En el avión tengo la costumbre de escuchar canciones del país que me recibirá, en este caso las recomendaciones cercanas fueron de “Chacareras”, con ánimo de darle una banda sonora a la experiencia que se avecinaba. Escucharlas (https://www.youtube.com/watch?v=FzKfx6J6AdY) era sentirme de nuevo con ritmos e instrumentos que me eran familiares. Para contextualizar un poco, soy colombiano, y volver desde España a otro país Latinoamericano era un reencuentro que esperaba con ansias.
Al bajar del avión, en la puerta de llegada, un chico espera el regreso de su (creía yo) prometida con un ramo gigante de flores y algunos globos de helio enormes con forma de piolín que, en una tipografía tan bombacha como colorida decían, “te amo”. ¿Una propuesta de matrimonio? Pues no, solo no se veían hace un par de semanas y el anhelado reencuentro era presenciado por un testigo, su perrito, que en la mitad del aeropuerto saltaba de la dicha al ver de nuevo a su humana. Tal muestra de cariño, que demostraba más ganas que pena, me situaban en otro espacio que carecía de puertas y barreras para conocerlo. “Bienvenido a Bolivia” me dijeron Víctor y Jenny, quienes me estaban esperando luego de manejar durante 10 horas seguidas desde Carmen de Rivero hasta el Aeropuerto de Santa Cruz, recorrido que tendríamos que volver a realizar de retorno desde el momento de nuestro encuentro. Desde allí me sentí en casa. Su calidez humana, sencillez, capacidad resolutiva, tranquilidad, humor espontáneo y poco pretensioso, me prometían un equipo de trabajo digno de agradecer y cuidar inicialmente por los próximos dos meses.
La primera parada fue para comprar la hamaca para pasar las noches y botas para recorrer el monte, pues mi estancia en la selva tropical me permitiría estar más en contacto con los majestuosos arboles nativos toborochis, que con semáforos. Con la luz de la mañana iban abriendo también las puertas del mercado de Santa Cruz, que por estos lados es un lugar de placer al paladar que sabe disfrutar de las comidas lentas y populares locales, por una plaza de mercado puedes saber las frutas y vegetales que están de temporada, así como poder disfrutar de especias y frutos con los que hace tiempo no nos veíamos de frente. Mi primer desayuno fue un delicioso caldo de Charque (proveniente del quechua “charki” que significa: Carne deshidratada) con papa congelada morada y 3 arepas (pan tradicional hecho de harina de maíz) de diferentes formas y sabores que iba coleccionando en el camino a la plaza. Recordaré que ese primer desayuno valió 12 Bolivianos, ahora un breve análisis de lo que significan 12 Bolivianos. Una boliviana promedio gana en su moneda local, por hora de trabajo 13.8 Bolivianos, que vendrían siendo 1.26 Euros por hora (a una tasa de cambio de 9.5 que fue la que encontré disponible al llegar). En contraste a ello alguien que venga de un país Europeo (España por ejemplo) está ganando unos 6.56 Euros (62.34 Bolivianos) por Hora (ambos cálculos según el SMLV Local). Por ende, si quien viene desde afuera goza de una situación estable e ingreso constante y sonante, pues el mismo desayuno le vale solo 11.5 minutos de su trabajo, mientras que a una Boliviana que además trabaja 5 horas semanales de más, el mismo desayuno le equivale a 51.8 minutos de su trabajo diario. ¿Sería necesario tasas diferenciales de precios dependiendo del lugar de donde venimos y lo que ganamos? ¿Hasta dónde podríamos llevar a la práctica nuestro discurso sobre equidad (de género y de clase)? Y, por último, para romperme aún más el coco (cabeza): ¿Qué pasa con los 40 minutos de diferencia que unos gozan y los otros pagan? ¿Dónde se acumulan? ¿Quién disfruta de ese tiempo de vida? ¿Dónde se denuncia dicha desigualdad? Claramente voy pensando en ello mientras me rio de los chistes locales, escucho la radio de domingo adornada con un español que comienzo a reconocer, y mastico mi papa morada con ají de cebolla larga. Comienzo a creer que aquí, al igual que en Colombia, pensar en las desigualdades atormenta, por eso a veces solo se viven.
- “Que tenga un buen día Vecina, que rico el caldo” – le digo a la vendedora de desayunos.
- “Ya” – Me responde.
En la misma mañana, de hecho en menos de dos horas, compramos una SIM Entel para mi celular, porque es la única que a veces coge en las comunidades; negociamos y compramos un celular de segunda mano para doña Carmen, pues hace tiempo quería un celular con “Wasap”, para enviarle fotos y mensajes a sus nietos. Cambiamos mi dinero con una tasa de cambio bastante buena en comparación con la del aeropuerto; nos pusieron una multa de tránsito por estacionar el carro unos minutillos en una vía principal; hicimos mercado pues en Carmen de Rivero, decían, era todo mucho más caro. A las 9 de la mañana ya estábamos listos para partir, la relatividad del tiempo en su máximo esplendor. La economía informal Cruceña nos acababa de permitir hacer todo lo que necesitábamos en solo un par de calles muy a las 7 am, informal pero eficiente. Lo que no me cuadra es que no se puede romantizar el rebusque y la informalidad laboral que las y los bolivianos tienen que sufrir para subsistir, pues, según decía la OIT, Bolivia presenta el índice de informalidad laboral más alto del mundo (85% de su fuerza laboral).
- “En pocas horas comenzará el Paro de transportadores… donde estarán también priorizadas las vías de salida de Santa Cruz”
Mencionaba el locutor en la radio, mientras nosotros definíamos donde comprar el escaso combustible, que el paro era por la falta de combustible disponible en las estaciones (surtidores de gasolina). El equipo de ProAgro, que fue la entidad receptora supo resolver la escasez de combustible con mucha claridad y sin mayor contratiempo. Por otro lado, el contexto de inestabilidad política y, de igual forma, de resistencia de distintos gremios, me daban la bienvenida a Bolivia, haciéndome sentir que si o si la inestabilidad política afecta la cotidianidad de cualquier persona que habite el espacio geográfico, aunque los hay, sí que son pocos los que se pueden esconder de las crisis.

Fotografía 1. Fila para comprar Diesel (Gasolina) en la Estación “El Mana” en la vía a Carmen de Rivero.
Llegamos a Carmen de Rivero luego de recorrer unos 600 km hacia el oriente del país, a un punto donde estamos mas cerca de Brasil que de Santa Cruz. Con mi hospedaje suplo lo que necesito, estoy en un pueblo de 6.300 habitantes que se alcanzan a ver en su mayoría cuando hay fiestas locales. Tras un día de llegada y de acostumbrarme, decido pasar mi primera noche en Hamaca a la intemperie escuchando los pájaros, bichos, viendo las millones de estrellas, escuchando la música chacarera de algún vecino, rascando a los perros vecinos, disfrutando de la tranquilidad y comenzando la planeación que me diría qué y cómo hacer en los siguiente días.
Al cuarto día ya estábamos partiendo a terreno hacia las 7 comunidades Indígenas Chiquitanas que estaban a lo largo de la carretera hacia el camino del “Rincón del Tigre”. Mas o menos unos 120 KM de recorrido donde conocí a los primeros “Menonitas” en las vías, quienes son una comunidad agraria ortodoxa y cerrada, organizada por Colonias, y que mantiene una estética radicalmente uniforme, overol con camisa de cuadros/rayas y corte de pelo militar en los hombres, y mujeres con vestidos largos y oscuros. Sus familias andaban en tractores que jalaban a su vez tráilers donde permanecían sus hijos idénticamente uniformados. Después ya comentare más sobre los “Menonos”, como los locales les llaman.

Fotografía 2. Camión de Menonitas en camino a su Colmena a la salida de Santa Cruz, Bolivia.
Llegamos a la primera “comunidad Chiquitana”, vaya paisajes increíbles que acompañaron el camino, hasta casi olvido mencionar que nos pinchamos, pero eso es tan normal como fácil de solucionar. No lo vi como un problema si no como etapa necesaria en el recorrido, ya que un viaje conmigo mínimo tiene una pinchada, si se da una segunda esa si no es mi culpa, la primera si, ya que es un evento que siempre me acompaña y que ya hasta disfruto y tengo los chistes y comentarios apropiados mientras “el gato” (herramienta hidráulica que eleva el carro permitiendo cambiar la rueda) hace su función.

Fotografía 3. Carretera afilada y empatía. Despichada de llanta a medio día, camino a Carmen de Rivero.
La pinchada se solucionó no por magia, si no por la amabilidad y empatía de otros conductores, que sin preguntar nada se bajaron a ayudar. La cara de quien se bajó del camión a ayudarnos tenía un bulto gigantesco, que a juzgar desde la lectura de una amiga: “Pobrecito, quien sabe por qué tenía un tumor en su carita”, era de preocupación. Pero no, era solo que mascaba toda la hoja de coca que yo podría meter en mi mano, pues si, él la tenia en su boca desde hace un par de horas. La coca le daba la energía necesaria para tener jornadas de conducción de hasta 12 horas (o más) continuas. Coca con Bicarbonato (Bico) de sabores, la gasolina del pueblo boliviano que se encuentra de venta en cada esquina con vistosos letreros verdes que dicen “la Mejor Coca Machucada de la zona”.

Pasamos por las primeras comunidades y comenzaban consigo los nuevo estímulos, sonidos, tareas y actividades: ¡comenzó lo bueno! …
¡Se está quemando el bosque!
Anuncié en la oficina de la Chiquitanía en Carmen de Rivero una tarde, cuando vi que la montaña ardía en llamas. Sin saber muy bien cómo, pero con la certeza de que era la mejor opción, corrimos con algunas palas, incredulidad y valentía a apagar el incendio. Lo logramos, solo se alcanzaron a quemar dos hectáreas esa noche, lo cual era poco en comparación con lo que sucedería en las semanas siguientes.
En medio de incendios y animalitos que salían quemados y despavoridos de sus territorios, comenzaba mi cuarta semana de actividades. Adaptarme a ver incendios a diario era algo que, aunque podría, no quería aceptar, por lo que era crucial entender de dónde venían. Algunos decían que eran provocados por la población local para limpiar el monte y ampliar la frontera agrícola. Es importante mencionar que estos incendios se daban en zonas ambientales “protegidas”, específicamente en el Área Natural de Manejo Integrado (ANMI) San Matías, lo que significaba la destrucción de miles de vidas animales. Otras versiones señalaban que el modelo de desarrollo de monocultivo y soya, incrementado por la ganadería extensiva promovida por los menonitas, había generado un deterioro considerable de la tierra, traduciéndose finalmente en escasez de agua y sequía, un caldo de cultivo para incendios que, hasta hoy, han quemado cerca de 2 millones de hectáreas en todo el país.
Tenía entonces mucho sentido que gran parte de las actividades en las que me involucré en Bolivia estuvieran relacionadas con el acceso al agua y la construcción de entornos más resilientes y sostenibles frente al cambio climático. Por ende, el proyecto que me recibió estaba enfocado en la apicultura. En un contexto de escasez de agua, inminente sequía y amplia biodiversidad por salvaguardar, trabajar con abejas melíferas silvestres no solo era una opción viable, sino necesaria.
Al principio, mi trabajo con las abejas fue abordado desde la técnica; recibí formación de un experto apicultor para poder acompañar las capturas de los enjambres y trasladarlos a su nuevo hogar.
En una semana capturamos cerca de 20 enjambres en 6 comunidades chiquitanas, lo que significaba que era necesario un constante acompañamiento por parte del equipo técnico, ya que trasladarlas era solo el comienzo; luego vendría el proceso de adaptación, nutrición, alimentación, y en general, domesticarlas en su nueva casa. Después de las primeras 10 capturas, comencé a entender el modo de trabajo de las abejas: cuidar y garantizar la vida de la reina era el objetivo principal, pero además, existían otros roles: los zánganos, encargados de fecundar a la reina; las obreras, que no solo construían la colmena, sino que también limpiaban y termorregulaban. Otras salían a buscar comida y, las que más me sorprendieron, eran las encargadas de sacar a las abejas muertas de la caja, con el fin de mantener la salubridad al interior de la colmena.
En este proyecto apoyé con múltiples tareas, desde crear un registro fotográfico y audiovisual significativo que permitiera visibilizar el impacto social y ambiental del proyecto, hasta construir un análisis de costos de producción de miel, diseñar la identidad gráfica de varios productos derivados de la miel que fueron promocionados en ferias de emprendimiento, y dictar talleres de enfoque de género y desarrollo sostenible en varias comunidades.
Otro de los proyectos en los que participé fue la construcción de huertos comunitarios con centros educativos. Con el fin de promover la soberanía alimentaria de las comunidades, se generaron huertos comunitarios con un sistema de riego impulsado por una planta solar. Uno no se imagina lo que deben hacer cientos de comunidades en Bolivia para dejar de caminar 5 km diarios y traer agua desde el río más cercano, cada vez más contaminado por la ganadería.
Estos huertos permitían reconocer el trabajo en equipo y el importante rol que cumplen las mujeres en la comunidad. Aunque históricamente se les ha delegado las labores de cuidado y reproducción de la vida, son ellas quienes tienen una relación directa con la tierra y la reproducción de los alimentos. En este proyecto en particular, el huerto permitiría, en el futuro, generar ingresos económicos que fomentarían la autonomía económica de las mujeres chiquitanas, lo cual es de suma importancia en un contexto con altos índices de inequidad y violencia de género.
Entre visitas, acompañamiento y talleres de enfoque de género y finanzas básicas, transcurrieron las primeras 6 semanas en la Chiquitanía. Se han tejido fuertes lazos de confianza con el equipo de trabajo en Carmen de Rivero, y he podido conocer de primera mano los grandes retos en cuanto a la gestión de proyectos sociales y productivos. Ya casi se acercan los últimos 15 días de voluntariado: a seguir aprendiendo, terminar algunos productos y vivirlos intensamente.
Tercera entrega:
Antes de partir, me doy cuenta de la enorme importancia tanto del fortalecimiento técnico agrícola como del organizativo. El objetivo final de los proyectos de cooperación es reducir el nivel de dependencia que las comunidades tienen de las organizaciones internacionales, y eso se logra tanto con apoyo técnico como fomentando los lazos y alianzas que se gestan dentro de la comunidad para construir nuevas realidades. Nuestra visión de futuro debe dialogar con la visión de futuro de las comunidades con las que buscamos incidir positivamente. Uno de los grandes aprendizajes que me llevo es la importancia de encontrar o construir un plan de vida comunitario. Este es el eje fundamental en el que se construye una visión colectiva de mundo a futuro, y en torno al cual se pueden organizar y dirigir todos los esfuerzos en una misma dirección.
Era evidente la diferencia entre una comunidad con un extenso historial organizativo, principalmente liderado por mujeres, y aquellas que apenas sabían cuántos habitantes tenían y desconocían sus metas y objetivos comunes. Las huertas más bellas y las colmenas más estables siempre pertenecían a las comunidades organizadas. Allí era mucho más fácil la división de tareas, el diálogo y la definición de cuál sería el siguiente paso cuando el proyecto llegara a su culminación.
El camino por delante es largo, y será más claro en la medida en que se conozca de dónde se viene y hacia dónde se quiere ir. La construcción de líneas de vida y existencia comunitarias permitirá reconocer la importancia de defender lo propio frente a otros sistemas de producción. También será fundamental identificar a los actores involucrados en el acceso y consumo de agua para saber quiénes son los que insisten en agotar los recursos hídricos, y así tomar decisiones mediante políticas progresivas que apunten a quienes generan un mayor daño. De este modo, se podrá reconocer que muchas de estas comunidades, que diariamente luchan por obtener agua (ni siquiera potable), están lejos de ser quienes más dañan y afectan las fuentes hídricas.
La respuesta debe ser interinstitucional y con la participación activa de las comunidades directamente afectadas. Sin embargo, este no es el caso, ya que el Estado en estas zonas es visto como un fantasma: se habla de él, pero solo se le ve cada tanto en campaña.
Los aprendizajes y el agradecimiento son infinitos: a la Chiquitanía, por abrir sus puertas y darme la confianza para construir a su lado; a ProAgro, por confiar en mis capacidades y enseñarme su cotidianidad; a la FSU, pues en el territorio se les recuerda y reconoce todo el apoyo que han sabido dar a las comunidades; y finalmente a Bolivia, país hermano, por permitirme recorrer sus tierras y llevarme en un suspiro el sentir de sus valles y montañas.
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