Creo que mi viaje empezó el día que entregué todos aquellos formularios del CICODE en registro, completados con dudas y con pocas expectativas que hacían que la idea de conseguir esa beca pareciera lejana. Pero ya entonces era tan real como lo es ahora, y de repente formamos parte de la Fundación COPRODELI y del proyecto para personas con discapacidad. Voy a cruzar el charco en apenas una semana, y aún me pregunto si mi equipaje está completo, o en qué momento sabe una que lleva todo lo necesario. Por primera vez, el equipaje no se trata sólo de lo material: cuatro camisetas, el jersey, la ropa interior, algunas dinámicas, mi cuaderno, todo lo aprendido en anteriores voluntariados, crema solar, el repelente de mosquitos, la mente dispuesta a abrirse de par en par. Es de madrugada, todos duermen. Mi reflejo en el oscuro cristal de la ventana me mira y tiembla. Pero no aparta la mirada, así que sé que quiero hacerlo. Además, ¿acaso hay una mejor forma de estar preparada para vivir algo que querer hacerlo? No estoy segura de si esta semana pasa rápido o excesivamente lento, pero de pronto estamos cogiendo ese vuelo que nos lleva hasta el Callao, donde nos espera, irónicamente inhóspita, la hospedería que convertiremos en hogar más adelante.

Visitas domiciliarias en las zonas de Tiwinza y Francisco Bolognesi con el apoyo de Karina (madre colaboradora de Ayuda en Acción)
Con nuestra llegada, se materializó la idea de que en estos barrios hay mucho trabajo por hacer, así como la seguridad de que no estaremos solas en esta labor de reconocimiento del entorno. Son aquellas personas que día sí y día también se esfuerzan por que la realidad en el Callao sea la de un lugar más habitable, en el que todas y todos tengan los mismos derechos y las mismas oportunidades de crecer y prosperar, quienes nos acompañarán en este proceso. Por lo pronto, partimos de una realidad indiscutible compuesta de varios aspectos que nos ponen en situación cuando hablamos de discapacidad en este distrito:
-La mayoría de las personas con discapacidad en el Callao (adulto, adulto mayor y niños/as) sólo hacen vida en sus casas, y no llevan a cabo los procesos de socialización considerados normales.
-El resto de la población suele tener conceptos equivocados o difusos sobre lo que es la discapacidad y lo que ésta significa realmente, lo cuál hace más difícil la determinación de los domicilios de estas personas, así como conlleva la perpetuación de estigmas y prejuicios que impiden la integración e inclusión absoluta de las personas con discapacidad en la sociedad.
-La falta de alianzas entre instituciones y la mala gestión (en algunos casos) de ciertos organismos, hacen que sea complicado el proceso de obtención del certificado de discapacidad y el diagnóstico de casos no registrados (aproximadamente el 70% de la población con discapacidad no está registrada como tal).
Y sabiendo todo ésto (que es muy poco, pues para conocer a un pueblo hace falta mucho más), se podría decir que comienza nuestra labor aquí, y las semanas y los días transcurren en una vorágine de visitas domiciliarias, entrevistas, fichas sociales, bases de datos, programación de talleres… Pero también de risas, bailes, abrazos, de quererse, de llantos cuando es necesario, cumbia, salsa, bienvenidas a la primavera, los almuerzos hechos con más cariño que jamás comí, nuevas amistades, sesiones de cine y descubrimientos de potenciales artistas. El calor humano que aquí recibimos compensa de la mejor forma posible la ausencia de Sol inherente a este clima limeño. También el aprendizaje que nos llevamos compensa sobremanera todos los miedos o las inseguridades que antes de emprender esta aventura nos quitaban el sueño algunas noches.
Cuando te enfrentas a una sociedad tan diferente a la tuya propia en sus formas y en su sentir, solo queda la opción de dejarse arrullar por los ritmos de la vida que hay en sus aceras, y esto es lo mismo que dejarse enseñar desde la más pura desnudez del conocimiento: dejando atrás toda idea previa, todo aquello que creíamos ser.
El Callao nos ha enseñado que es un lugar con fisiología de árbol, cuyas ramas sólo necesitan un ligero empujón para llegar a tocarse entre todas ellas. Y cuyas flores, tan variopintas como preciosas, aprendieron a crecer solas, aunque el Sol no coronara su cielo
