A veces el miedo se disfraza de lógica para no dejarnos ver la verdadera razón por la que evitamos situaciones de desafío. Sin embargo, siempre hay un motivo que nos lleva a realizarlas, a pesar de los pensamientos dubitativos y paralizantes que surgen: la capacidad de evolución y crecimiento personal. Mientras volaba, sentía un batiburrillo de emociones: la incertidumbre del vivir en Bolivia durante 1 mes, ser capaz de abandonar tu zona de confort o la inseguridad de cumplir las expectativas de los que te reciben. El instante en el que las niñas del internado me recogieron del bus, todos estos pensamientos desaparecieron. Sólo me limitaba a observar, a conocerlo todo, a empaparme de la ilusión que desprendían.
Me encontraba en un pequeño pueblo boliviano, en la región de Cochabamba, llamado Kami. Se encontraba cerca de los 3.000 metros sobre el nivel del mar, así que las temperaturas eran bastante extremas. Vivía en casa de las religiosas del Jesús-María, responsables del internado. En todo momento, me sentí muy arropada y cuidada por ellas. Me encantaba escuchar todas sus historias, pues alguna llevaba cerca de 20 años viviendo en Kami.
Mi voluntariado consistía en ayudar en todo lo posible a las religiosas en el ámbito del internado. Despertábamos a las niñas, le ayudábamos a prepararse para ir al cole, el desayuno, etc. Cuando regresaban del cole y terminaban de comer, tocaba hacer los deberes. Eran cerca de 40 chicas de distintas edades, así que a lo largo de la tarde veía desde las vocales y los números, pasando por dibujos de princesas, hasta incluso fórmulas matemáticas y químicas. Me encantaba pasar la tarde con ellas, reírnos a carcajadas mientras me contaban todos sus anécdotas del colegio, o cuando me intentaban engañar fingiendo que no tenían tarea ese día. Después de cenar, todos los días íbamos a misa. Aún me sigue sorprendiendo la capacidad que tenían para cambiar tan drásticamente del sueño infinito a la energía extrema antes de ir a la cama. En misa casi se dormían de pie, y al intentar acostarlas, todo era juegos, pase de modelos, cuentos…. Tengo que reconocer que a pesar de no tener a penas energía, era mi parte favorita del día. Arroparlas, desearle buenas noches, echarnos unos bailecitos…….

Así pasé 4 semanas, rodeada de niñas que irradian felicidad, siempre deseando jugar, correr, recibir cariños. Aman la vida, y a la misma vez reflejan una madurez infinita, tanto en educación como en valores. Mientras estás allí, tienes la oportunidad de ser tú misma, de conocerte mejor, de empaparte de buenas experiencias, de VIVIR. Relativizas el tiempo, las prisas se disipan, y olvidas por completo el mundo tan materialista e individualista en el que vives. Al regresar a España, todo es diferente. Te llegas a sentir extraña o incluso incomprendida en tu propia casa. Con el tiempo, retomas tu vida y tu rutina, pero algo en tu interior cambia, y cada día me siento más agradecida por esta maravillosa experiencia.