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¿Tendrías un jaguar como mascota?


La respuesta a esta pregunta puede resultar obvia, pero la experiencia que he vivido durante 6 semanas trabajando en el centro Ambue Ari para la ONG “Comunidad Inti Wara Yassi” (CIWY), me ha demostrado que no.


Cualquier persona que se interese un poco por las noticias que surgen a diario en los medios de comunicación estará al tanto del tráfico ilegal de especies: tenencia de mascotas exóticas, negocio gracias al espectáculo con animales, trofeos de caza, etc. Aunque no se muestra con la frecuencia que sucede, podremos ver de vez en cuando en los medios de comunicación titulares tales como: “Se incautan 30 lagartos en la aduana de un aeropuerto de Brasil” o “Descubierto un almacén donde se albergaban más de 1000 trofeos de caza de especies protegidas”. Y bien, vistos estos titulares, se nos pueden pasar mil cosas por la cabeza, generalmente (y espero que a la gran mayoría) malas. Y ahí queda la cosa, poco más llega hasta nosotros. Pero, ¿qué sucede con esos animales cuando son rescatados?




Gracias a las becas que concede CICODE, pude trabajar en un centro de rescate de animales que han tenido la mala suerte de toparse con los seres humanos equivocados. Antes de llegar, lógicamente me había informado todo lo posible acerca de la ONG para la que iba a trabajar, podía hacerme una idea de la labor que desempeñan y en definitiva, la dedicación que tienen hacia los animales. Estaba nerviosa, me iba a un lugar desconocido en mitad de la selva boliviana, en el que el único acceso a corriente eléctrica era suministrado por un generador y al que teníamos acceso únicamente tres veces en semana para cargar dispositivos electrónicos (básicamente un frontal para tener luz cuando oscurecía y un móvil, que aunque sin cobertura en la zona, era muy útil para contactar con la familia un día a la semana). Nos habían advertido: muchos mosquitos, dormir en colchón de paja, clima extremo... y en definitiva, condiciones de vida muy básicas. Aunque nerviosa, la idea sonaba atractiva: poder ver una realidad totalmente diferente, ayudar y conocer de cerca el trabajo con animales rescatados. Y allí, trabajando a 45 grados durante todo el día, descubrí la auténtica realidad del tráfico de especies y todo lo que conlleva.


Me tocó trabajar con Yaguarú (Rú, para los amigos), un jaguar con 15 años de edad que llegó a Ambue Ari rescatado de una familia a la que en su día le pareció buena idea regalar un cachorro a una niña pequeña. El cachorro se hizo grande y empezaron a surgir algunos inconvenientes que, al parecer, eran difíciles de prever en el momento de la compra. Cuando la situación se hizo insostenible, Rú acabó en Ambue Ari. Al ser separado de su madre casi siendo un recién nacido, su reintroducción en la naturaleza es prácticamente imposible. Allí, en el santuario, se vela porque tenga una buena alimentación, pueda ejercitar su cuerpo y no se vea atrofiado por la falta de actividad que suelen tener estos grandes felinos en libertad y en definitiva, tenga una vida lo más digna posible. Alimentar a un mamífero de 70 kg de peso, con carne fresca a diario, supone un gasto muy elevado para la asociación. Si sumamos, que en el santuario entre jaguares, pumas, ocelotes y otros felinos de menor tamaño, existen en torno a 20 individuos, el gasto a diario se multiplica hasta cifras que en ocasiones son difíciles de afrontar para una asociación que vive de donaciones prácticamente.


Pero además, hay otros animales aparte de felinos, que es en lo que está especializado Ambue Ari. También he trabajado con papagayos y otras aves exóticas: Sebas, Shakira, Big Red, CusiBlue, Romeo, Poly, Penélope, Peter, Papi, los bebés... aves que tienen gran atractivo y pueden acabar condenadas a ser mascotas a las que les cortan las alas para que no vuelen. Y también pequeños mamíferos, como Delilo, un jochi tremendamente adorable que por capricho también se convirtió en mascota.


Yo he trabajado con ellos un corto periodo de tiempo, en el que he conocido un poco de la personalidad de cada uno. Pero aparte de ello, conviviendo en el campamento con otros voluntarios y con encargados que han estado y conocen otros santuarios de CIWY, también he conocido otras historias: monos a los que les enseñan a “bailar” quemándoles las patas delanteras con planchas de metal caliente, pumas con miedo a ver manos humanas y a pasear por la selva por el trato que han recibido, ocelotes utilizados como reclamo en la puerta de establecimientos, animales alimentados con refresco de cola... Porque, qué bonito es llegar a un circo y echarse una foto con el mono, que gracioso que hasta baila. Qué exótico ese restaurante que tiene un ocelote atado 15 horas al día en la puerta. Y qué bonito el jaguar, menudo pelaje.


Y así, con esa mentalidad, se condenan animales de por vida. Por el negocio, o simplemente por fardar, o lo que es peor, por ignorancia, acabamos sometiendo otras vidas a nuestra voluntad. Sin pensar en las consecuencias, sin entender las personalidades y la capacidad de sufrimiento tan profunda que pueden llegar a tener. Una forma más de expoliar la naturaleza, como si millones de años de evolución y creación de una biodiversidad casi infinita y de la que aún queda mucho por descubrir, estuvieran únicamente a nuestro servicio.


Así que trabajando en mitad de la selva boliviana, he descubierto que las consecuencias de traficar con especies son mucho más profundas de lo que podemos ver en un titular. Conllevan mucho trabajo para su recuperación, agotamiento físico y mental, grandes inversiones de dinero difíciles de conseguir, ingenio para solventar la escasez de medios que hay a veces y lo peor y más importante: animales privados de libertad y totalmente dependientes del ser humano, con grandes traumas a veces y a los que hay que dedicar grandes esfuerzos para devolverles una vida digna.


Pero no todo iba a ser malo, también he descubierto lo gratificante que puede llegar a ser ese esfuerzo cuando ves a un animal disfrutar. Y por supuesto, también me quedo con toda la gente que he conocido por el camino, la comunidad que se crea viviendo en esas condiciones, voluntarios de todo el mundo poniendo su granito de arena contra la locura de este mundo, en el que si tienes el dinero suficiente, mañana por la tarde podrías tener un jaguar tumbado en el sofá de tu casa.


Universidad de Granada
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