivista culturalmente incrustado. Hablo de hacer por sentir hacerlo, no por tener que. Este tiempo ha sido un puro acompañamiento de vidas, las cuales quedarían sumidas en el abismo más vasto sino fuera por la ayuda voluntaria, pues su existencia a nadie beneficia ya. Todo ello, junto al hecho de vivir en la selva y lo que implica, me hace estar totalmente agradecido. Logré no sentirme como otro ladrillo humano más del muro que sostiene al sistema capitalista, utilizando como analogía el título del inmortal tema Another brick in the wall. Qué mejor forma de acabar un texto que hacerlo recordando la armonía de Pink Floyd.

Titus agradecido por las cosquillas