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El sueño llamado Senegal

Hace dos semanas que regresamos a España, pero los recuerdos de Senegal flotan en un tiempo muy lejano al presente, no porque pasara hace mucho, si no porque la sensación es parecida a la de recordar un sueño. También la distancia parece mayor a la real, son como recuerdos de otro mundo.


Ese sueño que tuve durante más de un mes, sin embargo, ocurría en una realidad más verdadera que la que vivimos aquí. Yo era una persona más verdadera, los senegaleses son gente más verdadera, la naturaleza es más verdadera…

También el grupo de compañero/as, a pesar de los malentendidos o diversidad de opiniones que surgieron, como es normal en un grupo de 14 jóvenes con ganas de comerse el mundo en un país tan diferente y emocionante, éramos un equipo más verdadero. Como ejemplo, pongo nuestro equipo de fútbol femenino “Las Cucusillas”, que cuando jugábamos los chicos nos animaban como si estuvieran viendo el partido de su vida. Esos fueron unos de los muchos momentos en los que me sentí enormemente más “Nosotros” que “Yo”.

Estoy segura de que mis compañeros escribirán los mismo, pero no puedo dejar de plasmar la sensación de agradecimiento por el pueblo senegalés. Aunque sea un intercambio de conocimientos y de amor, me queda una pequeña frustración de no haber podido dar más. Pienso que las ganas y la fuerza de los/as niños/as y compañeros/as senegaleses/as nos superan aplastantemente: por mucho que queríamos, ello/ass iban un paso por delante para ayudarnos o complacernos. Si estamos en su tierra tenemos que dejarnos llevar, pero siento que la balanza no ha quedado equilibrada y eso me hace pensar en las personas que nos acompañaron como, aunque imperfectos, seres llenos de luz y alegría que no dudaban en llenarnos con su amor todo lo que podían y más.


Desde un punto de vista turístico, ya que tuvimos la suerte de tener días libres para conocer y disfrutar de Senegal, tengo claro que es un destino maravilloso para descubrir. Entre el norte y el sur del país hay una diferencia climática enorme, lo que ocasiona un cambio en el estilo de vida de las personas que habitan en cada parte.

En Nghel, un pueblo en mitad de lo que me parecía medio desierto medio sabana, la gente es más pobre y sencilla. En los días que estuvimos allí, esperaban con impaciencia la lluvia para poder sembrar el mijo, ya que el agua y la comida son bienes escasos, y también nos llamó la atención que, aunque había muchos animales domésticos (vacas, cabras, cerdos, gallinas...), todos estaban delgados. Allí, cuando no estábamos trabajando, teníamos poco para entretenernos, aparte de jugar con los/as niños/as incansables, visitar a la familia de Jean Marie para tomar el té y observar el hermosísimo cielo que nos maravilló durante todo el viaje.

Casamance, por otro lado, tiene una vegetación exuberante, con árboles frutales por todas partes y animales gorditos, además de las ventajas que conlleva vivir al lado de un gran río: la pesca y la facilidad de transporte en barco o barcas. En el sur la naturaleza te abruma, te hechiza de una manera increíble, y las islas son verdaderamente paradisíacas. Allí, además de nuestra labor de voluntariado, que nos llenaba de cariño y emoción por parte de los/as niños/as, nuestros/as compañeros/as senegaleses/As nos llevaron a realizar más actividades recreativas y lo pasamos en grande.

Personalmente, aparte de Dakar, Senegal me parece un país muy seguro. Es obvio que teníamos que maximizar las precauciones porque estábamos en otro continente, y específicamente en África pueden surgir más problemas a la hora de realizar comunicaciones o trámites de una manera ágil y eficiente. Pero allí yo me sentía totalmente tranquila, ya que la gente me trataba con respeto, y es cierto que muchas veces se me acercaban, pero era para venderme algo, ofrecerme ayuda o simplemente para charlar.

Una vez en España, la pregunta de qué echaba más de menos de aquí me la han hecho más de una vez, y mi respuesta es: que aquí no hay tantísimos mosquitos y bichos que te pican y te molestan.

Otra cosa importante es que estar en España es en general mucho más cómodo por ejemplo con el tema del agua y la higiene, entre otras cosas.

Me da un poco de pena pensar que las personas que hacemos este tipo de viajes de voluntariado a países en vías de desarrollo somos aquellas que estamos, en mayor o menor medida, sensibilizados respecto a la inmigración y diversidad cultural. Me encantaría que cada persona que vive en “el primer mundo” estuviera obligada a tener una experiencia como la nuestra. Creo que es necesario para crecer como ser humano dejar de ser local por un tiempo y convertirte en visitante, para así abrir tu mente y aprender el por qué de muchas cosas que pueden ser difíciles de entender sin salir de casa.

Con esta reflexión voy terminando mi relato de Senegal. Solo quiero añadir que mi sueño acabó en el Hipercor de calle Arabial, donde había quedado con mi madre. Después del viaje en coche desde el aeropuerto de Madrid hasta Granada, me despedí de Alba y Patri y entré en el Corte Inglés con mis mochilas, mi djembe y mis trencitas africanas. Aquel lugar lleno de blancos y de objetos y ropa rara me parecía surrealista, tanto como fueron los primeros días en Senegal. Y cuando una trabajadora se dirigió a mí con una sonrisa y una frase ofreciéndome ayuda tan ensayadas que me estremecieron todo el cuerpo, me dije a mí misma desencantada: ya estoy aquí otra vez.



Universidad de Granada
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