Creo que mi experiencia en Bolivia ha sido como una montaña rusa. Vino de rebote. A pocas horas de planificar otro viaje me llamaron del CICODE para decirme que había quedado una plaza libre en el proyecto que había elegido. Al día siguiente estaba comprando unos vuelos a un país que se presentaba lejano, exótico, pero a la vez muy intrigante. Y de repente, unos meses después y, escapando del barullo de La Paz, me veo tomando un bus a un lugar llamado Villa Tunari, en mitad de la selva amazónica boliviana, con un mes por delante y sin saber muy bien cuál iba a ser mi cometido durante mi estancia allí (más allá de saber que iba a un centro de acogida de animales y que me tendría que hacer cargo de algún área en concreto).
Llegué de noche, y la oscuridad del lugar me sobresaltó, No había ni un alma esperando, más allá de un voluntario que aún seguía trabajando con el ordenador. Sábanas, una cama de paja y un: “mañana a las 08:00 nos vemos”, fueron el final de mi llegada a Machía. Lo que no sabía es que aquella habitación poco a poco se iba a ir convirtiendo en algo más, algo que me acompaña cada día, produciéndome una gran nostalgia y a la vez una profunda felicidad.

Al día siguiente toca presentación. Y como si de una casa de Hogwarts se tratase, espero deseoso saber en qué área me han puesto a trabajar. El parque de monos araña, finalmente. Parecía que mis deseos se habían hecho realidad, pues hablando anteriormente con algunos voluntarios, me decían que era una de las mejores áreas del centro, y no se equivocaban. En un claro, en mitad de la selva, se encuentra una remota oficina, y unos seres que aguardan ansiosos sus comidas diarias. Todavía mis piernas recuerdan aquellas subidas para llegar al área. Un tramo de 10 minutos en el que, zigzagueando por la selva, nos conducía a ese pequeño tesoro en donde debíamos trabajar.
Al principio el trabajo fue bastante duro. Tenía que acostumbrarme a la rutina. Dar de comer a los monos, limpiar las jaulas, limpiar el área, comprobar los tanques, comprobar los runners, limpiar los platos, ordenar la oficina, ir conociendo el área y, lo más importante de todo, ir conociendo a cada uno de los 17 monos araña que nos acompañaba. Reconocer, no sólo su rostro, sino su comportamiento, su manera de caminar, su forma de interactuar con nosotros, etc. Y encima te podían morder, y una mordedura duele mucho (al final me llevé unas cuantas). Vamos, que nada más llegar me preguntaba, que narices estoy haciendo aquí y quien me manda a mí a Bolivia a recoger heces de mono y alimentarlos, cuando realmente la conexión no va más allá que la que pudo tener el tigre con el humano en la película la “Vida de Pi”. Pero lo cierto es que debían pasar días para realmente darme cuenta de lo que estaba suponiendo para mí. No se trataba de simplemente realizar labores de mantenimiento. Se trataba de crear una conexión especial con el medio y sobre todo con ellos.

Nuestra coordinadora nos lo dijo claro el primer día. No son perros a los que hay que mimar. Son animales salvajes a los que tratamos de reinsertar. Así que no penséis que habéis venido aquí a haceros fotitos y ya. Habéis venido a trabajar. Pero es que justamente a través de ese esfuerzo continuo conseguías crear esa conexión. Desde una relación de respeto, ibas conectando con ellos, y con cada uno de forma diferente. Y te das cuenta de que miras de forma diferente a cada una de esas figuras de rostro negro que al principio se te presentaban iguales. Y entiendes el comportamiento de cada uno, y la vida en la selva, y esa conexión con la propia naturaleza. A fin de cuentas, aprendes lo que supone realmente la vida silvestre, más allá de lo que se puede ver en un documental o de lo que se puede experimentar visitando un zoológico.
Aparte de ello, la conexión no es sólo con los animales, sino también con las personas que allí se encuentran. La austeridad con la que se vive en Machía te hace valorar cosas a las que no estamos acostumbrados. Una buena comida, tu cama después de un largo día de trabajo, una buena ducha caliente, pero sobre todo el valor de una conversación. La posibilidad de ir creando poco a poco una conexión con todas esas personas que has ido conociendo. Noches de risas, de conversaciones largas y reflexivas, de escapadas de un día a Cochabamba. A fin de cuentas, de conexiones de esas que siempre tienen un hueco en el corazón. No hablaré aquí de la organización, puesto que mi experiencia no ha sido demasiado buena con ellos, y no quisiera que ello manchase mis recuerdos. Es por ello que decía al comienzo de mi artículo que mi estancia en Machía ha sido como una montaña rusa. Aún alguna que otra desgracia que se haya acontecido en el camino, no supone ni el 1% de la totalidad de lo que he vivido.
Me gustaría acabar esta pequeña confesión con un pequeño homenaje a los protagonistas de esta historia. Durante este mes en Bolivia he aprendido algo que no te enseñan en los libros de biología, en las campañas de Greenpeace, o en las continuas noticias que nos llegan sobre el medioambiente y los animales. He podido experimentar lo que supone crear una relación de respeto con una especie que se torna completamente diferente, pero que a la vez es tan parecida a nosotros. Muchas veces nos cuentan que los primates son muy parecidos a nosotros, los humanos, pero no es una cuestión baladí. Realmente son seres muy inteligentes, que sienten igual que nosotros, que profesan una gran inteligencia y, sobre todo, que podían persuadirte para conseguir un plátano. Lo que quiero decir es que con ésta experiencia he podido darme cuenta de la importancia de la naturaleza y de la conservación del medio ambiente. Y de que, más allá de ser un estudiante de Ciencias Políticas y Derecho, cualquier persona puede estar implicada en la preservación del medio ambiente.

Me despido de vosotros con una fotografía de la preciosa y presumida Kiswara. Sin lugar a dudas la pequeña diablilla que me robó el corazón. Y lo que más me gusta de esa foto, es que nosotros somos los que estamos “encerrados” en una jaula. Ellos están en completa libertad. Así que, me gustaría agradecer al CICODE la oportunidad de haber poder vivir ésta experiencia y haber podido mejorar un poquito más como persona.
“Un día cualquiera te levantas, vas a clase, recibes una llamada y de repente, Machía”.