Cuando conocí la existencia de la convocatoria del Centro de Iniciativas de Cooperación al desarrollo (CICODE) para realizar voluntariados internacionales, no dudé en informarme de las plazas y los diferentes proyectos de cooperación, justo había uno que me llamó la atención puesto que mi formación se amoldaba perfectamente al trabajo a realizar. El proyecto se titulaba “Promoción del acceso a un ambiente saludable y a los servicios de agua y Saneamiento, en el marco de los derechos humanos y la equidad de género, en comunidades indígenas de la Mancomunidad Valle Sur del Cusco”, en Perú. Decidí solicitarlo y cuando me quise dar cuenta, ya estaba embarcando rumbo a América, con algo de miedo por enfrentarme a lo desconocido y en solitario, pero con ilusión y expectativas de aventurarme en este proyecto.
En el Centro Guaman Poma de Ayala (GPA), organismo no gubernamental de desarrollo, es donde tuve la oportunidad de cooperar durante un mes y donde me sentí desde el principio muy acogida e integrada en el equipo. Me gustaría destacar a todos los que forman parte de la fundación ya que son unos trabajadores innatos e inconformistas. A pesar de que la sede principal se encuentra prácticamente en el centro de Cusco, capital cultural y turística de Perú con todos los servicios de agua, luz, internet, telefonía… El proyecto al que yo estaba vinculada, realizaba gran parte de sus trabajos en centros poblados rurales o comunidades del Valle Sur del Cusco, ubicados en las laderas y en las alturas y por lo general carentes de servicios básicos, por ejemplo, sólo el 46% cuenta con servicio de agua y el 80% no tiene servicio de desagüe. En este contexto, el proyecto propone desarrollar acciones orientadas a la conservación, gestión y manejo del recurso hídrico, dotándoles de infraestructuras para facilitar la infiltración de las aguas y la canalización y así garantizar el derecho de servicios de agua de consumo humano de calidad. Además con el proyecto se pretende una adecuada gestión de las aguas residuales para la reutilización en el riego y el manejo eficiente de los residuos sólidos en el hogar y la comunidad. Las actividades que desarrollé fueron; talleres de educación y sensibilización ambiental en las escuelas y cursos con el fin de transmitir hábitos de higiene en el hogar y en la comunidad, dirigidas tanto a los niños de las escuelas como a sus padres. Recuerdo perfectamente cuando hice uno de los primeros talleres dirigido a los padres y tener que ir parando cada minuto para que un compañero me tradujera de forma simultánea al quechua, puesto que es el idioma mayoritariamente hablado en estas zonas rurales.

En esta experiencia vivida, he tenido muchas preguntas, dudas y reflexiones. Para empezar, sin duda este viaje ha aportado mucho más a mi persona, que yo al país y su gente. ¿Qué sentido tenía enseñar como separar los residuos en diferentes contenedores? Esta pregunta, en un país donde no existe un sistema de gestión de residuos, era un poco absurda. Además, hablando en comunidades que apenas tienen impacto ambiental y ellos mismo se encargan de reutilizar todo al máximo (ejemplo: los restos orgánicos son usados de comida para los animales o para el huerto).
En definitiva, la concienciación a las generaciones futuras es necesaria y además conocer la problemática ambiental a la que nos enfrentamos no está demás. Intentaba hacer los talleres divertidos y adaptados para niños de todas las edades puesto que en las clases se mezclaban niños de diferentes edades, una de las cosas que más me sorprendía era la atención que prestaban y lo participativo que se mostraban, además percibía la sensibilidad hacía el medio ambiente. En las comunidades, los niños han recibido una herencia cultural de respeto a la naturaleza, las deidades que protegen nuestra vida: los Apus, son las montañas vigilantes que se levantan altivos sobre la tierra, la Pachamama es la Madre tierra que acoge la semilla y la hace germinar, el Amaru o Yakumama es el agua o los ríos que fertilizan las tierras y el Intitayta es el padre sol que surge cada mañana y termina hundiéndose en la profundidad de los mares. Este diálogo armónico y permanente entre la naturaleza y los habitantes de las comunidades me fascinó.

Por otro lado, también colaboré en monitoreo de viviendas de las comunidades, evaluando diferentes aspectos y el grado de implicación y compromiso, premiando a las familias que más se involucraban en conseguir una vivienda saludable. Esto me permitió conocer de primera mano la forma en la que viven y su organización familiar puesto que nos dejaban entrar a las casas para observar las condiciones de los hogares. Debido a la falta de costumbre, por no tener siempre la disponibilidad de un grifo y un recurso constante, los buenos hábitos de higiene personal y del hogar había que promoverlos, teniendo que concienciar de la importancia en cuanto a prevenir y evitar las enfermedades diarreicas. Fomentando la participación de mujeres y hombres, desde la equidad de género.

En conclusión, pude comprobar como las comunidades rurales viven en continuo abandono por parte del Estado, lo que incrementa la precariedad de la convivencia familiar y comunal. La solución, depende en gran parte del gobierno, que debe dotar de medios (papeleras, contenedores, plantas de reciclaje) a las comunidades. Pienso que la población de estas comunidades si están concienciadas, existe una fuerte relación entre ellas y la naturaleza. También viven con un esfuerzo colectivo y bastante equitativo que hacen del trabajo una esfera menos desigual para todos los miembros de la comunidad, sin embargo me pregunto ¿hasta cuándo durará esta forma de vida? ¿Se verán condenados a la cultura de “usar y tirar”? Personalmente, me gustaría que mejorará la calidad de vida de las comunidades que he conocido y que dispongan de los servicios básicos, pero que no pierdan sus costumbres, sus estilos sencillos de vida y sus sonrisas