A través de los ojos de Yuliza
- cicode
- 10 may 2024
- 6 Min. de lectura
Laura Delgado Díaz
El equipo de Comunidades Educativas Hombres Nuevos (CEHN) junto a l@s voluntari@s, durante la actividad “Encuentro de inicial”
Este es un relato (y a su vez, análisis) de la realidad de una de las últimas menores que tuve oportunidad de atender durante mi voluntariado, como no puede ser de otra manera. Para mí, y tras recibir distintos casos y problemáticas, se convirtió en reflejo de muchas familias bolivianas, así como de sus esfuerzos por conciliar la situación socio-económica, las exigencias socio-educativas y los procesos de parentalidad normativos. Por motivos de confidencialidad, los nombres serán sustituidos, la historia ligeramente modificada y los detalles reservados; de la misma manera, las fotos son meramente ilustrativas. No es otra la intención, que la de acercar al lector a la realidad de vari@s menores en Bolivia; y, por tanto, a la de sus familias y otros agentes periféricos a la infancia.
La menor (y las exigencias de la infancia)
Yuliza tiene 11 años y está en su último curso de primaria; en esta tesitura, ha de enfrentarse a distintas exigencias. Por un lado, están las exigencias de clase: ya es prácticamente una estudiante de secundaria, por lo que ha de rendir como tal; al fin y al cabo, “su futuro depende de ello”, o eso le han dicho. Paralelamente, enfrenta las exigencias del hogar: siendo la hermana mayor (y padeciendo su hermana de una discapacidad), ha de asumir el rol de cuidadora. Asimismo, es “ama de casa” a turno completo, pues sus padres trabajan durante jornadas intensivas y no pueden atenderlas; “para asegurarles un buen futuro”, o eso le han dicho. Finalmente, se topa con las exigencias de la adolescencia: su cuerpo está cambiando y su personalidad está desarrollándose. Le preocupa ser una buena mujer, en todos sus sentidos; porque sabe, “las buenas mujeres tienen un buen futuro”, o eso le han dicho.
Pese a su corta edad, Yuliza reúne distintas preocupaciones: la relación de sus padres, la salud de su hermana, la economía familiar, su popularidad, su físico y su alimentación, las tareas de clase y las llamadas de atención de la profesora (…) y por supuesto, su futuro; porque así se lo han indicado. Dadas las circunstancias, Yuliza no conoce las exigencias de la infancia: tener tiempo para jugar tras las tareas, probar un nuevo sabor de helado o visitar el parque el fin de semana. Y entre preocupación y preocupación y pese a que su vida está comenzando, a veces se plantea el sentido de la misma.
Porque Yuliza, no ha tenido la oportunidad de vivir…, como la niña que es.
Una de las menores del Proyecto Comedor “La Alegría”, durante las labores de apoyo educativo
La familia (y el desplazamiento del ser)
La familia de Yuliza está formada por sus padres, Ricardo y María, y por su hermana de cinco años, Liliana. Según la menor, solo comparten tiempo los domingos, cuando suele presenciar las fuertes discusiones de sus padres; muchas veces, ella es el motivo de las mismas: porque no ayuda lo suficiente o porque no se comporta como la mujer que debería ser. Por las mismas razones, otras tantas veces la tratan; si es necesario, con un cinturón. Yuliza no siente cariño por sus padres, ni por su hermana; y según la misma, ha de ser mutuo.
Considerando las circunstancias descritas, se tomaron medidas de inmediato. El primer paso era contactar con los padres; y una, en su inocencia y prejuicio, se prepara para enfrentar el conflicto, la negación y la posible negligencia. En su lugar, estaban Ricardo y María; personas que se habían visto desplazadas por la paternidad, especialmente al enfrentar la discapacidad de Liliana. Desde que nació, sus vidas consistían en trabajar y trabajar, de sol a sol, en el sentido más literal; con el último propósito de garantizar un futuro para sus hijas. Por el mismo motivo, sacrificaban su tiempo libre, sus horas de descanso, su relación de pareja y con otros familiares, sus amistades, su intimidad y espacio, su fe…, y su salud física y psicológica. Ambos, presentaban un cuadro de depresión, estrés y ansiedad; ambos, reconocían haberse planteado el sentido de ser…, resultando sus hijas su único motivo por el que seguir luchando.
Porque Ricardo y María, no han tenido la oportunidad de ser…, ni personas, ni padres. Porque Yuliza y Liliana, no han tenido la oportunidad de ser…, ni hijas, ni hermanas.
Altar a la “Virgen de Cotoca”, imagen de referencia para much@s cruceñ@s
La escuela (y los límites de sus agentes)
La escuela (y sus agentes) es el último protagonista de este caso. En la misma, Yuliza encuentra refugio…, en sus confidentes y compañer@s y, sobre todo, en su profesora, a la que considera una segunda madre. Por su parte, Patricia cumple varios roles: el de profesora, el de orientadora, el de psicóloga y el de educadora. Es quien escucha, apoya y anima a Yuliza: resuelve sus dudas e incertidumbres, en todos los sentidos. Pero Patricia, tiene varios casos similares al de la menor…, y rápidamente encuentra sus límites: no puede ofrecer la nivelación ni la adaptación curricular que requiere; tampoco puede ser esa segunda madre. Además, Patricia está muy estresada, como el resto de sus compañer@s; porque las jornadas son intensas y demandantes y porque lleva cumpliendo varios roles demasiados años.
Entre el personal de la escuela, la única figura es la del profesor. Esto limita la atención que reciben l@s menores: no existe un currículum adaptado a las necesidades educativas especiales, tampoco un orientador, trabajador o educador social o psicólogo; en definitiva, no hay mediador entre l@s docentes, l@s padres y madres y el alumnado. Como añadido, las prestaciones y servicios del Estado (nuestra seguridad social) están colapsados, por lo que la derivación no es una opción (mucho menos, la asistencia privada). Es aquí donde cobra sentido la labor de CEHN y por supuesto, la de l@s voluntari@s, con el propósito de superar dichos límites. Y esta labor toma como protagonista a Yuliza, pero también a sus padres, a l@s profesor@s y a todos aquellos periféricos a la menor.
Aula de primaria de una de las Unidades Educativas gestionadas por CEHN
El psicólogo (y el continuo entre la espada y la pared)
Contextualizado el caso de Yuliza, resta hablar de la figura del psicólogo. En Bolivia, resulta especialmente apreciada: la salud mental no es un tabú y es deseo de la mayoría acudir a este especialista, si bien suele resultar inaccesible a nivel económico; por las mismas razones, te acogen con los brazos abiertos. Aunque las demandas son varias (y variadas) suelen compartir una base estructural y social: la situación socio-económica del país (y por tanto, de la familia), los estilos parentales educativos (“heredados” y muy arraigados), el retraso del alumnado respecto a las expectativas curriculares (sobre todo, a raíz de la COVID-19) (…). Todo ello, se materializa en distintos miedos: al futuro, la inestabilidad y la incertidumbre, a “no ser buenos padres” o “no ser buen@s hij@s”, a “no cumplir con el currículum educativo” o “no cumplir como docente” (…).
Como profesionales, ejercemos en un continuo entre la espada y la pared. Por un lado, porque todo conocimiento adquirido en España, sirve de poco o nada. Nadie te prepara para las problemáticas que enfrentas, pues están empapadas de la cultura, la situación socio-económica, las creencias locales y los “modos de hacer” y “ser” (y para esto, no existe curso o manual alguno). En la misma línea, se hace evidente que la psicología que aplicamos, continúa reservándose para el “varón, blanco y europeo”. Finalmente, enfrentamos la dificultad de equilibrar las exigencias de la familia y la escuela, a la par que buscamos el beneficio y la protección del menor. Siendo este el protagonista de toda intervención, es impensable cuidar sin generar auto-cuidado. Primero, a nosotr@s mism@s, porque el contexto en que trabajamos puede resultar estresante, sorprendente y sobre todo, crudo; segundo, a los padres y madres, pues difícilmente pueden ejercer una parentalidad positiva y funcional en contextos tan desfavorables; y finalmente, a l@s profesor@s, responsables no solo de la educación curricular de l@s menor@s, sino de propiciar un contexto en que las desigualdades no hagan presencia.
En definitiva, uno puede concluir que hay mucho trabajo por hacer; pero más evidente resulta que hay mucho que aprender. En dos meses, difícilmente uno logra empaparse de todo el engranaje de una cultura, esos “modos de hacer” y de “ser”; difícilmente uno adapta su conocimiento al nuevo contexto y sus circunstancias; y difícilmente uno se libera de todos los prejuicios de la mirada occidental. No obstante, confío en el reconocimiento de aquell@s a quienes tuve el placer de atender y en el pequeño (pero aparentemente, significativo) cambio que generé en su historia vital; en cualquier caso, el agradecimiento siempre, siempre, siempre, correrá por mi cuenta. Porque nuestra huella, es ínfima en comparación a la de sus zapatos.
“Carrera de sacos” durante la actividad “Encuentro de inicial”, organizada por CEHN
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