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De aventura por CIWY

Después de 2 días de viaje; tres aviones y muchas horas de espera en aeropuertos, llegué a Villa Tunari, un acogedor pueblo de Cochabamba, rodeado de naturaleza. Allí emprendí mi primera aventura como voluntaria y me atrevería a decir que la más salvaje y gratificante de mi vida, que tendría lugar en el centro Machía, un increíble refugio de animales salvajes creado y dirigido por la Comunidad Inti Wara Yassi.









Elegí el área de Pequeños Animales; 17 coatís, 1 taira y 2 jóvenes mapaches. Me parecía un área variada y, aunque todos los animales son muy interesantes, tenía una curiosidad especial por conocer a los coatís y a la tayra, que hasta entonces no sabía absolutamente nada de ellos. Además, pude convivir con muchas otras especies de animales de vida libre que rondaban por mi zona, como monos capuchinos, monos amarillos, coatís salvajes, tortugas gigantes, jochis… e infinidad de insectos, lagartos y aves de todos los tamaños y colores.



Allí nuestras funciones eran desinfectarles, prepararles y darles las comidas, sacarlos de sus casas y ponerlos en runners (que eran pequeños recorridos hechos con cuerdas repartidos por todo el área), pasearlos, darles enriquecimientos (juguetes, piscinas aromáticas, comida escondida en cañas de bambú o cualquier otra cosa que inventáramos para su entretenimiento), limpiarles las jaulas, construirles casitas en los árboles, etc.


Los primeros días fueron los más delicados debido a que era una completa desconocida para ellos, y por tanto se mostraban la mayoría muy ariscos conmigo. Me llevé unos cuantos bocados de coatís a la bota, sin resultar herida, y fui asaltada por capuchinos salvajes, dejándome sin plátanos para los animales de mi área. A la semana, ya reconocía sus caras y sus respectivos nombres, y ya me iban aceptando como una de su familia. Fui aprendiendo a tratar con los monos y coatís salvajes que venían a robar, para no tener altercados. Al mes, conocía perfectamente sus personalidades, la comida que más le gustaba a cada uno y la que menos. Hasta los llamados “intocables”, debido a su nerviosismo o agresividad, que sólo trataba con ellos la coordinadora, me dejaban acercarme a ellos y empecé a manejarlos. A los dos meses, y fin de mi estancia en Machía, estaba perdidamente enamorada de estos encantadores animales. El vínculo que había creado con cada uno de ellos y con mis compañeros/as de trabajo fue tan fuerte que la despedida fue lo más duro con diferencia de toda esta experiencia. Es increíble la de cosas que pasan en tan poco tiempo y la huella tan grande que dejan en tu corazón.




En CIWY a los animales se les mima más que a nadie, y es que no merecen menos. Casi todos vienen del tráfico ilegal, del maltrato y del cautiverio. La gente suele comprarlos en el mercado negro cuando solo son un bebé, y cuando crecen, también crecen los problemas. Son animales salvajes, no animales domésticos, y eso nadie puede cambiarlo. Por eso al final resultan agresivos y tienen una dieta tan complicada que acaban teniendo enormes problemas de salud. Así que los abandonan en la calle, en contenedores de basura o llegan al refugio en pésimas condiciones. Estos animales no pueden ser reinsertados en la naturaleza ya que no sabrían sobrevivir por ellos mismos, y por eso en el refugio le ofrecemos lo más parecido a la libertad, y le damos todos los cuidados y cariños del mundo.



Universidad de Granada
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