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Gratitud que merece algo de vuelta

Mara López González


Me ha costado escribir este artículo. He sentido que necesitaba procesar lo vivido y aprendido para poder transmitir desde el profundo respeto a la experiencia en Senegal. Mi estancia allí estuvo ligada a un proyecto de Derechos Sexuales y Reproductivos de las mujeres llevado a cabo en la región de Casamance, al sur de la frontera con Gambia.

Me gustaría relatarlo desde lo sentido. El primer gran impacto fue la naturaleza. Encontrarme rodeada del frondoso bosque tropical y de innumerable fauna fue abrumador. La variedad de aves de intensos y preciosos colores y formas, la percepción de los animales domesticados como las cabras, vacas y gallinas ocupando libremente el espacio, la relación de convivencia de los seres humanos con todo el entorno natural e incluso la cantidad ingente de insectos con los que me costó acostumbrarme a compartir habitación.



Fotografía 1: Un pueblo que hace camino al andar


El segundo gran impacto fue al reunirme con las compañeras de la asociación Kakolum, ahí fui consciente de la barrera idiomática y del esfuerzo comunicativo que iba a suponer. De igual forma, fui consciente de las problemáticas de la comuna de Bignona con las que íbamos a trabajar y sentí una mezcla de emoción y miedo a partes iguales. Visitar el pueblo de Diannah donde nos alojamos tanto mis compañeras como yo, y donde se encontraba la sede de la asociación fue de igual forma impactante. Con la población la comunicación al inicio resultaba más difícil ya que conviven diversas etnias, cada una con su propio idioma, por lo que nos vimos día a día ante la necesidad no solo de mejorar nuestro francés, sino de aprender mandinga, diola, peul, wolof, etc.

Las adaptaciones rara vez son fáciles, y más aun si se dan en un país, continente y culturas ajenas y tan diferentes. El primer mes fue difícil, ya que el desconocimiento del entorno y la ausencia de redes y vínculos sociales dificultaba el sentimiento de autonomía y libertad de movimiento. Sin embargo, pronto desapareció esa sensación. La población lo hizo todo más fácil, la teranga (término senegalés que designa la hospitalidad propia de sus gentes “el otro es otro yo”) lo hizo todo más fácil. Si algo caracteriza a la población senegalesa es su hospitalidad y simpatía. Haber tenido la experiencia de vivir en una sociedad orientada a la interacción, al otro, me ha enseñado muchas cosas. La ayuda genuina, el trato con las vecinas, la paciencia y desempeño para la comunicación, la comunalidad, el compartir. Rasgos característicos de una comunidad de acogida que verdaderamente me acogió. Este sin duda puede haber supuesto el tercer gran impacto, la toma de conciencia en la diferencia cultural ante la acogida. Conociendo la tendencia de la sociedad senegalesa, el ejercicio de empatía con la población migrante procedente de Senegal en España me resulta más frustrante y compasivo. Qué difícil debe ser (siempre) encontrarse con sociedades tan hostiles y deshumanizadas, y más aun cuando tu comunidad de origen se estructura en dinámicas comunitarias tan diferentes.


Fotografía 2: Ocupando espacios


No existió ni existe la reparación histórica con los pueblos colonizados ni el África negra. Numerosos países africanos que fueron colonizados por Francia utilizan como moneda el franco CFA, el cual esta ligado al euro y se produce en Francia. Tienen a día de hoy una relación de dependencia directa con el estado colonizador. Asimismo, una considerable parte de la población con la que me crucé en las intervenciones llevadas a cabo en el proyecto, percibían que las mejoras sociales y garantías de derechos debían darse bajo la intervención de las ONGs y la Cooperación Internacional al Desarrollo. Esto me creó la necesidad de realizar un análisis crítico al respecto. Y es que, a pesar de que la cooperación internacional al desarrollo puede entenderse como una forma de reparación histórica y redistribución de la riqueza, también puede derivar en la perpetuación de la percepción de incapacidad de agencia en las poblaciones colonizadas, en la perpetuación de la colonización cultural y social y de estereotipos racistas. Por ello, es algo que debe llevarse a cabo desde una sensibilidad absoluta y siempre agenciado por la propia población de origen para que el efecto sea el contrario, el fomento del empoderamiento.

Ha sido sin duda una experiencia transformadora, espiritual. Si hablamos de empoderamiento las mayores merecedoras de mi admiración son las mujeres que he conocido. En una sociedad donde los roles de género resultan más difícilmente quebrantables y cuyas problemáticas asociadas, por tanto, se tratan de forma diferencial y patriarcal, me he cruzado con mujeres en lucha y resilientes. Esta vez, los sentimientos de impacto fueron dos. Por un lado, una sensación de desamparo, un sentimiento de que las mujeres, especialmente en Senegal, estamos solas. Solas ante la violencia sexual, solas ante la mutilación genital, solas ante la maternidad, solas ante los embarazos precoces y no deseados, solas ante el matrimonio forzado, solas ante la explotación, solas ante el parto no asistido, solas ante la carga familiar, solas ante la discriminación, solas ante la violencia.


Fotografía 3: Del lodo crecen las flores más altas



Por otro lado, una sensación de invencibilidad. Un sentimiento de que a pesar de que las sociedades nos desamparen, nunca estamos solas porque estamos juntas. La capacidad de organización de las mujeres es la trayectoria histórica de la humanidad, el tejido social y familiar nace de las mujeres. Eso es lo que ha mantenido a la especie con vida. He tenido la suerte de trabajar con formadoras en género enfrentándose a talleres para trabajadores de las fuerzas de seguridad del estado con estereotipos misóginos, que han terminado el taller agradeciéndola haber cambiado de perspectiva. La suerte de trabajar con enfermeras en cuyo tiempo libre están dispuestas a viajar por rutas imposibles, a coger una piragua durante horas a pesar de tener miedo al agua, a tender una mano a las mujeres que ejercen la prostitución y que sufren un estigma tan arraigado en la sociedad que puede involucrarlas por el simple hecho de visitar la casa, de realizar jornadas de 14 horas de trabajo para llegar a un pueblo recóndito y poder llevar a cabo pruebas de detección de cáncer de cuello de útero, VIH e ITSs. La suerte de trabajar con las Badienu Gohk, mujeres comprometidas con su género que dedican su tiempo libre a la educación sexual de sus vecinas y vecinos y a la asistencia e intervención en problemáticas familiares de familias que se encontrarían desamparadas de no ser por ellas. La suerte de conocer las historias de resistencia de las mujeres con las que me he cruzado y con las que no. Mujeres víctimas de mutilación, de abandono, de violación, de estigmatización. Mujeres que se han asociado para producir un programa de radio que se transmite en toda su comuna y desde donde tratan problemáticas de género y sexualidad rompiendo con las costumbres y tabúes culturales y religiosos. Mujeres vivas en defensa de la vida.


Fotografía 4: Juntas en la lucha por la vida


He de confesar que el motivo por el que me ha costado tanto escribir este artículo a pesar de tener tanto que contar y que decir sobre lo vivido, es precisamente por protegerlo. Quería integrarlo en mí y en mi forma de vivir a partir de entonces sin contaminarlo por los estigmas racistas, clasistas y machistas que también caracterizan mi sociedad de origen. He de confesar igualmente, que si de algo me ha hecho consciente esta experiencia es de mi ignorancia. Sin embargo, ahora puedo afirmar que he iniciado un proceso nuevo de lucha por la vida conociendo más y desde otro lugar. Un proceso de lucha que pasa por haber experimentado lo que es ser la otra, sabiéndome incapaz de experimentarlo de igual forma por mi condición de blanca europea. Esta experiencia me ha dado la conciencia para poder hacer un ejercicio real de empatía, sabiendo que tengo el privilegio de que nunca viviré bajo la condición de mujer negra y africana. Y no me malinterpretéis, sigo hablando de las mismas mujeres en lucha que he conocido, no hablo de víctimas, hablo de opresión.

La frustración también ha sido un sentimiento que sin duda me ha acompañado desde que comencé el viaje. Me ha acompañado también la culpa, cuando mis amistades me han pedido ayuda para migrar a Europa, cuando me he visto ocupando espacios por mi condición de europea que para otras mujeres no están socialmente permitidos, cuando he ejercido lo que también es un privilegio pudiendo tener acceso a una variedad nutricional a la que mis amistades no. Ha sido revelador para mi ser consciente del privilegio de clase desde el otro lado. De la obligación de la interseccionalidad. De lo que significa realmente que todo depende y es relativo, sin que implique imparcialidad.


Fotografía 5: La educación es poder


Para terminar, compartiros que sin duda el mayor impacto ha sido el sentimiento de gratitud. Gratitud hacia el resto y hacia mi misma. Gratitud a la naturaleza. Gratitud a la vida. Gratitud que merece algo de vuelta. Gratitud que merece la lucha por defender la capacidad de conexión humana con la naturaleza, lo que nos incluye. Gratitud que merece la lucha por cambiar este paradigma autodestructivo en el que se encuentra el ser humano y que pasa por desarrollar una conciencia ecofeminista interseccional y de clase.


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