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Convencionalismos y realidad

Una perspectiva sobre las dificultades del barrio Plan 3000 en Santa Cruz, Bolivia.


Alba Hervás Rivero


Cuando te adentras en un proyecto de cooperación internacional en un país como Bolivia son miles las emociones que puedes llegar a sentir y provocar, antes, durante y después de la experiencia. En primer lugar, cuando te enteras de que vas a viajar no eres totalmente consciente, solo durante algunos trámites previos que te lo recuerdan, algunas conversaciones o ciertas noches en las que te da por buscar información sobre tu destino.


Tienes momentos de inseguridad e incertidumbre, pero alistas tu cabeza para que sea tu aliada y no un peso más, bastantes estímulos pesimistas vas a tener. Por ejemplo, cuando les cuentas la noticia a tus allegados, puede respirarse una preocupación generalizada que deja entrever que te relacionas con expertos ‘’latinoamericanólogos-criminólogos’’ que pueden asegurarte la peligrosidad del lugar, pero que no saben ubicarlo en un mapa. Ni qué decir tiene el objetivo de tu viaje; “¿Por qué Bolivia?’’ Pregunta todo el mundo. “Pero podrías haber elegido Colombia o Perú o irte a África y conocer Kenia, ¿Qué hay en Bolivia?’’ Siguen sin ubicar que no me voy de vacaciones.




Foto 1: Parte del trayecto hacia uno de los colegios inundado por las lluvias



Empezando por estos pequeños detalles, la participación en este tipo de proyectos puede ayudar a que tanto la persona que participa como la gente que la rodea conozca un poco de la realidad de estos países y pueda reducir esos prejuicios casi inevitables que a todas las personas nos han hecho llegar o incluso hemos tenido. El hecho de acercar culturas tan lejanas geográficamente y tan desconocidas entre ellas ayuda a conocer, a interesarte y a hacer que otras se interesen por diferentes realidades. Además de encontrar bastantes similitudes, algunas muy evidentes, como que todos buscamos nuestro bienestar y el de los nuestros. Pero, ¿quiénes son los nuestros? ¿Nuestra familia? ¿Nuestros amigos? ¿El vecino de mi pueblo? ¿O una persona que comparte conmigo aspectos culturales? Bueno, eso lo decide cada quién, yo decidí que los míos, aparte de ser personas conocidas con las que compartía ciertos aspectos, iban a ser también aquellas personas desconocidas con las que ni sabía si compartía gustos o no, lo que sí sabía es que yo podría aportarles en su bienestar y ellos a mí también. Ahí comienza todo realmente, decides abrir las fronteras tanto físicas como emocionales, dispuesta a dar lo mejor de ti y recibir todo lo que venga, aprendes a abrazarlo y gestionarlo sea bueno, sea malo: Lo que está claro es que esta salida de la zona de confort que en un principio da vértigo y algunas vivencias desagradables, va a significar un vuelco en el sentido más enriquecedor en cuanto a la perspectiva en la que se ven las distintas situaciones.

Una vez aclarada mi visión personal en cuanto a la vivencia en general, es conveniente reflexionar sobre el proyecto en el que me he visto involucrada. Gracias a mi participación en el proyecto de Comunidades Educativas de la Fundación Hombres Nuevos hoy puedo analizar la difícil realidad de los y las menores con los que he trabajado y a través de ésta, los obstáculos existentes en sus entornos familiares, escolares y por ende sociales. Estas Unidades Educativas con las que se trabajaba eran colegios de convenio, lo que significaba que recibían una ayuda de una fundación, en este caso la mencionada anteriormente.

De esta forma, las escuelas gozaban supuestamente de más recursos que una pública. No llegué a conocer ninguna pública, lo que sí sé es que, entre las familias de mi alrededor, nadie quería llevar a sus hijos a las escuelas íntegramente del estado. Dentro de estas escuelas hay numerosas necesidades que van desde las deficientes infraestructuras a los escasos recursos educativos para los y las menores. En mi caso, con mi labor intenté suplir ciertas carencias respecto a lo que mi formación me permitía, interviniendo como educadora social, pero sin un equipo interdisciplinar en el que ampararme ya que en ninguno de los colegios existen estas figuras. La mayoría de los menores realmente mostraban la necesidad de ayuda psicológica y/o educativa dentro del ámbito escolar.

Foto 2: Unidad Educativa en el Plan 3000


La asociación contaba con una psicóloga, pero la misma trabajaba para varios colegios y por lo menos en los que yo colaboré, nunca apareció. Dentro de las aulas había también muchos niños y niñas con diversidades funcionales sin la adaptación pertinente, por lo que académicamente se quedaban atrás, moralmente terminaban cada día por los suelos y conductualmente se comportaban de manera ajena a la clase, simplemente estando. Es muy frustrante ver cómo los niños y niñas van cada mañana al colegio y la mayoría de ellos no puede aprender o progresar académica y personalmente porque sus necesidades psicológicas y educativas no están cubiertas. Cuando te adentras en su ámbito familiar para ver cómo ayudar al menor, la realidad no es muy optimista. Estructuralmente estas familias están inmersas en una rutina de trabajo y estrés por llegar a fin de mes que no permite prestar la atención necesaria a los menores, de hecho, en algunos casos los niños se verán obligados a trabajar desde una edad temprana ya que los ingresos de los progenitores no serán suficientes. En muchos casos al no tener tiempo los padres y las madres para atender a los menores, éstos se quedan con otros familiares o conocidos, teniendo que vivir situaciones desagradables e incluso traumáticas de los cuales los progenitores, o no tienen constancia o no tienen tiempo para resolver. Me vi involucrada en ciertas situaciones con menores en las que entraba en juego el sistema judicial boliviano, y pude percatarme también de las carencias en este ámbito.

En cuanto a redacción y existencia de leyes y recursos que supuestamente amparan a los y las menores, Bolivia me sorprendió gratamente, sin embargo, cuando indagué algo más y quise contar con la colaboración de estos recursos, la realidad se me echó a la cara de nuevo, comprobando que la misma población ha perdido la fe en la justicia nacional y que prefieren resolver los problemas fuera de la misma o dejarlos pasar confiando en el que el tiempo pondrá a cada uno en su lugar. Todas estas carencias me motivan a pedir más recursos cooperativos que ayuden a subsanar cada falta de apoyo a estos menores y sus familias, regulaciones que obliguen a cumplir con los Derechos Humanos que esta población merece y subsanaciones estables y duraderas en el tiempo que permitan el progreso hacia unas vidas dignas de la población, dotadas de buena educación y atención necesaria hacia sus menores.

Foto 3: Baile efectuado en la feria de despatriarcalización


Para terminar, me gustaría destacar las partes positivas de mi vivencia dentro de este proyecto en Comunidades Educativas, las cuales fueron abundantes. Me alojé dentro del barrio Plan 3000 en Santa Cruz de La Sierra, cosa que agradecí bastante puesto que los colegios con los que trabajaba pertenecían al mismo y pude vivir desde dentro la dura realidad a la que se enfrentan cada día, tanto por la situación de los habitantes, que trabajan de sol a sol sin saber si cuando termine el día van a tener qué comer, como por el prejuicio y la discriminación que sufren por el hecho de pertenecer a este barrio, el cual es zona roja. El concepto de zona roja se refiere a aquellas áreas, sectores o perímetros donde se cometen actos delictivos como atracos, robos o actos vandálicos y que suelen coincidir con que son sitios en el que el nivel socioeconómico es empobrecido. Pese a la precaria situación de este barrio y los convencionalismos que recibí de gente de la ciudad respecto al mismo, este sitio me brindó personas que me dieron lo mejor de ellos incluso cuando no tenían para sí mismos, nunca olvidaré la generosidad de cada niño que no tenía dinero para comprar algo en la cantina, pero que me quería regalar su lapicero favorito. La amabilidad y el calor con el que las madres me ofrecían cualquier cosa para tomar en alguna actividad extraescolar o la paciencia de los vecinos del barrio a los que preguntaba mil veces al día por donde ir a los sitios y me contaban con exactitud las cuadritas que tenía que recorrer para llegar a mi destino. Los paseos cada domingo por la plaza del Mechero con mis compañeras disfrutando de unas pipocas o un refresco (que teníamos que regatear) mientras veíamos a jóvenes ensayar sus deseadas danzas para final de curso y a numerosas familias pasear con sus niños llenos de energía y juegos. El espíritu emprendedor boliviano y la viveza del mecánico de enfrente de casa que tenía su taller abierto a todas horas y los fines de semana lo transformaba en un boliche que hacía sonar la misma canción en bucle. Recuerdo cada detalle con mucho cariño y estoy muy agradecida por haber conocido el Plan 3000 y su gran resiliencia, lo que me hace estar segura de que, con la colaboración de sus gentes y las entidades pertinentes, la situación mejorará y el barrio prosperará.



Foto 4: Taller mecánico convertido en boliche cada finde

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