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Mi voluntariado en Honduras: sensaciones y perspectivas

Aunque suene cliché y así como lo he repetido a las personas que me han preguntado sobre mi experiencia en Honduras, son más las enseñanzas que me he llevado de la gente, el entorno y cada momento compartido que las que espero haber proporcionado.

No quiero escribir un texto precisamente técnico, mi propósito a través de estas líneas es transmitir las sensaciones que tuve en las diferentes circunstancias vividas y trataré de hacer una retrospectiva de algunos acontecimientos que marcaron mucho mi forma de pensar y actuar después de este viaje.


Empezaré mencionando que nací en un país con algunos de los problemas que también tiene Honduras; tal vez en mayor o menor magnitud, Ecuador. Después de continuar con mis estudios de posgrado en España durante casi 3 años debo reconocer que he experimentado cierta desconexión de las situaciones de vulnerabilidad y violación de derechos humanos existentes, en este caso en Latinoamérica, quizá porque aquí (refiriéndome a Europa en general) no se convive a diario en estos contextos (sin excluir la existencia de otras problemáticas sociales). En este sentido, palpar nuevamente este entorno y a mi juicio con mayor intensidad, fue totalmente volver a encontrarme con otra realidad.


Pero no quiero predisponer la lectura a cuestiones meramente tristes o negativas, al contrario me gustaría iniciar recordando la emotividad que me generó la bienvenida por parte de una voluntaria hondureña y un voluntario hondureño de ACOES que nos esperaban a las afueras del aeropuerto y que sinceramente me causo mucha emoción y alegría.


Es precisamente la labor de estos y estas jóvenes una de las cuestiones que me ha generado mayor reflexión dentro de esta experiencia. En las diferentes residencias de estudiantes o “Casas Populorum” conviven jóvenes y adolescentes entre 14 y 25 años quienes a través de ACOES continúan estudiando para terminar el bachillerato o la universidad. Estas y estos jóvenes inician su jornada desde tempranas horas en la mañana y organizan su día entre sus responsabilidades estudiantiles, las tareas compartidas de la casa y su colaboración en los programas de la Asociación.


Recuerdo que en una de las residencias de mujeres, una de las chicas comentaba la oposición por algunos miembros de su familia a que siga estudiando pues consideraban que continuar en el colegio era una pérdida de tiempo y que les resultaba más productivo que trabaje para ayudar económicamente en su hogar. Ella a pesar de esta negativa no desistió y decidió continuar estudiando para cumplir su objetivo de culminar el bachillerato.


Otra de las anécdotas que más recuerdo es un viaje de fin de semana a una localidad llamada Texiguat. Llevábamos diferentes donaciones entre alimentos, ropa y suministros destinados tanto para la residencia de estudiantes como para dos escuelas. Una de las escuelas se encontraba en una comunidad de difícil acceso; lo que nos debía tomar aproximadamente una hora de recorrido en camión, nos tomo alrededor de dos horas y media, pues el camino se encontraba en pésimo estado, las intensas lluvias y el lodo complicaban el traslado hacia el lugar. Al llegar allí se encontraban muchas personas entre madres y padres de familia, niñas y niños, vecinas y vecinos que se mostraron predispuestos para ayudar a bajar los alimentos del camión y trasladarlos hacia la cocina.


El aula era muy pequeña y el calor era abrasador, así que junto con las niñas y los niños nos dispusimos a realizar algunas actividades en el patio, quienes en un inicio mostraban una actitud de timidez y curiosidad pero a medida que jugábamos y nos divertíamos buscaban integrarse más. Disfrutamos mucho de corretear por el patio, reír, cantar y bailar.

Ya de regreso a Texiguat cayó una fuerte tormenta como era de costumbre por las tardes, tuvimos que caminar bajo la lluvia hacia la residencia de estudiantes donde íbamos a pasar la noche, llegamos empapadas. En ese momento no había agua para ducharnos así que nos cambiamos de ropa y cada una hizo la cama que le habían asignado. Por la noche los estudiantes nos llamaron a la cena; la comida la preparan con esmero y generalmente las tortillas y frijoles no pueden faltar en la mesa; mientras nos servíamos los alimentos conversábamos de varias cosas, ellos nos contaban lo que habían hecho en su día y nosotras les contábamos parte de las experiencias que habíamos tenido hasta el momento. Antes de acostarnos hicimos algunas dinámicas para desconectar de la rutina y hacer el momento más ameno, jugamos a las adivinanzas, hicimos mímicas, bromeamos y nos reímos mucho con cada ocurrencia.


Las sonrisas dadas y recibidas son de las sensaciones que más recordaré. ¿Porqué? Por que son sinceras y espontáneas. Hay un sin número de anécdotas vividas en tan poco tiempo y los aprendizajes que me llevo son innumerables pero principalmente ahora más que nunca valoro al máximo la vida que tengo, mi cuerpo, los seres queridos, el lugar donde nací y el lugar donde vivo; los objetos materiales en el sentido de aprovecharlos para facilitar ciertas tareas y no en el de añorarlos o de adquirirlos por vanidad o moda; y, por supuesto los alimentos, los recursos naturales, los derechos humanos conseguidos y los servicios básicos a los que tenemos acceso pues como se “bromeaba” a veces al momento de la ducha ¡Aquí toca bañarse cuando se puede, no cuando se quiere!


Rocío Belén Montenegro Ayala

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Universidad de Granada
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