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Voluntariado en Machía

Mi nombre es Jaime, soy graduado en biología y tras finalizar el Master en Conservación de la Biodiversidad en Granada, descubrí las becas que el CICODE concedía para colaborar en proyectos de cooperación internacional en temas sociales y medioambientales. Como muchos biólogos de la conservación, soñaba con realizar un voluntariado con animales en Sudamérica desde que empecé la carrera prácticamente, pero hasta ahora no había dado con la organización adecuada. Tras unas cuantas conversaciones con antiguos beneficiarios de la beca, me aventuré a echarla.


Incluso una vez aceptado y ya con referencias previas, uno no se hace mucha idea de lo que va a vivir hasta que realmente se encuentra en el terreno.


Llegué a Cochabamba a mediados de septiembre junto con dos compañeras más del Máster que también habían accedido a la beca, y de allí fuimos directos en un autobús hasta el centro Machía, en Villa Tunari, en donde realizamos nuestro voluntariado.


El centro Machía forma parte de la Comunidad Inti Wara Yassi, una organización encargada de la recuperación, rehabilitación y rescate de animales víctimas del tráfico ilegal de especies silvestres. Nada más llegar te asignan un área de trabajo en la que permanecerás durante toda tu estancia en el centro.


Para mi suerte, entré a formar parte del grupo de trabajo dedicado a los monos capuchinos en semilibertad, donde, mediante un sistema de cuerdas, los monos pueden realizar recorridos por los árboles siempre atados a una cuerda, pero acercándose bastante a lo que su situación natural podría ser. Todos los monos que allí se encuentran han llegado tras ser entregados por particulares que compraron a los animales en el mercado ilegal y ahora tratan de deshacerse de ellos. Debido al alto grado de contacto que han tenido con los seres humanos, resulta inviable su liberación total, por lo que el centro se encarga de ofrecerles a los animales una situación lo más natural posible.


El trabajo era duro debido al asfixiante calor húmedo al que no estaba acostumbrado, sumado al desnivel que tenía que superar diariamente con una mochila cargada de fruta para los monos, sensación de la que rápidamente me evadía en cuanto entraba en la selva y a mi alrededor volaban todo tipo de mariposas, combinado con el sonido perenne de la selva que siempre te acompañaba, mezcla de aullidos de monos, cantos de pájaros y el sonido del viento y el agua en las palmeadas hojas gigantes.


Aparte de la apasionante experiencia de trabajar con fauna salvaje de primera mano y lo gratificante que resulta formar parte de un proyecto de voluntariado ambiental, mi mayor sorpresa ha sido comprobar que se trata de un proyecto real, un proyecto creíble donde el altruismo desinteresado ofrece su mejor versión, en donde los fundadores y trabajadores del centro anteponen su propia comodidad y calidad de vida por la de los animales, sin buscar una publicidad sensacionalista ni un negocio con etiqueta verde.


Recomiendo la experiencia a todo el mundo que realmente quiera vivir dureza y emoción a partes iguales, alguien que busque ayudar de verdad por encima del marketing aventurero y salvaje que tanto triunfa en las redes sociales.



Universidad de Granada
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