Ayer me despedí de la Fundación Creciendo Unidos Bogotá, que trabaja con niños, niñas y adolescentes, algunos de ellos trabajadores, en tres localidades al sur de la ciudad: San Cristóbal, Usme y Ciudad Bolívar. Han sido seis semanas de aprendizaje y trabajo intenso con ellas y ellos. Hoy tomo la página en blanco que anuncia una nueva vuelta. Me pregunto cómo os podría servir mi relato a vosotras, e imaginaré que concretamente tú, eres una persona curiosa y entusiasta, que mira al futuro, que lo piensa de forma compleja e intrínsecamente en relación con otras personas, comunidades y culturas, y, sobre todo, que cree en el poder de la acción, individual y en asociación con otras, que también sueñan con el ideal del progreso hacia un mundo mejor, más justo y menos desigual.
Lo que te voy a contar está limitado por mi propia experiencia, el lugar, la Fundación y la población con la que trabajé, así que organizaré mi relato en base a estos puntos.
Bogotá es una ciudad que saluda al mundo desde la altura de sus cerros y rascacielos, horizonte de construcciones y polución. He escuchado a “rolos” referirse a su ciudad como una nevera, de clima bipolar, y aconsejar vestir con tantas capas como cambios vistos en un día. Hogar para millones, lugar de paso, o que da bienvenida al éxodo de gentes propias y ajenas. Densidad de contrastes, lugar de encuentro que segmenta públicamente por estratos sociales, imagen del mundo que diferencia sur y norte. Gentes que “martillan”, canes vigilantes, trabajadores “a la orden” y problemáticas propias de toda gran ciudad al sur del mundo. Como curiosidad, en algún tiempo este territorio se llamó Nueva Granada, y también puedes conocer la Sierra Nevada en Colombia. La visión de los cerros orientales desde casi cualquier punto de la cuidad crea una ilusión que hace entender por qué tuvo ese nombre, aunque la inmediatez de la siguiente carrera sin salir del asfalto ahogue la historia entre emisiones rutinarias del trayecto al trabajo y la vuelta a casa.



Cada lugar habla desde lo que dicen sus gentes, así que escucha. ¡Escucha todo lo que puedas y suspende tu juicio!
Voluntaria viene de voluntad, del deseo por conocer y del querer aportar a soluciones de problemas que muy probablemente se desconocen. Esto tiene pinta de paradoja, y lo es, pues estamos pensando el desarrollo desde la cooperación internacional en el lugar del mundo que nos ha tocado, pero antes que eso, lo pensamos desde nosotras mismas y nuestra capacidad de acción. Un día escuchaba de boca de alguien que ha pensado el desarrollo decir de forma simplificadora, “si es desarrollo, no es sostenible; y si es sostenible, no es desarrollo”. Tenga razón o no, te invito a pensarlo, y si te interesa, busca donde se te ocurra.
Educa tus sentidos, acompáñate de alguna lectura y déjate recomendar por quien se merezca tu confianza. ¡Mira lo que los ojos no ven, escucha donde el oído no oye! Y saborea los productos típicos de la región, ¡obvio!
Con respecto a tu trabajo como voluntaria, es importante que antes que apresurarte por proponer, te preguntes dónde estás y observes la dinámica de trabajo de la institución que te acoge para integrarte de la mejor manera dentro del equipo, pregunta lo que necesites, conoce tus funciones, respeta el trabajo de tus compañeras y pon lo mejor de ti. Supongo que la gratitud es un sentimiento frecuente entre la gente que dedica su tiempo a experiencias como esta, así que ¡compártela!
Además del aprendizaje práctico, tener la posibilidad de planear y trabajar en equipo tras un objetivo, desempeñar funciones relacionadas con tu formación académica, podrás observar parcialmente cómo se canalizan los recursos internacionales en el destino, cómo se trabajan los proyectos y cómo se justifican en el diálogo entre las instituciones. Y, quizá como yo, te des cuenta del valor de trabajar genuina, aunque metódicamente.
Mi fortuna ha sido poder trabajar con la niñez, que quizá sea lo que más se parece en cualquier parte del mundo. Los condicionantes externos son los que parecen hacer el resto; y Bogotá, es un sitio para contemplarlo. Por ejemplo, la educación superior; en Bogotá hay tantas universidades como públicas en todo el territorio español. Sólo que, en Bogotá, las públicas se cuentan con una mano y las privadas tienen unos costos que pueden cuadriplicar o quintuplicar las matrículas públicas españolas. Las comparaciones son odiosas, todo el mundo lo sabe, pero me parece un buen dato para hacerse una idea de lo que implica estudiar en otras partes del mundo, y, por qué no decirlo, que la experiencia de conocer otros lugares te hace valorar algunos puntos que antes no te habías siquiera planteado.
¡Te deseo GRATITUD en tu camino hacia experiencias imborrables!