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De Toubab a Tata-dani

Reconocí poco a poco la propuesta de Hahatay con todas sus vertientes, es un gran pulpo con muchos tentáculos que llenan de vida y de empoderamientos, de proyectos, de propuestas a la juventud, y en general a la comunidad Gandiolesa. Tiene un centro cultural llamado Aminata con una biblioteca revolucionaria, para fomentar la lectura, rompiendo con la mirada colonial, múltiples actividades artísticas y de sensibilización, radio comunitaria, una propuesta hecha por y para los gandialeses. Productora audiovisual, que realiza contenidos provenientes de quienes allí viven, y así, mostrarle al mundo la mirada local, entre otros.


Los proyectos actuales son la construcción de aulas infantiles con comedores acompañados de huertos y gallineros comunitarios, de la mano de una red de mujeres que trasforman y suministran los productos; el proyecto salud y reproducción femenina y la residencia artística.


Sentía la necesidad constante de reflexionar sobre mi lugar como voluntaria en un proyecto de cooperación al desarrollo que implicara el fomento a un desarrollo occidental, pero al interior de un contexto proveniente del sur global, en este caso africano. No quería reproducir los estereotipos con los que no estoy de acuerdo, pues el alma del voluntario a veces viene contaminada de una imagen heteronormativa: la de un ser salvador.




Por lo mismo, me permití primero conocer las dinámicas del lugar desde una curiosidad genuina, que llevó a reconocer(me) en las dinámicas cotidianas, con el fin de tener una pequeña inmersión y así proponer de manera contextualizada. Pues considero que el voluntariado no es un aprendizaje unilateral, sino y por el contrario, un proceso bilateral, que conlleva a un intercambio de saberes.


Pasa el tiempo y me preguntan: ¿cómo vas con los “pequeños”? ¿cómo haces con la comunicación? “Es un misterio”, respondo, pero en el fondo de mí, sé que no lo es. Me doy cuenta que la comunicación va más allá de las palabras, de un idioma y hasta de unas señas. La música y el juego han sido nuestras formas de comunicarnos, un lenguaje universal que nos acerca, llevándonos a retar la creatividad. Y aun así, tampoco pretendo romantizar la dificultad de la comunicación verbal, menos en un contexto donde la tradición oral es tan fuerte.


Y debo aceptar, que implicó un reto, el pasar de ser toubab, a ser Tata Dani. Este fue un reconocernos con los pequeños desde la diferencia, desde lo más humano y conectarnos desde otros espacios en los que descubrí nuevas dinámicas, y mientras me reconocía en ellas, jugué al presente, disfruté del saludo, aprendí a reírme con todo el cuerpo, donde mi cómplice: el tambor, se hizo nuestro latir colectivo.




Esta experiencia me permitió reflexionar sobre dos puntos. Uno, la importancia de un lenguaje que logre democratizar la comunicación y abrir otros canales de expresión que involucren el cuerpo y sus sentidos. Aportando así, nuevas visiones y versiones de un mismo hecho, adentrándose en los ciclos del andar, en los ritmos más humanos, desde una colectividad presente que construye formas de relacionarse que el capitalismo niega y nosotros desaprendemos. Pensé entonces, en la importancia del arte y los actos rituales. Y a partir de estos, halle “palabras” que le dieron sentido a lo innombrable: el cuerpo, productor de significados que trasciende la realidad desde lo simbólico, y así, poco a poco fui indagando, preguntando y aprendiendo.


Y la otra reflexión que surgió frente a este proceso con los niños y niñas del Centro Aminata, fue acerca de la educación formal, la falta de un interés del Estado para promover una educación más integral, que no estimule el premio y el castigo como herramienta principal, y segundo, que la homogenización, esquema colonial occidental no sea el objetivo. Quienes concebimos el aprehender como la base fundamental para la transformación social, sabemos que el sistema educativo formal y hegemónico, observado desde posturas autocriticas y una mirada sur-sur tiene retos muy importantes.


Rescato en todo el equipo de Hahatay, su decisión de asumir el vértigo constante de construir espacios de trasformación social, pues el cambio es un proceso creativo y de conexiones: es el reto de construir un mundo que no existe o que ha quedado destruido. Para ello, se necesita de la intuición, de la emoción y el coraje del acto creativo, para humanizar nuestras sociedades y deconstruir los fantasmas neocoloniales que permitan procesos de empoderamiento desde el sur global.


Universidad de Granada
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