Cuando me puse una mochila más grande que yo a la espalda para ir al aeropuerto de Barajas para coger el avión dirección Santa Cruz, Bolivia, no era consciente de lo que me esperaba.

Tampoco tenía asimilado que me iba a ir un mes a trabajar a un santuario cruzando el charco, sentía que al día siguiente me despertaría en mi casa como si nada. Me pasé casi todo el viaje durmiendo y comiendo y, la verdad, fueron bastante sencillos todos los procesos lentos y aburridos del aeropuerto y también llevar a cabo los transbordos. Una vez llegué a Santa Cruz desayuné en el aeropuerto y cogí un taxi que me llevara a la estación de buses. Allí esperé dos horas con unas señoras muy agradables hasta que el bus dirección al parque salió: 7 horas me esperaban hasta comer algo y descansar.

Durante el trayecto, la mujer sentada a mi lado me vio observándola mientras ella comía, notó mi hambre en aquellas miradas de refilón a sus trozos de pollo y decidió compartir un par de ellos conmigo.

Una vez llegué al parque, me explicaron un poco como funcionaba todo y me hablaron de los incendios que les importunaban con bastante frecuencia, a lo que yo no hice mucho caso pensando que exageraban. Los voluntarios me acogieron rápidamente invitándome a formar parte de ese bonito grupo de gente maravillosa. Verdad es que, al principio, sentía que jamás encajaría con ellos, eran de distintos países, se conocían de antes y yo me sentía reacia a hacer amistades profundas en un lugar que voy abandonar en poco tiempo, pero poco me duró. Llegué la tarde antes del día libre, entonces, después de descansar fuimos a la laguna que hay cerca del parque y me estuvieron contando que animales cuidaba cada uno y como eran. No podía esperar a conocer mis animales y el funcionamiento de este sitio así que, al día siguiente, después de leer la información sobre protocolos y animales, empecé con gran ilusión mi primer día de trabajo. El coordinador de pequeños animales me presentó a los coatíes: Esme, Shelby, Aramis y Beepers. 4 maravillosos coatíes que tienen un trocito de mi corazón.

Es duro ser consciente de porqué están ahí y no en libertad, cada día estás cuidando de ellos y a veces te viene ese pensamiento a la cabeza: “no están en libertad porque no pueden sobrevivir debido al tráfico, a criarlos como mascotas o porque se desorientaron, lastimaron o perdieron a sus madres huyendo de incendios”. Y te da una punzada en el corazón. Así fue un poco mi recibimiento allí: dudas, miedos, contradicciones, ilusión y muchas ganas de empezar. Creo que como cualquier comienzo en la vida de alguien.
Las dos primeras semanas las viví como un niño el día de reyes: muchas cosas por aprender, actividades que realizar, animales y personas que conocer…
Voy a resumir un poco un día a día en el parque Ambue Ari: despertamos temprano (yo a las 6:40h más o menos) para a las 7h estar listos e ir con nuestros respectivos animales y/o (dependiendo de la organización del día) realizar tareas relacionadas con la vida en el parque. El desayuno es a las 8h y el almuerzo a las 12:30h.
La tarde comienza a las 14h y finaliza a las 17:30h por lo general (también depende un poco de tus animales y la organización diaria). Después hay algunas tareas nocturnas que te tocan algunos días, pero no siempre.
Empecé con campo animal donde me hice amiga de una chica francesa llamada Violette. Campo animal es como se le llama a la área que recoge coaties, chanchos y el ñandú llamado Matt Damon. El trabajo con ellos consistía en alimentarlos, limpiar sus jaulas, pasearlos y construirles enriquecimiento. A la semana empecé en aves, ahí casi todo consiste en construir enriquecimientos y cambiar las ramas y plantas de cada jaula para que así, las distintas aves puedan tener estímulos. El enriquecimiento consiste en mejorar el bienestar de animales que están en cautividad proporcionándoles estímulos que en la vida salvaje, normalmente, tendrían.





Fotografías de algunos enriquecimientos realizados.
Más adelante empecé a trabajar con Valo, un puma de poco más de un año al que encontraron junto con su hermanito que estaba muerto, por desgracia. Al ser tan pequeño y estar solo es muy difícil que sobreviva en la naturaleza y por eso se quedó en el parque. Ahora está muy acostumbrado a los humanos y no será posible liberarlo, por eso intentamos darle la mejor vida posible dentro de las posibilidades que hay en la vida en cautividad.

También empecé con Los Chicos, un grupo de tres pumas que encontraron en la casa de un narcotraficante que los tenía de mascotas. También están acostumbrados a los humanos, pero por desgracia no fueron criados desde cachorros por el equipo de CIWY, fueron criados como mascotas y en malas condiciones.
Por último, empecé a trabajar y a pasear a Waway, un mono nocturno al que se pasea, claramente, cuando ya es de noche. Esto es trabajo extra ya que es en horario de descanso, pero aun estando cansada después de un día de trabajo y calor, pasear con Waway a solas, en mitad de la selva, de noche, viendo lo feliz que está, la curiosidad que le recorre por el cuerpo, aunque al mismo tiempo a veces le de miedo… es un momento tan íntimo y tan especial para mí que no lo cambiaría por una hora más de descanso. Aunque esto pueda parecer peligroso no lo es, siempre hay un par de personas pendientes al paseo, no puedes pasear si no hay conexión o si no tienes batería en el móvil, siempre con linternas que ellos te proporcionan y están cargadas y, además, el área de paseo de monos nocturnos es a menos de un minuto del campamento, los animales salvajes que hay alrededor no son peligrosos por la cercanía al campamento (los animales más grandes que puedes encontrar son chanchos o armadillos).
La vida en común es maravillosa, pasas el día con gente muy diferente a ti, pero con la que compartes el deseo de poder ayudar a la naturaleza.
La peor parte diría yo, son las despedidas. Este lugar es mágico por mucho que busque palabras, estas se quedan cortas. Una vez empiezas a entender el funcionamiento de este sitio, el aura que te absorbe desde que pones un pie en el parque va aumentando y atrapándote cada día un poco más. Todos los voluntarios decimos que es muy difícil salir de este sitio… Aquí todos los problemas que nos comían la cabeza en nuestra vida antes de conocer este sitio se vuelven insignificantes. No echas de menos nada material, lo único que ocupa tu mente y corazón es el compartir vivencias, risas, llantos con la gente y los animales que aquí has conocido. Y en mi caso, el mayor problema aquí es lo rápido que pasa el tiempo, me encantaría pararlo en algunas ocasiones para poder extender este momento de mi vida lo máximo posible.

Volver a casa después de tanto tiempo de voluntariado es una sensación difícil de describir.
Cuesta describirlo, además, porque no soy capaz de entender el torbellino de emociones que van desde la alegría de reencontrarme con mi familia y amigos hasta la nostalgia de dejar atrás un capítulo tan especial de mi vida. Decir adiós no es algo fácil para nadie, pero para mí es siempre una parte muy dolorosa de cada experiencia que vivo. La última semana fue bastante dura, aceptando que sería el último lunes, martes… Mi último día de trabajo me despedí de los animales a los que, probablemente, nunca volveré a ver. La mañana de mi salida esperando el bus sentía una mezcla de pena y nervios que me estaba matando, porque también odio esperar. Por suerte o por desgracia, el bus no tardo mucho y a los 20 minutos estaba sentada en él, llorando, dirección Santa Cruz de la Sierra para coger un vuelo con destino a casa. Antes de subir algunos de mis amigos que allí conocí estuvieron esperando conmigo. Los abracé, me abrazaron, nos abrazamos; prometiéndonos un día volver a vernos. No sabemos cuándo, ni cómo, ni dónde, aunque ese día tarde o temprano llegará. Me niego a aceptar que no volveré a ver a esas personas con las que compartimos risas, llantos, sudor, noches sin dormir (tanto de fiesta como por la preocupación de los incendios), frustraciones, miedo, agotamiento, impotencia, intimidades, secretos… Un sitio así es como un ejemplo de vida fugaz…gente que va y viene y te recuerda lo efímero y valioso que es cada instante.

En el avión lloré mucho, al darme cuenta que me iba de verdad. Era caótico pensar en todo lo aprendido, en todos los recuerdos, en todos los lazos que habían sido construidos en un sitio tan pequeño como Ambue Ari. Como habitaciones, comedor, oficina, cocina de animales, depósito de humanos, fumador o café, construidas con madera y/o ladrillos, podían contener tanta vida, tantas emociones recogidas en sus paredes. La energía que rodea estos lugares antes nombrados es lo más duro de despedir. Llegas a Ambue Ari, inocentemente, pensando que solo vas ayudar y de repente, cada día allí te enseña algo nuevo y acabas descubriendo un poquito de ti, una parte que no conocías o que tenías escondida. Y no puedo estar más agradecida.


Comments