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República Dominicana: lejana pero familiar


Era un día cualquiera de 2016 cuando en mi camino se cruzó un ser. Ser que hoy día es mi “manito” (hermano). Una persona con la que compartía muchos intereses sobre el conocimiento y estudio de las migraciones, fronteras y de la diversidad cultural derivada de ello. Por aquel entonces, en mi cuarto año de carrera, yo estaba estudiando mi Grado Universitario en Educación Social en Ceuta (1° y 2° año) y Melilla (3° año), ciudades donde, como ya sabéis, se encuentran las dos fronteras sur de Europa.


Por su parte, mi “manito” también estudiaba toda esta temática pero en otra parte del mundo, en su país: en la isla La Española, según la historia colonial (Quisqueya para su población nativa).


Fue por las extensas horas compartiendo conocimientos sobre estas dos partes del mundo por lo que el interés de conocer la isla que comparten Haití y República Dominicana perduró en mí hasta el día de hoy, razón por la cual me encuentro aquí hoy, en República Dominicana, inmersa en ésta rica cultura, junto a muchos hermanos y hermanas.


Tengo que referirme a hermanos y hermanas porque los hechos históricos, aunque no de la mejor forma, hizo que mis raíces, así como las tuyas, y las del dominicano, y las del africano y haitiano sean una sola.


He de contaros que yo, andaluza de “pura cepa”, me sentí en casa desde el día que pisé suelo dominicano. El “jaleo” (mucho ruido) como decimos en Andalucía, el calor humano, y también el climático, la cercanía y la hospitalidad de su gente me hicieron entender que, aunque en puntos muy diferentes del mapa y con expresiones culturales aparentemente muy distintas, no estamos tan lejos de esa hermandad que siento desde lo humano y no desde lo que habla la historia colonial escrita por el hombre blanco.


República Dominicana no es solo “resorts” de 5 estrellas y playas paradisiacas, que también lo es. Pero, desde la experiencia que por suerte estoy teniendo, Quisqueya es mucho más. Es generosidad, es cultura, es calor humano, es mango y aguacate, es cocos en la playa, bachata y merengue, belleza y esplendor, pero también es pobreza, discriminación racial, bateyes y caña de azúcar, es esclavitud y es genocidio humano.


Estas últimas características de la isla es lo que me trajo a hacer mi Trabajo Final de Grado (TFG) aquí.


El pueblo negro, a lo largo de la historia y hasta hoy día, es un pueblo discriminado por razones raciales, oprimido y señalado como raza inferior, tratado como “los otros” desde la historia blanca dominante.


Aquí, los vecinos haitianos han sido recriminados por exponer su cultura, acusados por ejercer ritos diferentes a los “aprobados” por las instituciones dominicanas, esclavizados de forma legal, de forma ilegal e invisible y de todas las formas posibles e, incluso, han sido asesinados por “ser negros”.


Todos estos hechos históricos, el silencio permanente de esta parte de la historia, sumado a la opresión institucional aún persistente hacia la población negra, hacen que el término “antihaitianismo” sea normalizado y visible en las actividades diarias del país.


Tanto es así, que el último genocidio en la historia de este país fue recién en el año 2013: una Sentencia emitida por elTribunal Constitucional dominicano, despropiaba de cédula de identidad (DNI), literalmente, a personas dominicanas descendientes de padres extranjeros. Pero, según todos los detalles de esta Sentencia y de otras leyes, condenaba específicamente a los dominicanos y dominicanas de ascendencia haitiana.


Imaginemos, todos y todas, que mañana nos despertamos y ya no somos españoles, que no podremos volver a nuestra Universidad, a nuestra escuela, a nuestro trabajo, que ya no tenemos el derecho de ir al médico, que ya no tenemos derecho de ser, de existir.


Os invito a conocer el corazón de este maravilloso país, la música, las comunidades rurales y sus expresiones culturales que se abran a que entre en vuestros corazones el calor humano de su gente.


La historia fue muy cruel con muchos hermanos y hermanas, pero ahora debemos concienciarnos de elogiar y honrar la riqueza cultural que dejaron los antepasados al mundo.


Desde ahora, cuando vuelva a pasar la tarde a la orilla del río Guadalquivir en Sevilla (zona de comercio e intercambio con las Américas en la época colonial), recordaré a mis hermanos españoles, africanos, dominicanos y haitianos que por allí pasaron y que formaron parte de la historia de ésta isla.





Universidad de Granada
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