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Un antes y un después: Mi experiencia en Hombres Nuevos

Era un día cualquiera, a mediados de agosto, en plena Santa Cruz de la Sierra (Bolivia). Concretamente, la zona a la que me dirigía era el Plan 3000, una especie de barriada (aunque la cifra de residentes allá supera las 300.000 personas) en la que se había establecido Nicolás Castellanos, quien iniciara el Proyecto Hombres Nuevos 27 años atrás.


Muchas fueron las emociones que pude sentir al entrar por la puerta de Palacios (una de las tres casas de personas voluntarias). Nerviosismo, miedo, felicidad… pero, sobre todo, muchas ganas de comenzar e ir conociendo a todas aquellas aquellas que, durante dos meses, se convertirían en mi familia. Y la verdad es que así fue. Los fraternos y voluntarios/as que allí vivían me acogieron con los brazos abiertos, dispuestos y dispuestas a ofrecerme todo lo que estuviera en su mano para que me sintiera como en casa. Así, al poco tiempo, ya se volvieron costumbre las meriendas con Fabi, Salomé y las masitas, los abrazos a Panchomama, las re-cenas de Terruñito y chipilos con Cris y Ali o los esfuerzos por parte de Joselino Pan y Vino por matar a la abeja que llevo tatuada en el brazo.


Eso sin contar con los y las peques, los y las protagonistas de esta historia. Pero claro, para poder hablaros de ellos y ellas, es necesario, primero, mencionar al colegio Luis Barrancos. Concretamente, habría que situarnos en la humilde biblioteca de este centro, con su profesional al mando, Estelita; una personita que, con sólo 20 años, lleva adelante su trabajo y sus estudios y que, aún así, encuentra tiempo para hacer voluntariado los fines de semana. Mi labor allí consistía en proporcionar refuerzo escolar a quienes lo necesitaran. Paradójicamente, yo fui más alumna que aquellas pequeñas criaturitas que me llamaban “profe”. Así, durante aquellas mañanas de estudio, redescubrí eso a lo que llaman paciencia, ayudando a escribir a Mili los números del 1 al 100. Aprendí a gestionar mi frustración, al esperar que Johanna no insultara a todo el que hablara o que Juanqui no fuera cada cinco minutos al W.C. Volví a mirar el mundo con ojos de niña, saboreando cada minuto de recreo, jugando al ajedrez con Jesús o escuchando las historias de lobos y fantasmas de Benjo. Me fui acostumbrando a ponerme en el lugar de la otra persona, sintiendo los miedos de Robe sobre su futuro o la felicidad de Emily cuando admiraba sus obras de arte. Pero, sobre todo, me sentí como una más, un apoyo, una confidente.


Realmente podría rellenar páginas con todo lo que el Plan 3000 me ha dado, con lo que la propia Bolivia me ha enseñado. Todas estas personas con las que he tenido la gran suerte de compartir camino (tanto a las que he nombrado como a las que no) me han demostrado lo fácil que es amar. Es más, ellas mismas son puro amor.


Entré en aquella casa intentando no tener expectativas. Intentando permitir que el universo me sorprendiera con lo que quisiera. Y bueno que si lo hizo. Jamás hubiera podido imaginar que mi experiencia en la comunidad de Hombres Nuevos sería tan bonita. Ahora veo el mundo con otros ojos, unos ojos que no focalizan su atención como antes en el dinero, el tiempo o el futuro. Unos ojos que han aprendido a mirar a través de otros ojos; a dar sin esperar recibir algo a cambio; a dejar más fácilmente a un lado el egocentrismo y sonreir a la vida, así, tal cual venga.


Universidad de Granada
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