Imagínense, ahí está, delante tuya un avión, algo que ya conoces, que has visto y escuchado tantas veces, ... pero esta vez algo es diferente, el billete lleva tu nombre, es 18 de junio y estas muriendo de calor en una fila interminable para embarcar al Boeing 787-8 de Avianca con destino al aeropuerto internacional del Dorado, en la ciudad Bogotá. Dejen de imaginar, ¡el próximo año pueden ser ustedes los que estén en esa fila!

Terraza de la Biblioteca Luis Ángel Arango, Centro histórico Bogotá, Julio 2019
Tras 2 semanas visitando Cartagena, Santa Marta, Cali, Medellín… por fin llegué a Bogotá, una ciudad apocalíptica, toda una jungla de acero. Era el momento de ponerse manos a la obra. Durante las 6 semanas que estuve colaborando con la Fundación Creciendo Unidos estuve realizando actividades socio-educativas con colectivo infantil vulnerable. Mi horario y actividades desarrolladas fueron de lo más variopintas:
-Lunes y martes, de 9:00 a 16:00 estaba en la sede de Caracolí, en el distrito de Ciudad Bolívar, una de las zonas más pobres de toda la ciudad, y lo cierto es que no es nada fácil llegar hasta allá. El itinerario diario era salir de casa, llegas a la estación Calle 63 en la Caracas del popularmente conocido como ‘trasmilleno’, tomas, como dirían los venezolanos, una ‘busetica’ hasta el Portal Tunal y de ahí te embarcas en el alimentar 6-3 hasta Sierra Morena –sugerencia: extremar precauciones a partir de este punto-. Después puedes caminar un ratito o montarte en un yip hasta el Jardín de Sofí. Si tienes suerte solo tardas 90 minutos, lo importante es que llegues.
La mayoría de las niñas y los niños que acudían a la casita tenían edades comprendidas entre los 5 y los 16 años. Muchos/as de ellos/as eran desplazados/as por el conflicto armado y vivían en el barrio inmersos/as en un contexto de una vulnerabilidad inaceptable para cualquier ser humano, en el que se han normalizado los robos, las violaciones y los asesinatos, y donde los/as jóvenes crecen desde muy temprana edad bajo la amenaza de la drogadicción y el alcoholismo que ven entre sus amistades y familiares. De sus bocas pude escuchar alguna de las historias más abyectas que puedan imaginar. Conforme uno las escucha, literalmente, le dan ganas de vomitar. Ves la mirada de unos/as niños/as que no quieren sonreírle a la miseria, que no quieren ni lastima ni compasión, pero la esperanza ya se fué hace tiempo, ahora solo queda un sollozo mudo que se astilla haciéndose añicos como un vidrio templado, que se quiebra, pero nunca termina de romperse.

Niña soñando. Casa socio-educativa. Caracolí en Ciudad Bolívar, Bogotá, julio 2019

Niña haciendo los ejercicios de clase. Casa socio-educativa. Caracolí en Ciudad Bolívar, Bogotá, julio 2019
Esta casita era coordinada por Carolina una joven de un gran corazón que compatibiliza sus estudios universitarios con su amor y sentimiento de justicia que desempaña como profesional dentro de la fundación. En esta sede se encontraban trabajando también otras compañeras del CICODE con quienes se forjó una bonita amistad: Ángela María Guevara, una chica colombiana que estudia Trabajo Social en esta universidad; y Lourdes Koga, una chica peruana que estudió un master de psicología también en la Universidad de Granada. Cada quien desempeñaba unas obligaciones diferentes, pero bien complementadas. Carolina se encargaba de todo el tema administrativo y nos brindaba apoyo en todas las tareas que fueran necesarias. Lourdes era la encargada de la evaluación y seguimiento psicológico de los/as niños/as, lo cual complementaba con las visitas domiciliarias. Ángela María tenía la gran responsabilidad de pensar y poner en práctica actividades lúdico-formativas con los/as niños/as, talleres que resaltaban la importancia del territorio y la comunidad para el desarrollo de la identidad personal. Mientras que en lo que a mi persona respecta me desempeñé en el acompañamiento y refuerzo con las tareas escolares: matemáticas, comunicación, ciencias, historia, …

Excursión a Choachí con el grupo de trabajo. Choachí, Cundinamarca, agosto 2019
-Miércoles, jueves y viernes de 13:00 a 17:00 estaba en la casa escuela que se encuentra en el barrio de Villa Javier, en frente de la sede central, epicentro de toda la Fundación. Se trata, desde luego, de un contexto social muy diferente al presente en Caracolí, con un tipo de población de un estrato social más alto y con menos problemáticas. Esta casita estaba dirigida por Cindy, una mujer con una de las conciencias críticas más certeras de las que he podido conocer y una de las personas más interesantes que me ha regalado Colombia. Al igual que Carolina, compaginaba sus estudios universitarios con su interés por hacer de esta una sociedad más justa, a lo que hay que añadir la necesidad económica que sufre para poder pagar las tasas de matriculación. Un problema que afecta a la mayoría de los/as universitarios/as colombianos/as y que tiene que ver con la precaria situación que ocupan los estudios universitarios dentro de las políticas públicas, que han fomentado que las universidades públicas solo sean accesibles para las elites sociales que pueden permitirse una buena educación previa para sus hijos y hace muy difícil su acceso para la gente humilde y trabajadora, perpetuando así el famoso circulo de la pobreza en lugar de aplicar medidas que garanticen la igualdad de oportunidades.
Cindy es una persona con mucha vitalidad y carisma por lo que se encargaba principalmente de la formación artística con los niños y las niñas, además de impartir los talleres de danzas folclóricas también se puso en contacto con una profesora de literatura que incentivó a los/as jóvenes para que participaran en el XV Festival libando la palabra. Fue una actividad muy bonita con la que nuestros/as niños y niñas tuvieron un espacio para poder expresar públicamente sus sentimientos y pensamiento.

Taller de danzas tradicionales. Casa escuela. Villa Javier, Bogotá, agosto 2019
Mi principal cometido era el acompañamiento de los niños y las niñas junto con la puesta en práctica de juegos cooperativos. Una de las grandes apuestas formativas que llevamos a cabo, cuando los problemas técnicos nos lo permitían, era el cine fórum. La dinámica era bastante sencilla, consistía en la proyección de determinadas películas con un claro componente educativo como Coco, Up, Inside o la familia Adams. Posteriormente realizábamos alguna actividad artística relacionada con el contenido de la misma: dibujos, cuentos, teatros, reflexiones...

Cine fórum. Casa taller. Villa Javer, Bogotá, Agosto 2019

Cine fórum. Casa taller. Villa Javer, Bogotá, Agosto 2019
Recuerdo con especial ilusión un día que estuvimos jugando con los/as niños/as del Mercado 20 de Julio a unos juegos educativos que estuvimos desarrollando. Realizamos una adaptación del juego de mesa ‘Dixit’ con el propósito de conocer y debatir sobre diferentes lugares y personalidades importantes de Colombia. También jugamos una adaptación del famoso programa de televisión ‘El precio justo’, en el que debatimos con los/as niños/as trabajadores del mercado cual creen que debería de ser el precio de las cosas y la distribución de las ganancias entre los diferentes actores que integran el mercado, pues tan importante es que quien consume reciba un buen servicio como que quien vende tenga un salario digno y acorde a su trabajo. Creo que es importante que sean conscientes de la semiesclavitud contemporánea en la que tienen hundidas las rodillas por culpa de las malditas multinacionales y los especuladores que asfixian al pobre campesino que labra la tierra con sus propias manos y al comerciante que carga sacos al hombro desde que sale hasta que se pone el sol. El calvario de quienes pasan tantas penurias para al final del día solo tener un trozo de pan que poder echarse a la boca. Nos decía uno de los comerciantes: “trabajamos como esclavos todos los días para no poder salir nunca de esta cloaca” Una lucha por la supervivencia mientras que otros se ponen las botas a costa de su trabajo.

Taller sobre comercio justo. Casa escuela. Villa Javier, Bogotá, agosto 2019