Magdalena Frigerio Lorca
¿Habrías imaginado que un lugar con tanto color y sazón tendría tanta pobreza y desigualdad? Esta es, sin duda alguna, la pregunta que me hice nada más comenzar con esta experiencia.
República Dominicana, país por excelencia de destino turístico, con sus cristalinas y cálidas costas, y su oferta hostelera de todo incluido, guarda en su interior realidades que desde el cómodo hogar y de tu Instagram nunca te imaginarías. En esta experiencia, nos adentramos en Santo Domingo, primera ciudad consagrada por la Colonización Española en 1492, donde se establece la primera catedral católica Santa María de la Encarnación y se rige como la sede del gobierno colonial. Tras 530 años, ese asentamiento se mantiene en una parte de la ciudad declarada como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, la zona colonial.
En esta área es donde me alojaba, lleno de turistas y personas de paso, podía pasar por ser una más, en la cual mi libertad de caminar segura era mucho mayor que en otras zonas de la capital. Mientras que la capital era caótica, desordenada, llena de vida y de música en cada esquina, la zona colonial estaba congelada en el tiempo, como si fuera una fotografía para el turismo, reflejando una realidad que no es la verdadera para muchas dominicanas.

Fotografía 1: Iglesia Conventual de los Dominicos en la Zona Colonial

Fotografía 2: Panteón Nacional
No quiero que me malinterpretes, la zona colonial muestra una realidad, sí, pero histórica, ya que debido a que esta enfocada al turismo las necesidades básicas de vida como luz y agua en los hogares, seguridad en las calles, supermercados abastecidos con alimentos es un estándar de vida que esta cubierto en zonas puntuales de la capital. Lo impactante es, los pocos kilómetros que tienes que recorren en coche para llegar a un lugar donde la realidad es completamente diferente.
Dejando atrás las murallas y el Alcázar de Colón, subiendo por el río Ozama, nos encontramos con La Ciénaga, un barrio ubicado en el Distrito Nacional de Santo Domingo, en la cual vive una comunidad de mujeres, hombres y niñas en el Callejón 10. Es en esta localización, donde nos introducimos en el servicio a la comunidad en el marco del proyecto de cooperación nombrado “Mejorar el acceso a saneamiento adecuado, sostenible y respetuoso con el medio ambiente de las familias del Callejón 10”, ejecutado por ASAD y Ciudad Alternativa y financiado por la AECID.
Cabe destacar, que este proyecto se realizó en base a un proceso participativo con 18 niños, niñas y adolescentes en el cual se llevó a cabo un taller de diseño urbano para identificar sus prioridades y expresar sus deseos por la organización sin animo de lucro, Ciudad Alternativa, contraparte del proyecto en cuestión.
El objetivo del proyecto es claro; promover el derecho humano a saneamiento para mejorar la salud y el medio ambiente del pueblo dominicano, pero ¿qué significa realmente esto? Las personas en sus hogares no tenían un sistema de saneamiento funcional que les impidiera contraer enfermedades de origen hídrico, muchas de ellas tenían que depender de letrinas comunes que no están mantenidas, siendo para las mujeres espacios inseguros y de vulnerabilidad alta – sin luz, abiertos, sin control ninguno.

Fotografía 3: Callejón 10 con vistas al Rio Ozama
Por consiguiente, a través de este proyecto se construirá un sistema sostenible, adecuado y eficiente para esas familias como además la integración de las personas residentes para la gestión, mantenimiento y protección de este mismo. Dicho con otras palabras, este proyecto tiene una doble vía; la construcción y la capacitación e integración de la comunidad.
Mi participación en el proyecto comenzó en los inicios de este mismo, por lo que principalmente las actividades que realizábamos con la comunidad eran de sensibilización, comunicación y seguimiento tanto de la construcción como de la creación de una red de promotoras y promotores para las buenas prácticas en materia de saneamiento, medioambiente e higiene.
Los intercambios que pudimos realizar con las y los líderes de la comunidad, me dieron conocimiento, visibilidad, claridad y entendimiento, no solo de la resiliencia de las personas dominicanas que habitan ese lugar sino además de su lucha por una vida digna, ya que al final y al cabo, ¿Quién no quiere vivir en un hogar seguro y estable, libre de enfermedades y contaminación?

Fotografía 4: Casas en parón de construcción en Callejón 10
A pesar de ser 8 semanas en las que estuve en terreno, me dio tiempo a visualizar las grandes desigualdades que existían en la capital, ya que mientras turistas americanos recorrían los lados de mi hogar en la zona colonial, cada vez que iba al Callejón 10, y conversaba con esas maravillosas personas me daba cuenta de la injusticia que existía. Una de mis mayores dudas era el por qué el Estado no realizaba el papel que debía, porque no otorgaba a esos hogares los derechos humanos mínimos que necesitaban, y muchas profesionales dominicanas del sector me explicaban, que todo estaba en proyectos que nunca llegaban a producirse; mientras que en el gobierno todo era papel, en el Callejón 10 había personas que rezaban que no se les volara el techo de su casa o que se les inundara el suelo debido a las tormentas tropicales de lluvia y viento que existen en esta zona.
Es por esto, y por más, que me di cuenta de a pesar de tener las playas más cálidas del mundo, dentro de los hogares de estas familias no existía el calor de un hogar. Por ello, las personas de la comunidad que participaban activamente me parecían notables, valientes y responsables ya que debían de realizar sus deberes diarios (trabajar, mantener el hogar, vivir) además de participar de las reuniones, talleres y formaciones para lograr el cambio. Ellas sabían que el cambio debería comenzar desde su propia comunidad y todos tenían una voz y una fuerza para seguir adelante con el proyecto. Cabe destacar, que a pesar de los grandes esfuerzos de las organizaciones que colaboran, la desigualdad de género era palpable en la comunidad, donde las mujeres a pesar de tener un rol muy importante, a veces se veían cohibidas a tener un espacio de escucha y de habla en estas reuniones, siendo las profesionales quien tenían que dar la palabra para que se expresaban.
Así mismo, me gustaría resaltar a Paula, mujer de 67 años de edad, dominicana, con su propio hogar en el Callejón 10, rodeado de un cocotero y con una sonrisa siempre puesta. Ella sabía que toda la fuerza, el desarrollo y el cambio en la comunidad era para las futuras generaciones, para los jóvenes, y sobre todo las mujeres que vivieran ahí tuvieran un espacio seguro en el cual se puedan desarrollar. A pesar de todas las durezas, desigualdades, injusticias y vulnerabilidades de sus derechos, ella tenía fe y esperanza de que habría un cambio.
Personas resistentes, fuertes, valientes y bondadosas como Paula, son las que me han enseñado a lo largo de esta experiencia, que está en nosotras mismas el ser buenas personas, en apoyar al cambio y visibilizar las injusticias sociales, crear y realizar procesos participativos con la comunidad para conocer cuales son sus demandas.
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