Aún recuerdo cuando empecé a leer todos los tipos de voluntariados que el CICODE ofrecía. No sabía cuál elegir, había tantos lugares, tantos proyectos, tantas personas a las que ayudar y de las que aprender. Tantas culturas se desmezclaban ante mis ojos que no sabía por dónde empezar.
Al final encontré la que era indicada para mí. Recuerdo cuando era pequeño, cuando mi padre me acompañaba de la mano al colegio, todos los días hablamos de todos los animales que tendríamos en nuestra futura granja, todos los días añadíamos uno nuevo, un día una vaca, otros una gallina, otro un elefante, otro un dinosaurio. Gracias a mi padre encontré una de mis pasiones en la vida, que son los animales. Un día me hice mayor y comprendí que si te gustan los animales no puedes poseerlos. Por esa razón ese proyecto era perfecto para mí, por fin podría formar parte de la “granja” (santuario) de la que hablaba con mi padre cuando era pequeño sin necesidad de poseer nada y además poder ayudarlos.
Recuerdo los primeros días, yo estaba motivado e ilusionado y no me había hecho expectativas, así que fue perfecto para lanzarme de lleno en el área de los monos capuchinos en semilibertad. El primer día me moría de miedo, no podía ni apreciar la belleza de esos animales ni reconocer aún sus personalidades. Recuerdo que me dijeron que me tenía que aprender cada nombre y que me fuera familiarizando con el comportamiento de cada uno. Me parecía imposible. Lo que más temía ras hacer mal mi trabajo, que se me escapara alguno, que me moridera otro. Pero a los pocos días me adapte muy fácilmente. Recuerdo la primera monita con la que me encariñé, se llamaba Yumica, y recuerdo cómo me daba unas rocas y me pedía que jugara con ellas. También tuve la oportunidad de trabajar con los loros y, aunque todo el mundo decía que eran aburridos, eran los que más gracia me hacían.

Pero no todo era trabajar y sudar, también, las personas voluntarias teníamos nuestro tiempo para organizarnos y divertirnos. Todas las noches íbamos a cenar al pueblo u organizábamos alguna fiesta. Me gustó mucho la experiencia porque aparte de trabajar, el sitio consigue que vivas en él, no se concibe el lugar como un sitio donde se trabaja, sino que es un sitio donde se vive, compartíamos la comida, compartíamos la diversión y hasta el dormir. Siempre estabas acompañado. Me gusta llamarlo comunidad porque era como vivir en una pequeña “aldea” donde nuestra labor era dar vida a los animales y a la naturaleza.