Mucho antes de viajar a Bolivia tenía decidido que quería realizar un voluntariado por el hecho de aportar mi grano de arena en la sociedad. Así que, una vez conocido el programa ofrecido por el CICODE me llamó la atención porque tenía una oportunidad entre mis manos que no podía rechazar. Además, viajar a Latinoamérica era un sueño que quería cumplir. Me imaginaba medio continente muy rico en naturaleza, pobre económicamente y a la vez muy feliz, con hispanohablantes cuya manera de ser fuese parecida a la de los andaluces.
Elegí irme a Santa Cruz de la Sierra porque el proyecto de Educación que ofertaba la Fundación Hombres Nuevos era muy afín a mí. Del país, no supe prácticamente nada hasta unos meses antes de emprender el viaje. Aun así, al irse acercando la fecha del viaje, me surgían ciertas incertidumbres... Por mi cabeza rondaban pensamientos como “¿Qué haré si el agua no es potable y me sienta mal? Me llevaré medicamentos por si me pongo mala. En Santa Cruz hay mucha humedad y hace mucho calor, pero me han dicho que me lleve mangas largas por los mosquitos. No puedo llevar tantas cosas, no me caben en la maleta... ¿Habrá sido un acierto irme sin billete de vuelta?”.
Pese a todo esto, agarré el avión con muchas ganas de emprender esta nueva aventura. Y tan solo pisar el Nuevo Mundo ya me sentí como en casa. La Fundación H.N. nos recogió del aeropuerto, y los/as voluntarios/as bolivianos/as nos recibieron cálidamente con una comida y con una visita por la ciudad. Y así estuvimos el mes y medio, conviviendo bolivianos/as y españoles/as en un ambiente más que agradable, creando nuevas amistades y aprendiendo entre nosotros/as. La adaptación al lugar fue tan rápida que no fuimos conscientes de la fugacidad del tiempo.

Mi voluntariado consistió prácticamente en dar clases de apoyo de Matemáticas en dos colegios de Secundaria. A pesar de ser mi primera experiencia como “docente”, pude desenvolverme bien y, tanto el alumnado como yo, pudimos aprender. Además, nunca olvidaré los gestos de cariño de los/as más pequeños/as, siempre curiosos/as, sonrientes y con ganas de dar abrazos. Por otra parte, también participé como voluntaria en una entrada folclórica en los/as que niños/as de cada colegio bailaban una danza típica del país. Todo esto lo realicé en el Plan 3000, uno de los barrios más marginales de la ciudad.
Y entre el voluntariado, viajes de fin de semana, partidos de voley, canciones con la guitarra y el ukelele, micros y trufis, naturaleza, convivencia, aprendizaje, paceñas y salteñas, comidas en el comedor y en los Alegres, los/as niños/as de Mensajeros y todas las personas que conocí, me fui de vuelta a España con la mochila más vacía pero el corazón más lleno, porque Bolivia no es como me la pintaron, sino mejor. Y todos los miedos que sentí antes de ponerme en marcha en esta aventura desaparecieron completamente, mostrándose las ganas de volver a vivir una nueva experiencia de voluntariado.
Así, para acabar me gustaría compartir una reflexión que tuvimos algunos/as voluntarios/as mientras disfrutamos de un fin de semana en la selva, y es que todas nuestras amistades y familiares, antes de emprender este viaje, nos decían que estábamos locos/as por irnos a un país pobre y lejano. Pero no es así. Los/as locos/as son aquéllos/as que se quedan en casa esperando a que la vida pase por delante mientras continúan con su rutina. Así que, por favor, no seáis locos y haced actividades de cooperación al desarrollo porque os cambiará la vida.
