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Mi experiencia de voluntariado en el barrio Plan 3000

  • cicode
  • 15 jun 2023
  • 6 Min. de lectura

María de la Paz Killer Díaz


No podía creerme la oportunidad que me había brindado el CICODE a través del programa de Aprendizaje y Servicio para realizar una estancia internacional. La verdad es que, pese a ser argentina y haber desarrollado actividades sociales tanto en mi país de origen como en Granada, ciudad en la que vivo desde hace más de diez años, a través de estas ayudas tenía la oportunidad de realizar una labor en otro país y que mejor que en Latinoamérica, de donde vengo y de la cual ya conocía la situación social y económica. Pero aun siendo de allá, no conocía nada de la situación de Bolivia. Los nervios aumentaban día a día, así como la ilusión. Estaba deseando que llegara el día en el que emprender esta bonita etapa de mi vida que, estaba segura y no me equivocaba, iba a marcar mi vida desde entonces.


Durante los meses previos estuvimos asistiendo al curso de formación de 40 hora en el que se nos introdujo en una serie de cuestiones de vital importancia para entender lo que suponía hacer una estancia internacional. Soy enfermera de profesión y por ello muchos de los temas eran nuevos para mí. Un universo de conceptos se abría ante mí y como temáticas sociales que eran, me interesaban cada vez más y me hacían proyectar una experiencia en el futuro mucho más fiel de lo que suele ser la imagen utópica del voluntario.


El destino fue Bolivia, en concreto la región de Santa Cruz de la Sierra, en el occidente del país y que nada tenía que ver con las visiones que llegan a otros países de la realidad boliviana. Lejos de los Andes y cerca de la Amazonía, el clima era de lo más cálido, así como sus gentes, con una cultura muy abierta que me hizo sentir como en casa. La asociación con la que trabajé fue la de Hombres Nuevos, fundada por el mismísimo Nicolás Castellanos en un acto de fe que le hizo dejar su cómoda posición en España para embarcarse, siguiendo con la doctrina que aplicó en Palencia, a un lugar que, a principios de los 90 contaba con una situación muy precaria. El Barrio en el que se haya es el Plan 3000, un barrio que nació para albergar a familias que lo habían perdido todo por las inundaciones que provocó el desbordamiento del río Piraí.


Imagen 1. Plaza principal del municipio de Porongo, Santa Cruz.


Ya desde los orígenes, el barrio contó con unas necesidades imperantes en todos los sentidos. La Fundación Hombres Nuevos se dedicó a fomentar y ayudar a la creación de escuelas, comedores, hospitales, canchas para que jugaran los más pequeños y frenar la desnutrición que devastaba al barrio. Ahora, Santa Cruz de la Sierra, nombre también de la capital de la región, es un polo económico muy importante en el país, pero no por ello no sigue habiendo necesidades en el barrio. La educación, que tanto ha sufrido durante la pandemia del COVID-19, ha visto como muchos alumnos y alumnas no han podido seguir con los cursos con normalidad y muchas familias se han visto en situaciones muy difíciles. Así mismo, durante este tiempo, Hombres Nuevos también se dedicó a repartir comidas a través de las famosas ollas. Los colectivos de niños y ancianos fueron los más vulnerables ante esta situación.


En la fundación Hombres Nuevos colaboré con el comedor de la Alegría, el último comedor que queda en pie. En él se proporcionaba tanto el desayuno como el almuerzo a aquellos pequeños cuyos padres no podían estar con ellos ni garantizar su alimentación debido a sus duros trabajos en la economía informal. Las familias pagaban, en forma de representación, solo 8 pesos mensuales (poco más de un euro al cambio) para que, como decía Nicolás Castellanos, no se trata de todo para el pobre, sino todo con el pobre. Los niños que acudían eran desde los que tenían menos de un año hasta los que tenían casi 18 años, incluyendo a las madres gestantes. Por la tarde, además, había sesiones de apoyo escolar, siendo un día para los de primaria y al siguiente para los de secundaria. Se benefician en torno a 20 niños del barrio de manera diaria que venían de familias con pocos recursos. Así mismo, se cuenta con voluntarios bolivianos, chicos y chicas becados por la fundación que, a cambio, debían participar 4 horas semanales en contrapartida. Cuando llegué, yo era la única voluntaria de otro país.


He tenido la oportunidad de impartir diferentes talleres destinados al aprendizaje de los chicos y chicas que iban diariamente al comedor. Uno de ellos fue sobre la higiene de manos para que aprendieran y aplicaran la importancia de lavarse las manos antes de comer o después de ir al baño, así como el cepillado de dientes o el aseo personal, un tema que en muchas ocasiones brillaba por su ausencia. También realicé otros como el de manipulación de alimentos, tanto para los hijos como para los padres, en donde se impartían las ideas básicas para evitar infecciones alimentarias. O el de primeros auxilios, importantes para saber cómo reaccionar ante las quemaduras o los cortes, muy habituales, o ante situaciones más raras, pero no menos importantes como los ahogamientos. Mi formación como enfermera me permitió poder aplicar lo que yo conocía y contribuir a que el comedor de la Alegría pudiera tener más actividades al servicio del barrio.



Imagen 2. Impartiendo el taller a los niños y niñas del “Comedor de la Alegría”.


También participé en el Centro de Día de Adultos Mayores, situado en la famosa Plaza de El Mechero del Plan 3.000. Pese a que no estaba previsto en un inicio que formara parte de este centro, las necesidades de Hombres Nuevos y la ausencia de voluntarios hacía imprescindible mi participación. Fue todo un reto que afronté con toda la ilusión del mundo. Había trabajado con personas mayores en centros de salud en Granada y también podría aplicar mis conocimientos. Eran 20 los mayores que iban diariamente. El objetivo inicial era proporcionarles un plato de comida al ser personas con recursos muy escasos. Sin embargo, el centro de día iba mucho más allá y se realizaban todos los días actividades como talleres de cocina, de costura, el bingo o los famosos “paseos”, que eran excursiones para aquellos, que no habían tenido la oportunidad en su pasado, pudieran descubrir los rincones más bonitos de la región.

Imagen 3. Centro de día de adultos mayores en la Plaza El Mechero.


Uno de estos paseos tuvo como destino Urubichá. Fuimos a conocer al coro-orquesta de Urubichá, en la provincia de Guarayos, y en donde la cultura rebosaba por todas las esquinas a través de la difusión de la música misional de Bolivia y en donde la artesanía y la fabricación de instrumentos musicales forma parte del acervo popular. En aquel paseo tuvimos la oportunidad de conocer el colegio Madre María Hueber Fe y Alegría en el que pudimos ver como se llevaba a cabo el proceso de enseñanza y aprendizaje en una comunidad de pueblo junto a la naturaleza, en un ambiente en continua armonía con el medio. Allí pasamos una noche y, al día siguiente pudimos contemplar de primera mano la belleza musical que brotaba de aquella orquesta que un día llegó a tener el privilegio de poder tocar ante el Papa en El Vaticano. Un auténtico placer para los sentidos. Durante aquel paseo pudimos descansar junto al Río Blanco, en el que más de uno aprovechó la oportunidad para a darse un buen chapuzón.


Pese a que la formación que recibimos en la Universidad de la mano del CICODE fue de gran utilidad para encarar de la mejor de las maneras esta experiencia, la realidad es que la propia experiencia sobre terreno supera todas las expectativas. El aprendizaje es diario, cada persona con la que compartes espacios te enseña el país, su cultura y sus ganas de luchar por un mundo más justo. Aunque es inevitable no ir con cierta idea de cambiar las cosas, la realidad es que una misma es la que más aprende de aquello. Te cambia por completo y te hace ser mucho más consciente de la realidad del mundo, ya que, como decía el padre Nicolás “El mundo se ve mucho mejor desde las periferias”. Nunca olvidaré la oportunidad que me ha brindado el CICODE por lo mucho que me ha aportado en mi crecimiento personal, lo mucho que he podido desarrollarme profesionalmente y por la semilla que ha plantado en mí. Una semilla llena de ganas de seguir participando de manera activa en el tejido asociativo de allá donde vaya.



Imagen 5. Lema de la Fundación Hombres Nuevos.



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