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Los ojos de la selva, el corazón del mundo

Durante un mes, he transformado mi vida para intentar ser otra persona.


El 17 de septiembre llegué a la ciudad de Cochabamba, en Bolivia, imantada por la esencia espesa y salvaje que siempre emanó Sudamérica sobre mi tácito entendimiento, trascendiendo desde mis sentidos a mis actos su poder de atracción irrevocable.


Sufrí un impacto inevitable. Me choqué con un mundo desbordante, desconocido, que anuló cualquier ensayo de aproximación literal. Retomando una pequeña porción de la consciencia, tomé un autobús que lentamente fue internándome en la selva, hasta llegar a Villa Tunari, en la provincia del Chapare. De repente, me encontraba en el lugar en el que mi vida sería diferente durante un mes, colaborando con la Comunidad Inti Wara Yassi, un centro dedicado al rescate de animales víctimas del tráfico ilegal y expropiación de su hábitat nativo.


Jamás había sudado tanto, dormido en una cama de paja o escuchado cantar a la oropéndola al amanecer, absorta y reconfortada ante la figuración mental del eco imponente del impacto de una gota de agua gigante sobre un pantano silencioso, haciendo emanar ondas concéntricas en todas direcciones.


Un ritual de observaciones constantes: saltamontes crípticos, escarabajos multicolores, hormigas gigantes, mariposas irracionales esperando en todos los rincones, tan grandes como pájaros. Luciérnagas iluminando la oscuridad de la habitación. Árboles andantes, lianas, muchos perros, algún gato, capuchinos ladrones y nubes de mosquitos sustrayéndome la sangre. Aún seguía perdida ante tal espectáculo.




Se me asignó el área de los monos araña (Ateles chamek); fui realmente afortunada. Cada día, 19 monos negros maravillosos me esperaban, en una zona apartada y tranquila de la selva, resguardados de un mundo ambicioso que continúa acotando su hábitat, delimitando su existencia. La rutina resultaba físicamente exigente, pero gozaba de compensación absoluta: la mera contemplación de la sensibilidad discreta de estos animales justificaba el esfuerzo. La emanación familiar de sus abrazos, la sutilidad empleada en la ejecución de cada baile aéreo, elevando al dosel arbóreo sus destrezas acrobáticas, la concepción individual de su propia existencia, de su entorno y de nuestra presencia. Individuos exquisitamente personales, cuyas almas desbordan de riqueza el corazón de la selva.


He vivido durante un mes un sueño indómito, ajeno y lejano a todo mundo antes conocido. Me he sentido incapaz de resistir muchas veces y muchos días. Pero he vuelto, varada por la certidumbre de saber que, posiblemente, nunca vuelva a ver a esos animales, a adentrarme en sus ojos, a sentirme infinitamente inútil al reconocerme incapaz de protegerlos a ellos y a tantos otros de este mundo ilógico que no los respeta, que se muestra insensible y cínico, arrojando su miseria sobre la enigmática esencia que emanan selvas y bosques, enterrando su codicia en el corazón fecundo de este universo mágico.



Universidad de Granada
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