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Muy toubab

A pesar de todas las cosas buenas que había escuchado del proyecto me convencí, como siempre, de mantener una imparcialidad absoluta y no conceder ningún tipo de juicio, ni a favor ni en contra, hasta no tener una evidencia empírica suficiente. De hecho, el solo haber escuchado cosas buenas me pareció incluso sospechoso, y es así que escéptica y cautelosa ante cualquier posibilidad de que algo pudiera atravesar mis defensas, llegué a ‘la casa’, Sunu Keur, donde convivimos las voluntarias, trabajadores del Centro Cultural, Mamadou y su familia, y algún que otro visitante ocasional.


Desde que en 2014 se inauguró el Centro Cultural Aminata, el proyecto de Hahatay no ha parado de ser el motor de una multitud de propuestas desde, por y para los habitantes de Gandiol. El vórtice de actividad tiene tal potencia que parece expandirse provocando una espiral de constelaciones, personas que tocan a personas, desde Pilote Barre a Saint Louis, a Dakar, a Granada, Barcelona, Madrid, Bilbao, y que más recientemente empieza a tomar contacto con otros sures: Bogotá, Palenque, el Cauca... y Montevideo, por qué no, si tengo que hablar de y desde mí.


Ante este panorama es fácil predecir dónde se quedó mi elaborado y racional escudo. En pocos días el perímetro de seguridad que había puesto alrededor mío para evitar cualquier posible decepción se fue desmoronando. Casi sin darme cuenta me encontré inmersa en una realidad sorprendentemente familiar y propia. ¡¿Cómo puede ser, si yo no pertenezco a este lugar?! Mi cerebrito todavía se lo pregunta.


Las miradas cómplices, las risas y el trabajo cotidianos erosionaron con una rapidez inusitada el muro cimentado en un miedo absurdo a que las cosas pudieran salir bien. El intruso autoboicot de toda la vida, efectivísimo en el ser individual, poco puede hacer ante una consolidada construcción colectiva.


Con el equipo de construcción la sensación de proceso continuo y colectivo es palpable y diría casi que literal. Siempre hay faena, ya sea en el propio Centro, en la ampliación de las aulas de infantil de los pueblos cercanos, en la futura nave para las máquinas de reciclaje de plástico o porque una noche de tormenta salga volando el techo del edificio de audiovisuales.


La cantidad y variedad de proyectos me dió la oportunidad de conocer gran parte de Gandiol y de participar en casi todas las fases de una construcción. Todas las obras están en marcha por lo que cada día prácticamente toca un lugar diferente, con su entorno, sus paisajes y sus retos.


Ver los espacios poco a poco tomar forma con el trabajo de nuestras manos y conversaciones, compartiendo ideas y soluciones hasta encontrar lo que puede funcionar y con lo que estemos todos de acuerdo y nos guste, tiene un tipo de complejidad muy diferente al hacer arquitectónico ‘occidental’, donde las decisiones salen de un despacho o de una persona, de manera más bien unilateral.


Se nota que los proyectos nacen de la puesta en común de las mentes y de los corazones que los están construyendo y que les van a dar uso. Los resultados de esta creación colectiva parecen latir con vida propia, y de verdad que se siente en los edificios y espacios generados (¡cabe decirlo!) el cariño y el amor con el que cada detalle es pensado y hecho.


Esto en particular ha tenido gran resonancia en mí, que de un tiempo a esta parte me vengo cuestionando la manera en que, como sociedad, construimos nuestro entorno y el papel que como arquitecta tengo o quiero tener en ello. Sin duda mi experiencia en Hahatay hace una profunda contribución a esta reflexión que ahora, a mi regreso, tengo ganas de revolver, amasar, pellizcar, diseccionar, investigar...en cuanto tenga un momento, claro, porque las dinámicas de este lado de lo vivido poco han tardado en saturar hasta el último hueco que pudiera tener para dedicar a otra cosa que no sean ellas mismas.










Universidad de Granada
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