Desde el momento en que confirmé mi participación en el voluntariado internacional en Camoapa, Nicaragua, comprendí que estaba dejando atrás la previsibilidad de mi vida cotidiana y la seguridad de un entorno familiar, lo cual me hacía sentir una mezcla de alegría y preocupación. Así, el 5 de agosto, me despedí del confort de mi hogar, de mi rutina diaria y de las pequeñas comodidades que una da por sentadas.
Mi llegada fue recibida con calidez y hospitalidad por parte de Mayela, la anfitriona de la familia que me acoge. Sin embargo, después de la bienvenida, me di cuenta de que no había luz. Los cortes de energía son frecuentes, especialmente cuando llueve intensamente, y pueden durar desde algunos minutos hasta varias horas. Sin darle mayor importancia, Mayela calentó agua en una olla y la vertió en un balde para que pudiera bañarme con agua tibia, un alivio después del cansancio acumulado del viaje, pues la noche anterior había dormido en el suelo del aeropuerto de Panamá. La sensación del agua tibia en un baño oscuro fue un consuelo después de la travesía. Esta primera noche me mostró, por primera vez, la dimensión de vivir en un lugar con un suministro eléctrico inestable.

La calidez de ese balde de agua tibia pronto se transformó en una fría ducha a las 6:30 de la mañana, un recordatorio constante de que estoy inmersa en otra realidad. Después de la ducha, siempre llega el momento del desayuno, que es como una comida, consiste en gallopinto (una mezcla de arroz y frijoles); frutas cortadas: banano, mango y papaya; y una tortilla rellena de queso, jamón y pimientos. Todo ello se acompaña de una ensalada con tomate y pepinos, tortillas de maíz, cuajada y un café solo.

Todo ello ya es parte de mi nueva rutina. Después de la ducha y del desayuno, ya estoy lista para continuar el día en la fundación. La falta de luz y las duchas frías, que al principio parecían incómodas, pronto se han convertido en parte de mi vida diaria. Estos desafíos enseñan a valorar lo esencial y a apreciar las pequeñas cosas. Adaptarse a un entorno sin las comodidades habituales siempre representa un reto, pero cada dificultad se convierte en una lección. Estas experiencias me acercan a la realidad cotidiana de las personas locales y también me permiten percibir de cerca sus vidas y la rutina de los niños y niñas con los que comparto tanto tiempo. Así, el verdadero valor está en las nuevas conexiones y aprendizajes que estoy adquiriendo personalmente, entendiendo mejor el contexto y las vivencias de la comunidad.

Más que una Fundación: El Hogar Luceros del Amanecer
La Fundación Hogar Luceros del Amanecer ofrece apoyo integral a 355 niños y niñas de familias en situaciones económicas extremadamente difíciles en Camoapa. A través de programas diversos como educación integral, atención en salud primaria y especializada, nutrición adecuada, fortalecimiento familiar, formación técnica vocacional, y apoyo específico para niñas y adolescentes embarazadas, se busca mejorar las condiciones de vida de las familias.
Por lo que el trabajo que se puede desempeñar en el Hogar como voluntaria es diverso, ya que puedes acogerte a cualquiera de estas actividades y organizarte la semana en función de tus conocimientos, habilidades e intereses, contribuyendo significativamente al cambio en esta comunidad.

En sus inicios, el espacio que ahora conocemos como la Fundación comenzó como una casa dedicada a cuidar a niños en situación de vulnerabilidad donde vivían doña Aleyda y don Sebastián, un matrimonio de Juigalpa, que fueron elegidos por la fundadora del Hogar para liderar este proyecto. De hecho, el despacho donde mantenemos esta conversación era el antiguo dormitorio y el despacho contiguo, el ropero, el resto de espacios servían como habitaciones para los niños y niñas.
Durante 10 años, doña Aleyda y don Sebastián vivieron en el centro, dedicándose las 24 horas al cuidado de los niños y niñas que, en su mayoría, provenían de situaciones difíciles: maltrato, abandono, o padres en prisión. Uno de los casos más conmovedores fue el de un niño de seis años que quedó huérfano y se convirtió prácticamente en su hijo. Aunque doña Aleyda menciona que todos los niños y niñas eran como sus hijos, este niño tenía un vínculo especialmente fuerte con ellos, al punto de que siempre tenía que acompañarlos cuando iban a visitar a la familia a Juigalpa, de lo contrario, él se ponía a llorar.
No fue hasta 2015 se trasladaron a una nueva casa, permitiendo que su antigua casa se dedicara completamente a su misión. El trabajo de doña Aleyda y don Sebastián se caracteriza por el cariño y el amor que brindan a todos los niños y niñas y que ellos siempre los ven como parte de una gran familia, considerándose bendecidos por tener el respaldo y afecto de la familia más grande del mundo.
E incluso, como toda casa en Nicaragua, la Fundación también está rodeada de leyendas y relatos misteriosos. Doña Aleyda y don Sebastián, así como los trabajadores, han hablado de historias sobre el mico brujo y afirman haber sido molestados por presencias extrañas. Algunos aseguran haber visto a un hombre con un gran sombrero de pita, caminando por los pasillos de la casa.
Estas historias han formado parte de la vida en la casa y han contribuido a que sea recordada con un sentido especial de hogar y familia. Para todos los que han estado involucrados con el Hogar, es un lugar lleno de memorias y cariño, un verdadero hogar y un apoyo constante para todos los niños y niñas.
Despedida en la Fiesta del Maíz: Fin de una etapa
Mis últimos días de voluntariado coincidieron con la Fiesta del Maíz, una celebración anual muy esperada en la finca del Hogar, conocida como Bosque Verde. En esta finca se cultivan diversas frutas, verduras y cereales, siendo el maíz el cultivo principal. Lo especial de esta ocasión fue que, por primera vez, todo lo que cocinamos para celebrar esta fiesta provenía de la cosecha propia, lo que hizo de esta experiencia algo muy significativo para todos/as nosotros/as.
El día comenzó con una caminata hacia la finca desde el Hogar que duró alrededor de una hora. Al llegar, el equipo nos organizamos para empezar a cocinar mientras los niños y niñas corrían y jugaban en el pasto, disfrutando de la naturaleza del Bosque Verde, cuyo nombre hace honor al entorno natural que lo rodea. Durante aproximadamente dos o tres horas, nos dedicamos a preparar platos tradicionales a base de maíz, un alimento esencial en la cultura y dieta del país.

Fotografía: cultivo de maíz

Fotografía: carro lleno de maíz
Los platos que elaboramos fueron la güirila, el yoltamal y el elote cocido. La güirila es una especie de tortilla gruesa y ligeramente dulce, que se sirve tradicionalmente con cuajada y crema. Para prepararla, utilizamos maíz molido, y aprovechamos la leche de maíz sobrante para hacer el yoltamal, que posteriormente cocimos junto con el elote. Y es que el maíz es un ingrediente que es la base de la alimentación de los nicaragüenses, da la sensación de que con él se pueden hacer miles de platos como tortillas, nacatamales, enchiladas, atol, atolillo, rosquilla… y otras comidas que se han convertido parte de mi alimentación este último mes y medio.

Fotografía: maíz molido

Fotografía: olla con elote y yoltamal cociéndose

Fotografía: güirila cocinándose
La Fiesta del Maíz en Bosque Verde fue mucho más que un acercamiento a la cocina local; fue una jornada de celebración y conexión con la comunidad y la tierra. Durante este momento compartido, me transmitieron el reconocimiento al esfuerzo detrás de cada cosecha, un aprecio que a menudo falta en mi día a día en España, y que me permitió valorar el maíz con la misma importancia que tiene para ellos en su vida cotidiana. Participar en la preparación de los platos tradicionales me permitió sumergirme en la cultura y la gastronomía local, un cierre perfecto para mi voluntariado, lleno de significado, tradición y gratitud por lo compartido, y esa felicidad en lo comunitario es algo que también, sin duda, me llevo a casa.
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