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Mugalariak: vivencias, pensamientos e identidades desde la Frontera Sur

Vuelvo a cruzar la Frontera Sur. Esta vez, por mar; y aunque este se encontraba un tanto revuelto, lo he hecho relajada y en calma, disfrutando del espectáculo acústico y visual y el zarandeo de las olas desde la butaca del ferry, casi sin ser consciente de estar atravesando la dichosa línea roja.


Con el pasaporte repleto de sellos de la frontera de Beni Enzar y algunos más de El Tarajal y las fronteras marítimas y aéreas de Tarifa-Tánger, Marrakech y Fez, me doy cuenta que nada tienen que ver estas últimas citadas, con la agitación que suponen las terrestres; vallado, concertinas, jaulas; porteadoras cargadas cual mulas, locales tratando de ofrecer ayuda a cambio de una pequeña limosna, situaciones llevadas al límite; policía aduanera de ambos Estados -España y Marruecos- jugando a Quién es quién, dejando bien claras las relaciones de poder habidas y por haber, por si no lo estuvieran ya bastante. Vulneraciones de derechos en cada esquina. Esta vez, me he vuelto con la maleta bien cargada de reflexiones.


Inmersa en mis pensamientos, en el intento de materializarlos y organizarlos para la articulación del texto y de la consciencia, me traslado a nuestra tierra, nuestro pueblo y, también, a aquellas historias de vida de generaciones pasadas. Como dicen, las raíces las tiene quien las lleva en la maleta, en la mente, en el corazón… y a mí, en este viaje, me han sostenido con firmeza en ocasiones; en otras, me han sacudido la consciencia; en definitiva, han sido la base de mi aprendizaje.


Os preguntareis qué significa el título; pues bien, trataré de explicar por qué la experiencia me ha evocado el concepto “mugalariak” para encabezar esta entrada, que va sobre vivencias y algunas reflexiones posteriores a la labor como voluntaria en la ONGD Mujeres en Zona de Conflicto (MZC), que actúa en el norte de Marruecos. Muga es un vocablo en euskera que significa "frontera", así, el término mugalariak designaría un grupo de personas que habitan activamente en zona fronteriza, o algo por el estilo; interpretación configurada por extensión al uso tradicional de la palabra, que apela a los contrabandistas cuyas actividades de tráfico de perseguidos políticos fueron muy frecuentes durante la Guerra Civil Española y en la Segunda Guerra Mundial, donde se destaca su colaboración con el bando aliado y, finalmente, en la lucha contra el franquismo.


Como si la condición de identidad se heredara y no se forjara, siento como cualidad intrínseca e innata la identificación con este concepto, en un sentido particular y personal, pero lo cierto es que aunque haya nacido una nación dividida por una frontera política, sigo cultivando esa condición a través de viajes y experiencias, físicas y no físicas, en este caso, hacia (más a) el Sur y en la Frontera Sur, con todo lo que ello supone. Podría decir que hace ya unos años que habito intermitentemente en el limbo del territorio en cuestión: Melilla, Andalucía y, ahora, Assillah.


Recuerdo el día en que llegué a ese pueblecito costero que se convertiría en mi hogar por dos meses mientras colaboraba en el proyecto de cooperación internacional denominado “Fortalecimiento de los mecanismos de apoyo a la población migrante en el norte de Marruecos, atendiendo a un enfoque de género y derechos humanos”.


No me resultó un lugar extraño, rápidamente me sentí acogida; cuantas veces no nos habrán dicho marhaba (bienvenida). Eso sí, digo acogida pero no integrada, la diferencia siempre está latente de forma bilateral. Me resultaban familiares las medinas, los olores y aromas, los colores, sus gentes, sus lenguajes y sus hablas, ciertos rasgos culturales que casi ya los había adoptado de forma intrínseca y he de decir que echaba de menos, entre otras cosas, las constantes anécdotas aleatorias y el despertar al alba con el llamamiento al primer rezo del día, a veces en estado de casi levitación otras veces sobresaltada, nunca indiferente. A este lado parece que el tiempo se detiene.


A pesar de ser ambas zonas fronterizas, poco tiene que ver la zona de actuación (región de Tánger) con la zona del Rif que yo conocía, la provincia de Nador en concreto. Las características diferenciales mayoritariamente están marcadas a consecuencia de diferentes procesos políticos, sociales, históricos y, sobre todo, económicos. Entendemos la materialización de la frontera desde la condición postcolonial y desde el norte de Marruecos se perciben con mayor claridad las tensiones del pasado colonial, adaptadas hoy a un nuevo escenario de movilidad global (Espiñeira: 2016).


A consecuencia de esto, en las dos zonas encontramos la misma problemática: subjetividades migrantes habitando en tierra de nadie, invisibilizadas, muchas veces en clandestinidad, y en condiciones extremas. El proyecto en el que he participado trata de mejorar las condiciones de vida de la población migrante subsahariana mediante la puesta en marcha de una red de asistencia, con especial atención a mujeres y niñxs en especial situación de vulnerabilidad. En concreto, las actividades en las que he participado han sido repartos semanales de lotes de alimentos unifamiliares y suplementos para lactantes, apoyo en el funcionamiento de la escuela infantil e impartición de clases de lengua castellana, así como, actualización y creación de registros y de fuentes de verificación del proyecto.




De estas me llevo el compartir. Las mujeres desprenden fuerza, crean redes entre ellas, sororidad, afectos, espontaneidad y cuidados. Sin querer romantizar la pobreza ni la vulnerabilidad admiro la resiliencia con la que hacen frente a todas esas cargas. Las imágenes espectaculares de la frontera que acostumbramos ver en los medios de comunicación ocultan formas de control y refuerzan las fronteras como sitios de opresión y dominación, ocultando las resistencias, las posibilidades y las alternativas (Espiñeira, 2016).


En esos encuentros se materializan paisajes y pasajes fronterizos modernos de poder y resistencia, que nos llevan a cuestionar la promesa postcolonial. La diferencia colonial persiste en el mantenimiento de unas relaciones de poder, unas concepciones del saber y unas identidades del ser que fomentan la continuidad de clasificaciones sociales jerárquicas entre territorios, poblaciones y culturas (Espiñeira, 2016).


Quinta del proceso Schengen a través del cual se reformuló la “eurofortaleza”, he entrado en una especie de crisis e impotencia al ver el resultado de las políticas europeas y la externalización del control de la frontera en el Norte de África y la responsabilidad que tenemos ante ello. A la par, nos llega información del acometido de iniciativas como las de Open Arms o Aitamari y los problemas que tienen para realizar su labor humanitaria, celebraciones como las de la cumbre de G7, devoluciones en caliente, la legitimación de CIEs y CETIs, la arbitrariedad de las leyes de extranjería, la criminalización de los MENA y de la población migrante en general, la archivación del caso del Tarajal, las reivindicaciones de las porteadoras y el cierre de la frontera, etc.


Soy consciente de que esta experiencia comenzó hace tiempo y que no culmina aquí, y es que es necesario posicionarse en lugares y espacios donde las reglas de juego son diferentes a las que estamos acostumbradas para ser conscientes de la relatividad de las cosas y del peso de la cultura y de la geopolítica, de las relaciones de poder que ejercemos y a las que somos sometidas, de manera interseccional. Sobre esto estas mujeres saben mucho y tienen mucho que decir.


Porque el prisma de la cultura y mis experiencias me permiten percibir el mar como calma, lo que para muchas otras es pesadilla, sufrimiento, muerte. El mar mediterráneo es frontera y cementerio. Al igual que es el desierto del Sahara, el cual lo depredamos en masa.


Toda persona tiene derecho a circular libremente y nadie es ilegal. Ellas también. Ellas también son mugalariak, y nosotras con ellas; juntas somos mugalariak. Abocadas a la frontera por la clase, la raza, el género, la edad, la lengua, cultura o religión, con necesidad de subvertir esta realidad global desde nuestro espacio.


Con resaca electoral, me encuentro en un acogedor restaurante de Granada al refugio del aire gélido de la Sierra y de tiempos revueltos en el parlamento liberal, escribiendo al son de la melodía que desprende el piano: llorona, llorona… con aires de desconsuelo, pero transformándolo en fuerza de lucha ¡BOZA!




Referencia bibliográfica:

Espiñeira González, K. R. (2016). Paisajes migrantes en la frontera estirada La condición postcolonial de la frontera hispano-marroquí. Madrid: Universidad Complutense de Madrid.


Universidad de Granada
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